MISA CRISMAL
CATEDRAL DE ASUNCION – 18 DE ABRIL – 2019.

Queridos y apreciados sacerdotes y diáconos:
En primer lugar, mi saludo afectuoso, a todos y a cada uno de ustedes; todos llamados al ministerio consagrado-sacerdotal, compartido con el obispo en la tarea de enseñar, gobernar y santificar al pueblo de Dios.
Meditemos la Palabra de Dios proclamada para nosotros hoy
Hoy, desde el libro de Isaías renovamos los compromisos con Dios y su pueblo. La Palabra de Dios nos llega con el protagonista del poema isaiano, quien recibe la unción del Espíritu del Señor en orden a cumplir la función de proclamar e instaurar la salvación para todo hombre. Y, es nuestra comunidad eclesial, la confiada a nosotros, quien espera anhelante estos ideales de salvación, de liberación, centrada en el Sumo y Eterno sacerdote, Jesús.
Sabemos que los capítulos 56-66 de Isaías presenta al profeta del postexílico, anónimo, denominado convencionalmente Trito-Isaías. Este capítulo 61 es el relato de su vocación, representando la preparación y desenlace de su función profética, centrada en la reconstrucción e inauguración del nuevo templo. Igual que Isaías, también llamados por Dios, con nuestra función ministerial sacerdotal, a reedificar la Iglesia en nuestro país, las comunidades eclesiales, la misma nación paraguaya.
Isaías nos ofrece un lenguaje cargado de imágenes que evocan principalmente las grandes promesas expresadas en los oráculos de Is 40-55. Con razón se puede decir que es una profecía escatológica, puesto que mira hacia una definitiva intervención divina gracias a la cual el pueblo, la ciudad y las personas alcanzarán una grandeza nunca sospechada. He aquí nuestro ideal, he aquí la misión encomendada a cada obispo, sacerdote, diácono: nuestra presencia sacerdotal, principalmente nuestro testimonio de entrega, generosidad y trabajo por la construcción del Reino de Dios.
Queridos ministros de Dios, celebrando hoy nuestro encuentro alrededor del altar en este jueves santo, en unidad con el obispo, entendemos las palabras de Isaías, que nos introduce y recuerda nuestro trabajo como pastores y al mismo tiempo, nos alienta, entusiasma a la vida idealizada hacia donde caminamos en comunidad. Reveamos algunos de estas promesas del Señor:
a) Primero, Isaías habla de la “ciudad del Señor” que brilla con la luz de Dios, que ilumina primeramente a los de dentro (somos nosotros queridos sacerdotes), y como consecuencia de nuestro testimonio, vida entregada y generosa, atrae a los de fuera. Llamados a ser verdaderos testigos del Señor con nuestro ministerio sacerdotal.
b) Segundo, se alegra con la riqueza y abundancia de los dones que de todas partes llegan a la Casa de Señor. Tanta riqueza humana, tanta Gracia de Dios inspirada dentro de la Iglesia: movimientos, grupos, asociaciones, laicos y religiosos comprometidos con el Único Señor que nos llama y reúne a todos para la misma misión. Abramos nuestros ojos y nuestro corazón, acompañemos a nuestra Iglesia que siempre se enriquece con estos dones dados por el Dios. Llamados por Dios a la acogida de los miles de carismas y manifestaciones del Señor para con su pueblo.
e) Seguidamente, tercero, el profeta Isaías se asombra ante la afluencia de los israelitas alejados que llegan, también ellos, con ricos bagajes. Nuestro querido Papa Francisco sigue hablando, insistiendo y animando a que seamos “Iglesia en salida”. “La Iglesia debe salir de sí misma, rumbo a las periferias existenciales. Una Iglesia autorreferencial amarra a Jesús Cristo dentro de sí y no lo deja salir. Es una Iglesia mundana que vive para sí misma”. Llamados como sacerdotes a escuchar la voz de nuestro Pastor, tener el coraje y la fuerza necesaria para “salir a las periferias existenciales”; unir las fuerzas y trabajar con la gente.
d) En cuarto lugar, el profeta comprende que Dios le ha concedido la soberanía sobre pueblos y reyes, convertidos en siervos humildes y serviciales. ¡Nuestro sacerdocio no nos pertenece! Es de Cristo, quien nos regala esta Gracia. Dios, en su infinita bondad, nos ha llamado, ¡y hemos dicho sí a su llamada! Seamos conscientes, queridos sacerdotes del don de Dios, regalo que lo llevamos en vasijas de barro. “Siervos inútiles somos, hemos hecho sólo lo que deberíamos haber hecho”. No lo merecemos, pero, somos depositarios de su Gracia y pontífices de sus dones para con la gente. La sacralidad sacerdotal nos confiere estos dones inmerecidos, tan especiales para hacerlo presente en el pueblo.
e) Sexto, Isaías nos invita a reconocer la salvación del Señor en contraste con la antigua situación de vida, mirando la nueva que es gloriosa, de resurrección. Somos los primeros en reconocer en nuestras vidas la acción de Jesús salvador. Solamente la adhesión total al Señor Jesús nos empuja a ser coherentes, dinámicos, generosos, serviciales, entusiastas… Hoy, reunidos en comunión, recargamos energías en el Señor. Nos re-envía con ánimo renovado, deseosos de construir un mundo más humano, justo, santo.
f) Y por último, séptimo, Isaías nos anima a resplandecer con la luz eterna, es decir, portadores de la Luz divina. Con su presencia activa, garantiza y consolida para siempre esta nueva situación gloriosa, resucitada. Como portadores del amor de Dios a nuestro pueblo, llamados principalmente a dar esperanza. Especialmente, queridos sacerdotes, hoy más que nunca nuestro país nos necesita. El Paraguay pasa por situaciones muy difíciles, donde los valores esenciales son atacados (la vida, la familia, la educación, los valores, la solidaridad, el servicio…). Dios nos llama hoy a renovar nuestro compromiso de hacerlo resplandecer, que la luz, que es el Señor vuelva a brillar en la mente y conciencia de cada ser humano.
Queridos sacerdotes, estas magníficas expectativas dichas por Isaías, tuvieron que llenar de entusiasmo a los habitantes de Jerusalén que acababan de restaurar el templo, y tuvieron que renovar en ellos la esperanza de un horizonte futuro extraordinario. Hoy, nosotros, llamados de igual manera por el Señor ante estas realidades de nuestro tiempo, de nuestro país en el que se harán realidad también estas grandes promesas del Señor para con su pueblo.

