Monseñor Edmundo Valenzuela, Arzobispo Metropolitano
16 de abril de 2017

Hermanos, felices Pascuas!

Hemos llegado a la Pascua! Un largo camino pasando por la Semana Santa para celebrar ahora el culmen del Triduo Pascual. La muerte ha sido vencida por el Amor del Padre Dios y del Amor de su Hijo. Con la muerte, ya no tiene cabida las miles de formas del pecado, de injusticias… mentiras, egoísmo, soberbia, violencia. Esas son máscaras de la debilidad espiritual, de la ausencia de fraternidad y por tanto, de la falta de una fe auténtica en el Dios que nos salva.

 El cristiano y con él todo hombre tiene abierto la puerta de la Vida. En la Resurrección de Jesús, por el Bautismo, hemos iniciado el gran regalo de la vida divina, vida eterna, vida en plenitud. Nuestro destino es ser abrazados para siempre por los brazos misericordiosos del dador de vida.

La Pascua debe ser una vida nueva para el país, para las familias, para los jóvenes.

Los problemas políticos, como nos pide el Papa Francisco, los debemos solucionar sin cansarnos, evitando toda violencia. La gobernabilidad, el desarrollo sustentable, la distribución de la riqueza, el combate al narcotráfico y a la corrupción generalizada, son tan urgentes de afrontar para el bien de los jóvenes y sus familias, no polarizándonos en un solo tema que crea rechazo, disturbio, intranquilidad a mucha gente.

Como Iglesia, Madre y Maestra, pedimos que se respete siempre la Constitución Nacional, que es el fruto del consenso ciudadano y que regula la justicia, como camino para la paz. Las Instituciones de la República deben funcionar con toda normalidad, sin caer en ninguna tentación de cruzarse de brazos, de dejar pasar el tiempo, pues llevaría al país a la anarquía, con sus nefastas consecuencias. Cada cual deberá cumplir con su deber juramentado ante la Nación Paraguaya.

Además, seguimos pidiendo oraciones por esa paz, que sea fruto de búsqueda del bien común, de la Patria en primer lugar, mediante todos los medios a nuestro alcance.

Tiempo pascual, tiempo de esperanza y de compromiso por hacer triunfar la fe cristiana, que vence al mundo, mediante el propio testimonio.

Comentario a las Lecturas proclamadas

Las lecturas que acabamos de escuchar iluminan el misterio de la resurrección del Señor que en este tiempo litúrgico celebramos.

El evangelista Juan nos narra la gran sorpresa que se llevaron María Magdalena, Pedro y el discípulo amado ante el hecho inexplicable de la tumba vacía.

Los Hechos de los Apóstoles nos trasmiten una tremenda catequesis de Pedro, en la cual sintetiza el anuncio central de la primera comunidad cristiana.

Pablo, en su Carta a los Colosenses, explica la transformación que Jesucristo resucitado realiza en cada uno de los bautizados. Nacemos a una realidad nueva.

Dada la riqueza de cada uno de estos textos, tendremos que limitarnos a unos puntos que nos motiven a la contemplación de estos misterios y nos motiven para seguirle con fidelidad.

Empecemos por el texto del evangelista Juan, quien fue actor principalísimo de esta escena. María Magdalena es la primera testigo de la tumba vacía. Las mujeres, junto a su madre María, acompañaron a Jesús en sus viajes apostólicos. Ellas no se dejaron amedrentar por los soldados, acompañaron a Jesús en su agonía y luego prepararon el cuerpo para la sepultura. Los hombres, por el contrario, huyeron aterrorizados.

Sorprende la descripción del lugar de los acontecimientos. Cómo y dónde estaban los lienzos y el sudario. Muchos años después, en su vejez, Juan recordaba cada unode los detalles de lo que encontraron Pedro y él cuando ingresaron al sepulcro. En la tumba ya no estaba el cadáver, pero se sentía otro tipo de presencia.

Vale la pena que leamos pausadamente las últimas líneas de este relato, porque allí está elnúcleo teológico; nos dice Juan que una vez que entró, “Vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos”.

En este tiempo glorioso estamos todos invitados a vivir con profundidad este gran misterio de la resurrección de Cristo. Como Pedro, Juan y María Magdalena leer pausadamente el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor.

