De baja estatura, enfermizo y con serios problemas de tartamudez: Leopoldo no fue, según la visión del mundo, un hombre extraordinario. Sin embargo, marcó su camino de santidad desde la humildad y el silencio del confesionario. Encontró la voluntad del Señor para su vida en el ejercicio del Sacramento de la Reconciliación (al cual se dedicaba hasta 12 horas al día) y mediante él, acercó también a muchas almas a Dios. Con razón el Papa Pablo VI lo declaró el Santo de la Reconciliación, y en este año, el Papa Francisco lo reconoció como uno de los Patronos del Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

Con su ejemplo, este humilde fraile capuchino nos muestra que se puede alcanzar la corona de la santidad sin hacer mucho «ruido»; desde la sencillez de la propia vida, haciendo de lo «ordinario» algo «extraordinario».

San Leopoldo Mandić, ¡ruega por nosotros!