Significado de la bendición de los óleos santos
El obispo, el gran sacerdote de su grey, del cual se deriva y depende, en cierto modo, la vida de sus fieles en Cristo concelebra en esta misa crismal con su presbiterio como una manifestación de la comunión de los presbíteros con él. De este modo manifestamos la unidad espiritual y pastoral ante el santo pueblo de Dios.
La liturgia cristiana recoge el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa «el Ungido del Señor».

Con el santo crisma consagrado por el obispo, se ungen los nuevos bautizados y los confirmados son sellados, se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y el altar en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y se disponen al bautismo. Con el óleo de los enfermos, estos reciben alivio en su enfermedad.

Del mismo modo se significa con el santo crisma que los cristianos, injertados por el bautismo en el Misterio pascual de Cristo, han muerto, han sido sepultados y resucitados con él, participando de su sacerdocio real y profético, y recibiendo por la confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo que se les da.

Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados reciben la fuerza para que puedan renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida.

El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados.

La bendición del óleo de los enfermos y del óleo de los catecúmenos, así como la consagración del crisma, ordinariamente se hacen por el obispo el día de Jueves Santo, en la misa propia que se celebra por la mañana, siguiendo el orden establecido en el Pontifical Romano.

Estas reflexiones bíblicas y litúrgicas, queridos hermanos, nos deben ayudar a la conversión pastoral, tantas veces propuesta, asumiendo con humildad y coherencia, en clima de comunidad pastoral arquidiocesana, las orientaciones que hemos asumido, en el presente año.
Nuestro retiro espiritual de la próxima semana nos reunirá, como hermanos sacerdotes, ante la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, el sacramento del perdón y la Eucaristía. Es tan importante nuestra propia conversión espiritual pues redundará en la santificación de los fieles a nuestro pastoreo y permitirá una mayor renovación de nuestra entrega por Cristo y por su Iglesia. Desde ahora nos preparamos con alegría y responsabilidad, mediante la oración unos por otros, por nuestro encuentro con Cristo en los ejercicios espirituales del próximo lunes hasta el viernes de pascua. Pedimos oraciones al Pueblo de Dios por nuestro retiro espiritual.
Estamos embarcados en el programa de la familia y la vida. El próximo 28 de abril, día Nacional de la familia, segundo domingo de pascua, como comunidad cristiana celebraremos ese día de fiesta, convocando todas las familias para proclamar sus valores, su identidad y su misión hoy en nuestro país, para ser un grito de esperanza en el Continente latinoamericano y el Caribe. Nuestro gesto es además una proclamación de nuestras convicciones más claras en relación con las amenazas que provienen de organizaciones que promueven la cultura de la muerte. PARAGUAY les dice, con verdad y firmeza, no al aborto, no a las ideologías de género. No a introducir en las escuelas de nuestros hijos, una educación sexual distorsionada, manipuladora, sin ninguna base científica ni ética ni moral. No a la colonización ideológica sostenida tenazmente por hermanos que, lastimosamente han perdido la noción de la naturaleza del varón y de la mujer y por los MCS quieren imponer la destrucción de la naturaleza. Seguiremos alertas para defender la dignidad de toda persona. Decimos no al maltrato y a la violencia contra la mujer. Aprendemos de nuestros errores difundiendo la prevención de abusos de menores en nuestras instituciones eclesiales, pero también con la misma fuerza en las familias y en las varias instituciones de nuestro país. No a la explotación de las familias más pobres, de campesinos, indígenas, bañadenses. Sí, para buscar soluciones consensuadas que les permita viviendas dignas, educación para sus hijos, salud, trabajo y vida mejor.