Especialmente, invitamos a los jóvenes a creer y aceptar la llamada de Cristo, sí, Cristo te llama para la vida sacerdotal, para la vida consagrada o matrimonial. Escucha la llamada y corre junto a Él. Quien se deja atraer por la voz de Dios y se pone en camino para seguir a Jesús, descubre enseguida, dentro de él, un deseo incontenible de llevar la Buena Noticia a los hermanos, a través de la evangelización y el servicio movido por la caridad. Todos los cristianos han sido constituidos misioneros del Evangelio[1]. Muchas comunidades están sedientas de escuchar el mensaje de amor y felicidad que trajo Jesús para la humanidad, pero faltan testigos de su resurrección.

Por más que Jesús hubiera utilizado sus maravillosas capacidades como pedagogo, como maestro, muchas de sus enseñanzas no fueron asimiladas por sus discípulos. Solo la experiencia de la resurrección logró iluminar la vida, pasión y muerte del Señor Jesús. Era la pieza que faltaba.

Por eso es tan interesante el discurso de Pedro que nos permite conocer el anuncio central dela primera comunidad cristiana. Pedro expresa con pasión, con entusiasmo que él y los demás apóstoles fueron testigos de lo que anuncian. Y para que no queden dudas, afirma: “Hemos comido y bebido con Él después de que resucitó de entre los muertos”.

Esta catequesis de Pedro, que contiene la esencia del anuncio de los Apóstoles, es un mensaje indispensable para los catequistas de todos los tiempos para que hablemos de lo fundamental que es Cristo. Si Él no ha resucitado, vana es nuestra fe. Con mucha frecuencia, los predicadores podemos hablar de mil asuntos que distraen. La única cosa importante es la persona y el mensaje de Jesucristo.

         Nuestra Arquidiócesis ha optado por una nueva catequesis que enriquecerá la vida de los adolescentes, jóvenes y adultos. Una catequesis que llevará a todos al compromiso misionero y a optar radicalmente por Cristo. Es una propuesta fundamental para el cristiano: fijar constantementesu mirada en Jesús que es “el principio y la plenitud de nuestra fe”, que nos invita aser misericordiosos para alcanzar la felicidad de la misericordia[2]

         El congreso Eucarístico Arquidiocesano es una oportunidad brillante para redescubrir el gran misterio de la presencia Real de Cristo en la Eucaristía, la presencia permanente en medio de nosotros en el Santísimo Sacramento. Nosotros, como los discípulos podemos decir “Hemos comido y bebido con Él” y ese encuentro nos debe llevar a la felicidad. Enla Eucaristía celebrada y compartida el pueblocristiano acoge la plenitud de vida querida por Cristo: “Yo estoycon ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,20)[3]

En la Carta a los Colosenses, Pablo explica brillantemente la realidad nueva de los bautizados: “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba… Su vida está escondida con Cristo en Dios”. Nuestro ser ha sido transformado. Nosotros, creaturas insignificantes, hemos sido revestidos de divinidad.

Y todo por los méritos de Jesucristo. Por lo tanto, debemos obrar en conformidad con esta nueva realidad.

De ahí el hermoso simbolismo del cirio pascual, que se enciende en la noche de Pascua. La oscuridad de la muerte y el pecado se llenan de la luz de Cristo. No estamos atrapados por el absurdo. No caminamos hacia la nada. El triunfo de Jesucristo es nuestra garantía. Nos lo recuerda san Pablo: “Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes se manifestarán gloriosos, juntamente con Él”.

Hermanos hoy podemos volver a encontrar el ardor del anuncio y proponernos nuevamente el seguimiento de Cristo, proponernos nosotros mismos, proponer a los jóvenes, adultos, a todos. Ante la sensación de una fe cansada o reducida a meros «deberes que cumplir», estamos deseosos de descubrir el atractivo, siempre actual, de la figura de Jesús, de dejarse interrogar y provocar por sus palabras y por sus gestos y finalmente, de soñar, gracias a él, con una vida plenamente humana, dichosa de gastarse amando.

No tengamos miedo de abrazarnos a Cristo, de dejarnos abrazar por Él que desea ofrecernos una infinidad de Gracia, de contagiarnos la alegría, la belleza de su amistad y las ganas vivir en su presencia.

¡Felices pascuas!

[1]Papa Francisco, Jornada de oración por las vocaciones 2017

[2] Carta Pastoral

[3] DA.