A continuación compartimos la homilía que brindó el Arzobispo Metropolitano, Monseñor Edmundo Valenzuela en la clausura de la Festividad de María Auxiliadora, ayer domingo 28 de mayo.

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En esta fiesta de María, Auxiliadora del Pueblo Cristiano, recordamos en primer lugar la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús les había prometido: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra”. Dicho esto, Jesús fue arrebatado ante sus ojos y una nube lo ocultó de su vista.  Ellos seguían mirando fijamente al cielo mientras se alejaba. Pero de repente vieron a su lado a dos hombres vestidos de blanco,  que les dijeron: “Amigos galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado volverá de la misma manera que ustedes lo han visto ir al cielo.”

A lo largo de los Hechos los apóstoles afirman que son “testigos de la resurrección de Jesús” (2,32; 3,15; 5,32; 10,41; 13,31…) Este testimonio se funda en pruebas que Jesús dio a sus discípulos después de la Resurrección y de los que los evangelios nos transmiten el eco.

En este día el Mensaje del Papa para la jornada mundial de la comunicación social, quiere contribuir a la búsqueda de una comunicación constructiva, que no de protagonismo al mal, sino que se deje guiar por la lógica de la “buena noticia”. Y añade: “La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).

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La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.

En este contexto, de la Buena Noticia, tarea primordial de la evangelización de la Iglesia, quiero presentarles los desafíos pastorales a que nos enfrentamos esta año en la Arquidiócesis.

En primer lugar, la misión confiada a los discípulos en Galilea, “…enseñar y guardar el mandato del Señor”, nos ha motivado para proponer el Congreso eucarístico para sorprendernos de nuevo del inestimable tesoro de la presencia del Señor resucitado en el sacramento de la Eucaristía, “cumbre y fuente de la toda la vida de la Iglesia.

En el día de hoy, en todas las parroquias de la arquidiócesis, se está desarrollando el precongreso eucarístico. Nosotros, después de la sagrada comunión, tendremos un espacio de adoración eucarística para prepararnos, desde esta fiesta mariana de hoy, a la apertura del gran congreso que tendrá lugar el próximo jueves 15 de junio, por la noche en la Costanera, con la presencia del Cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montenivideo. Les invito a que participemos en familias, en comunidades y movimientos a ese gran encuentro de fe para un Paraguay siempre fraterno, y próspero.

Otro desafío impostergable es recuperar en la catequesis la centralidad de la Palabra de Dios, la frecuencia del día del Señor, día domingo en la celebración de la Eucaristía y la participación activa en la vida de la Iglesia volviendo a lo mejor de la experiencia catecumenal de la Iglesia. El tercer desafío, es el Trienio de la juventud.

Estos desafíos implican un cambio de nuestra pastoral, para pasar de una pastoral de mera conservación y de tradición cultural, a una pastoral decididamente misionera, como hoy Jesús, en el Evangelio nos ha dejado su mandato: “hagan discípulos míos a todas las naciones, Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”.

  1. María, modelo de la Iglesia

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La celebración anual de la pascua nos trae también la alegría de la fiesta de la Madre del Señor resucitado, la Auxiliadora de los cristianos. Hoy, con la solemnidad de la Ascensión del Señor, iniciamos la novena en espera del Espíritu Santo, alabando a Dios con aquella que fue llena del Espíritu Santo.

La festividad de María Auxiliadora nos encuentra en este año en el contexto del “…Trienio de la juventud como una oportunidad para redescubrir y profundizar la insondable riqueza de Jesucristo, “…el mismo, ayer, hoy siempre”, que nos llamó a su amistad” (…).

En María, la doncella de Nazaret, reconocemos la historia de una particular y reveladora amistad que sigue inspirando nuestra vida para realizar también hoy aquella amistad a la que nos invitó el hijo de María cuando dijo: “Ustedes son mis amigos”.

En la historia de aquella que fue saludada como “Llena de gracia” y como “Bendita entre las mujeres”,nos sentimos agraciados y bendecidos también nosotros que hacemos realidad el anuncio de la montaña de Judá: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.

En nuestra mente se dibuja la fortaleza de aquella que estuvo al pie de la cruz junto al discípulo amado, y nos parece oír como en un perenne susurro: “He ahí a tu madre”.Por eso estamos aquí trayendo nuestra vida y sus inquietudes, traemos especialmente, la vida y las inquietudes de los que también hoy son marcados por el dolor, el sufrimiento y la muerte en nuestro país y en nuestro mundo.

