Una intimidante tormenta en la noche del sábado 5 de Enero, puso en vilo la estabilidad de una embarcación que estaba parada a la orilla del río Paraguay, esperando que salga el sol para seguir la travesía iniciada días atrás, por un grupo de misioneros que buscaba visitar a personas que viven en los pueblos rivereños del Chaco paraguayo y del departamento de Concepción, llevando la riqueza del amor de Cristo a las familias y comunidades más alejadas.

El barco, a pesar de su importante estructura, tambaleaba, azotado por la tempestad. El viento se colaba transformándose en miedo en el cuerpo de los que estaban dentro, ante el riesgo que las correas se suelten y la nave se pierda río abajo.

Más de uno comenzó a rezar en voz alta, pensando quizás en el pasaje que narran las escrituras en que los discípulos en compañía del mismo Jesús, pudieron experimentar que el poder de Dios manda, por encima de las aguas turbulentas.

Al igual que en esa ocasión, las oraciones y ruegos de los misioneros llegaron hasta el cielo e hicieron que la embarcación, que estaba con los motores encendidos, se mantenga firme en la costa teniendo a todos sanos y salvos.

Fue uno de los tantos hechos que marcaron la vida de 60 personas que renunciaron a sus comodidades para llevar el mensaje de Cristo a los hermanos de esas zonas tan empobrecidas, social y espiritualmente.

Una aventura que comenzó el 1º de enero, en el primer día del 2019, cuando cuatro sacerdotes, una religiosa, el Arzobispo Metropolitano, Monseñor Edmundo Valenzuela,  capitanearon a un grupo conformado por  matrimonios de “Comunidades de Familias Misioneras”, con sus hijos adolescentes, para juntos  recorrer  de norte a sur, parte de ese Paraguay desconocido por muchos, que vive a la vera del río, dispuestos a evangelizar mostrando  la potente belleza de la familia cristiana.

Unas horas después que los estruendos de los 12×1 y fuegos de artificio anunciaron el nacimiento del año nuevo, los misioneros abrazaron a sus seres queridos y se despidieron para iniciar una aventura que duraría siete días.

El punto de encuentro fue  la localidad brasileña de Porto Murtinho, del Estado de Mato Grosso do Sul, donde llegaron en dos ómnibus, con las mochilas llenas de entusiasmo, personas provenientes de diversos puntos: Arquidiócesis de Asunción (Villa Elisa, Caacupemí, Luque)  Encarnación; San Juan Nepomuceno, CaazapáVillarrica; Cordillera, Caacupé, Emboscada  y un matrimonio de nacionalidad Cubana, quienes fueron invitados para ver y experimentar lo que es la evangelización en los lugares ya visitados otros años y tan alejados.  Fue la primera vez que ellos salieron de Cuba.

La madre de Dios

Era hora de dejar la seguridad de la tierra firme y asumir el riesgo de seguir el viaje por agua, abordando el Tupasy III, una embarcación que navegando por el río Paraguay, les permitió llegar hasta las localidades a la que es prácticamente imposible acceder por otros caminos.

En medio de júbilos y rezos, la nave de tres pisos, que lleva el nombre en honor a la Virgen María – como otra feliz coincidencia que les certificaba en el corazón que la propia Madre Iglesia los estaba llevando a la misión, llegaba hasta Isla Margarita, un pequeño pueblo que acoge a unos 800 habitantes, distante a más de 600 kilómetros de Asunción.

En esa isla, los misioneros celebraron solemne Eucaristía de envío y allí se dividieron en grupos, partiendo cada cual, a su pueblo asignado, como alguna vez lo hicieron los apóstoles.

Muchos no pudieron contener las lágrimas cuando las primeras familias, luego de recibir la bendición del Obispo, subieron a una deslizadora que los llevó hasta la costa del pueblo vecino de “Puerto La Esperanza”, que antes era conocido como Puerto Sastre.

