En 1971, apenas tres años después de la muerte del Padre Pio de Pietrelcina, Pablo VI, dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: «¡Miren qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Porqué era un sabio? ¿Porqué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento».
«En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14). Padre Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, abrazó en su vida y apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. También se dejó abrazar por la cruz de Cristo en sus propias llagas, no solamente las llagas físicas, sino sobretodo las espirituales. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir «con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 19). Compartió e irradió en su existir los tesoros de la gracia que Dios le había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y generando una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.
San Pío fue la expresión fiel del carisma de Francisco de Asis. A finales de junio fui a visitar Santuario del Despojo de San Francisco, en Asís, bajo la custodia de los frailes capuchinos, que recuerda el momento en que el santo se despojó de todas sus vestiduras, proclamando que Dios era desde ese momento su verdadero Padre. El santuario marca la memoria histórica muy importante en la vida de San Francisco. En ese lugar hace más de 800 años, Francisco, el joven hijo de Bernardone, frente al obispo de Asís, lanzó el dinero y sus vestidos. Desencadenado de sí mismo, libre de lastres, de sus propias posesiones y vestiduras humanas para revestirse de Cristo. Para ser nueva creación, 2 Cor. 5,17: si uno vive en Cristo es una nueva creación, porque las cosas viejas ya pasaron. En ese mismo santuario está expuesto el cuerpo del beato Carlos Acutis, también muy devoto de San Francisco de Asis, quien el próximo año será canonizado. También una característica de este joven fue su gran amor por lo Eucaristía, siempre sumergido en la oración su vida ordinaria de joven, también despojado su propio bienes para compartir con los demás.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: «En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios». La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Su obediencia era sobrenatural en la intención, universal en la extensión e integral en su realización. Vivió el espíritu de pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las comodidades y de los honores. Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos.
San Pio veía a Cristo en los pobres llagados en sus sufrimientos, la caridad social le comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la «Casa del Alivio del Sufrimiento», inaugurada el 5 de mayo de 1956.
En su cuaderno San Pio Escribió: Mira la Hostia, en la que cada especie es aniquilada, y me verán a Mí, humillado por ustedes. Miren el Cáliz en el que mi sangre vuelve a la tierra, rica como es de toda bendición. Ofrézcanme al Padre. No olviden que para esto yo vuelvo entre ustedes.
San Juan Crisóstomo decía: “¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis padecer de frío y desnudez (Homilía 50).
¿Estamos dispuestos a comulgar con Jesucristo, a resucitar con él a la solidaridad y a la comunión? San Juan Pablo II afirmaba: “Cristo resucitado acoge todas las llagas del hombre contemporáneo”. La mesa de la Eucaristía es, al mismo tiempo, fiesta y compromiso, lucha y contemplación.
El que ha sido alimentado por Cristo no puede menos de dar y darse a los demás. La Eucaristía es semilla de caridad. El que los pobres tengan qué comer también brota de la Eucaristía. Por eso, el que frecuentando la Eucaristía no crece en la caridad, en realidad no recibe a Cristo Sacramentado y le está rechazando.
San Pablo VI nos enseña que toda la Tradición de la Iglesia reconoce en los pobres el sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad de la Eucaristía, pero sí en perfecta correspondencia analógica y mística en ella. Por lo demás Jesús mismo nos lo ha dicho que cada hombre doliente, hambriento, enfermo, desafortunado, necesitado de compasión y ayuda es Él, como si Él mismo fuese ese infeliz. (Bogotá, 1968).
Cristo no se contenta con darnos su cuerpo en la Eucaristía. Lo pone en nuestras manos para que llegue a todos. Es tarea de todos –no sólo de los sacerdotes– el que la Eucaristía llegue a todos los hombres. Todo apostolado debe conducir a la Eucaristía. Así también, la Eucaristía nos impulsa a anunciar la alegría del evangelio a todos, sin exclusiones, hasta alcanzar las periferias existenciales.
El Paraguay es un país bendecido. Produce alimento suficiente para satisfacer las necesidades de su población; es rico en recursos naturales. Sin embargo, cientos de miles de paraguayos pasan hambre por las múltiples privaciones; privaciones de salud, educación, techo, tierra, trabajo, que sufren las familias empobrecidas.
Se observan zonas muy vulnerables de nuestra población. La pobreza y la precariedad son males en sí mismos; existen zonas de fractura del tejido social por la inequidad creciente en el acceso a oportunidades y al desarrollo integral sustentable por el acaparamiento de los bienes y recursos por algunos pocos.
“Denles ustedes de comer”, dice el Señor. Esto implica la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres…Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. (E.G., 188).
La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. La Eucaristía no es sólo un misterio para consagrar, recibir, contemplar y adorar, sino que es, además, un misterio que hay que imitar. La caridad brota del ágape, y es la expresión más grande del mandamiento nuevo. Dice el Señor: Lo que hagan a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hacen (cfr. Mt 25,40).
Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirle quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás.
Jesús dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños. Gracias por revelarnos la gloria de Dios, su Palabra que se difunde en todas la naciones y que el firmamento despliega las destrezas de sus manos. Gracias por darnos a San Pio. En medio a tanta admiración del mundo, él repetía: «Quiero ser sólo un pobre fraile que reza». María santísima nuestra madre sea nuestra guía y amparo, y a ella le pedimos que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Asunción, 23 de septiembre de 2024
+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de la Santísima Asunción
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