En María se refleja el anhelo de toda la Iglesia que como ella quiere ser “la servidora del Señor”; como María, la Iglesia anhela vivir una vida abierta a la gracia cuando la proclama Inmaculada Concepción; la Iglesia quiere elevar su vida junto a su Señor cuando afirma la Asunción de María; con María, todos los renacidos por el agua y el Espíritu queremos vivir en la disponibilidad total a Dios cuando afirmamos que María es la siempre Virgen.

  1. María y la misión de la Iglesia

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En la compañía de aquella mujer que estuvo junto a los apóstoles en la espera de la efusión del Espíritu acogemos hoy el mandato entregado por el Señor resucitado en la montaña de Galilea: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (…).

Hoy redescubrimos la urgencia de esta tarea de siempre, y es por eso que en la Arquidiócesis nos proponemos replantear la Iniciación cristiana para profundizar en la riqueza de nuestra condición de Hijos de Dios recibida en el bautismo; en nuestra condición de templo del Espíritu y misioneros conferida en la confirmación y en la gozosa experiencia de comensales del reino en la Eucaristía.

  1. María y nuestro servicio a la sociedad

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La misión confiada por el Señor a los discípulos no se puede entender como una propuesta simplemente proselitista para aumentar el número de adeptos sino como el universal anuncio de la dignidad inviolable de toda persona que es imagen y semejanza de Dios, y que debe ser reconocida especialmente allí donde es denigrada y atropellada como en largo calvario que viven los pueblos originarios de nuestro país. El anuncio de que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, no es otra cosa que hacer realidad el anhelo de comunión, de vida de familia y de fraternidad que está presente en la vida de todos los pueblos.

El relato evangélico que nos habla de María yendo a prisa a la montaña de Judá para compartir la alegría de Isabel que ha sido bendecida por el Señor nos muestra que la admiración por María debe movernos a servir al hermano necesitado transformándonos en los ‘auxiliadores’ de los necesitados.

La alabanza de María, como un eco de la misión confiada por Jesús a los discípulos, es efectivamente, una proclama, un anuncio poderoso e inspirador para los desafíos que afrontamos hoy como país. El Paraguay de nuestros días necesita elevar su vida política para que se vuelva al servicio de los más pobres y desfavorecidos como expresan también nuestros poetas cuando hablan de la patria soñada: “En un paraíso sin guerra entre hermanosrico en hombres sanos de alma y corazóncon niños alegres y madres felicesy un Dios que bendice su nueva ascensión”. Hacer realidad este desafío nos exige nuevos políticos y una nueva ciudadanía.

Los creyentes y los que vemos en María un modelo de seguimiento de Jesús, estamos llamados a traducir en la vida diaria el amor al prójimo en un servicio eficiente desde las instituciones donde desarrollamos nuestras tareas. Especialmente urgente es el servicio a los niños y jóvenes en la educación ante el escándalo cotidiano de las escuelas que se derrumban como un triste testimonio de su actual situación. 

  1. María y los jóvenes

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El Trienio de la juventud promovida por la Iglesia expresa la esperanza de toda la sociedad en la capacidad de renovación de los jóvenes: “Un signo de lo nuevo, es de modo peculiar, la juventud y su apertura al futuro, el anhelo de libertad , de plenitud de vida y de felicidad”.

En María, la joven de Nazaret, encontramos un testimonio para proponer a los jóvenes el llamado a la renovación de la vida moral del país. Creemos que en los jóvenes anida el deseo de lo bello, de lo verdadero y de lo bueno como una aspiración irrefutable de su vocación trascendente al amor.

La familia Salesiana, un basto movimiento de personas, encuentre en María Auxiliadora, la inspiración que llevó a san Juan Bosco a concretar la misión de  “Formar buenos cristianos y honestos ciudadanos.

Ese es el desafío pastoral en este trienio de la juventud, que los jóvenes sean discípulos misioneros de Jesús, y desde este año Eucarístico arquidiocesano, “abrazados a Cristo Jesús” encuentren sus parroquias y centros educativos, junto con nuestros hogares, una pastoral juvenil organizada a ofrecerles mucho amor, educación cristiana y integral.

María Auxiliadora de los Cristianos, ruega por nosotros. Amén.

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