Otro tema importante que hoy día es la Iniciación a la Vida cristiana, una urgencia en la Iglesia que se refiere al cambio de paradigma en la formación cristiana. Estamos impulsando, a luz de las orientaciones de los Obispos en Aparecida, un movimiento de innovación pastoral basado en la Iniciación a la Vida Cristiana, tanto para adolescentes, jóvenes, adultos no bautizados, como para los ya bautizados. La iniciación es para aprender a ser cristianos y a dar razón de nuestra fe, porque somos discípulos y misioneros de Jesucristo y por eso, somos sal y luz del mundo. La fuerza de los ritos de iniciación y la gracia del Evangelio colaboran a hacer responsable al cristiano para difundir el amor, la verdad, la solidaridad, la libertad y la paz, que son signos del Reino de Dios. Y estas realidades deben permear familias, instituciones, y toda la sociedad paraguaya. Iniciarse a la vida cristiana es una tarea permanente que va desde la recepción del kerigma, el primer anuncio de salvación en Jesucristo nuestro Señor y que luego, mediante la catequesis, la liturgia y la comunidad, acompaña toda la vida cristiana. Agradezco a tantos sacerdotes y catequistas por asumir esta tarea no fácil, pero muy necesaria, con nuevo ardor y nuevo lenguaje, en el acompañamiento de quienes quieren alcanzar y cultivar la vida cristiana al servicio de Dios y de los hermanos.
Los hermanos en emergencia por la inundación. Nuevamente nos ha sorprendido la creciente del río Paraguay dejando secuelas tristes en la población más carenciada de nuestra ciudad. Cada año hemos tenido una creciente. Estamos realizando una campaña de colecta de ropas y víveres organizada por la Pastoral social arquidiocesana. Les invito a ser generosos en la ayuda en quienes hoy vemos la carne de Cristo sufriente.
Pedimos a las autoridades municipales y nacionales que cuanto antes realicen el censo de estas familias damnificadas, para que cuando baje el río, mientras se realicen las obras de construcción de viviendas en el bañado norte y sur, se les provea de refugios dignos en lugares adecuados, siempre con el consentimiento de los pobladores, proyectando que se les garantice soluciones definitivas a corto, mediano y largo plazo para los próximos años. Sabemos que no es posible solucionar un problema social de esta envergadura en corto tiempo, pues muchas más viviendas a construir serán necesarias para satisfacer socialmente a los damnificados. Nos motiva la convicción y la opción política hecha, tanto del Gobierno como de la Municipalidad, en crear un ente coordinador que continúe la respuesta definitiva a este flagelo que sufren los queridos bañadenses y la ciudadanía asuncena.
Cuántos otros temas están en nuestros corazones. Nos toca a nosotros rezar, rezar mucho, para que se aleje el mal, las discordias, los abusos, la violencia verbal y física que vemos a diario. En esta eucaristía de la Misa Crismal pedimos por nuestra propia vocación y misión que Jesucristo nos confió, ser los pastores con olor de oveja, como pide el Papa Francisco, acompañando a los pobres y necesitados, manteniendo nuestras comunidades en sentido misionero, abiertas a los pecadores, alejados y a quienes buscan a Dios.
Confiamos estas preocupaciones bajo el amparo de María Santísima, Mujer gloriosa en el cielo que nos acompaña cada día en nuestra tarea misionera de anunciar y testimoniar la misericordia, el amor, la justicia y la paz.
Unidos en oración, en torno a la cena del Señor que nos reúne, en comunión ministerial, coherentes con la vocación, abiertos a la Iglesia y con entusiasmo para salir a evangelizar, damos gracias a Dios por tan grande ministerio que nos ha conferido en el sacerdocio.
¡Dios nos bendiga siempre y nos mantenga fieles!

+ Edmundo Valenzuela, sdb

Arzobispo Metropolitano