Tupasy siguió su recorrido río abajo, hacia el sur con un fuerte viento en contra, haciendo lento el paso hacia las poblaciones rivereñas como San Lázaro, Vallemí, Tres Cerros, Puerto Casado, Peña Hermosa, Itacuá, Guyratí, Puerto Pinasco, Itapucumi, y finalmente San Carlos, donde conocieron a gente humilde, trabajadora con quienes compartieron el Evangelio, el anuncio del “kerigma” en experiencias extraordinarias, que quedaron como un memorial en sus vidas.

El milagro del diálogo

Uno de ellos fue el acontecimiento que le tocó vivir al grupo que visitó el pueblo de Guyratí, donde una empresa calera, que es la principal fuente de ingresos para las familias que viven allí, se encontraba parada hacía tres meses, debido a que los trabajadores enfrentaban un gran conflicto con los dueños. Los misioneros con mucha oración previa lograron dialogar con los dueños y empleados, éstos llegaron a un acuerdo y las máquinas volvieron a estar en funcionamiento. Algo que los pobladores vieron como un milagro.

“Fueron los misioneros en clima de oración que permitió el diálogo y la solución casi inmediata de un largo conflicto. He admirado la valentía de los misioneros porque anunciaron el amor de Cristo que transforma las vidas y cuando se toma en serio ese amor, repercute en las relaciones humanas y laborales”, recuerda emocionado monseñor Edmundo, todavía afectado por el impacto de aquella experiencia.

Otro grupo, compuesto de jóvenes, hijos de los matrimonios, visitó a los indígenas Ayoreos Totobiegosode, con quienes celebraron la misa totalmente en el idioma ayoreo – clasificada en la familia lingüística zamucana. Fue una experiencia única.

La comunidad de San Carlos de Borromeo, en le rivera del Chaco, era una de las más alejadas, no contaba con energía eléctrica ni agua potable. Monseñor pudo acompañarlos con Carmen, Aldo y su hija María Paz, visitando a cada una de las familias, escuchó confesiones, presidió la Misa y se comprometió a hablar con las autoridades locales para que la energía eléctrica pueda llegar hasta la zona.

Los inicios

Los fundadores de esta comunidad son el matrimonio de Carmen y Aldo Fanego junto a la Sra. Kika y Vidal Benítez. Explicaron que esta es la misión fluvial número 16, habiendo comenzado en enero de 2010, río arriba hasta Bahía Negra y luego río abajo hasta San Carlos Borromeo.

Kika y Vidal Benítez / Carmen y Aldo Fanego

Monseñor Edmundo que acompañó de principio a fin esta travesía, bendijo a los misioneros, por realizar este trabajo que refuerza lo realizado por los sacerdotes y sus comunidades, destinados a esos lugares. “Impresionante la alegría de estas familias y especialmente de sus hijos jóvenes. Impresiona su fe, su preparación, su convicción. Hace parte de una Iglesia testimonial. Gracias a Dios y la bendición de María”, expresó el obispo.

Los misioneros llegaron a casa cantando, contentos por haber sido portadores del anuncio de la Buena Noticia. Sintieron el paso de un fuerte viento, que esta vez ya no les produjo temor sino paz y el regocijo de estar cumpliendo con la misión.

Felices, volvieron a sus actividades, llevando también lo que sobró a su entorno, deseando que este viento que experimentaron los lleve, donde tenga que ser la próxima aventura.

Misioneros de 3 cerros
Misioneros de San Lázaro – Vallemí
Misioneros de Itacua

 

Misioneros de Puerto La Esperanza (que antes era conocido como Puerto Sastre)
Misioneros de Guyrati
Misioneros de Isla Margarita – Carmelo Peralta y Porto Murtinho
Misioneros de Peña Hermosa
Misioneros de Puerto Casado
Misioneros de Puerto Pinasco y Colonia Padre Saldivar
Misioneros de Itapucumí – San Carlos Borromeo