Hermanas y hermanos en Cristo:

En feliz coincidencia con la fiesta de San Francisco de Asís, estamos reunidos para profundizar en este Congreso,  la identidad y misión de la educación y del educador católico.

El santo que celebramos hoy, San Francisco de Asís, decía a sus hermanos: “Prediquen el Evangelio en todo momento y, de ser necesario, también con las palabras”. Lo que se nos pide es coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos y somos.

Enseñamos con nuestra vida: cómo somos, qué hacemos, cómo tratamos a los demás. La fe cristiana se expandió por el testimonio de las primeras comunidades cristianas: “Miren cómo se aman”, era la expresión de quienes los observaban y luego decidían bautizarse y unirse a la comunidad de los creyentes en Cristo.

En este mismo sentido se expresaba san Pablo VI cuando afirmaba que el mundo necesita testigos y no tanto maestros, porque lo que convence, conmueve y atrae a los demás a Cristo, es el testimonio de  vida.

Nuestra forma de ser y de hacer es la que educa. En este sentido debemos entender las palabras del maestro cuando afirma: “el que a ustedes les escucha, a mí me escucha; el que les rechaza a ustedes a mí me rechaza”. Cómo reflejamos en nuestra vida a Cristo, significará que Él sea escuchado o rechazado. San Francisco de Asís entendió el mensaje del Evangelio. Por eso, toda su vida buscó encarnar los valores evangélicos y reflejarlos con sus gestos, actitudes y estilo de vida.

San Francisco fue un educador por excelencia, a pesar de no ser muy instruido intelectualmente. Porque hay una diferencia importante entre educar e instruir. La educación se enfoca en el desarrollo de sentimientos, convicciones y carácter del alumno, formando su personalidad y valores morales. La instrucción se centra en la transmisión y adquisición de conocimientos y habilidades por parte del maestro y alumno.

Refieren los biógrafos del santo de Asís que Francisco tuvo una formación escolar muy básica en una escuela parroquial. De niño, frecuentó la escuela primaria de San Jorge y, con la ayuda del salterio, aprendió a leer y a escribir y algunas cosas más. No superó un conocimiento elemental del latín, que leía y entendía, al menos en sustancia, y apenas lo hablaba y escribía. Leyendo o escuchado y, sobre todo, meditando la Escritura, profundizó sin cesar sus conocimientos; su sabiduría bíblica fue más bien fruto de la oración y de la prontitud en ejecutar la Palabra.

En su época (Siglo XII) se discutía si los “letrados”, los que tenían estudios, eran los mejores cristianos o si, por el contrario, era más fácil la entrada en el cielo para los “iletrados”. En el fondo de la discusión se ponía el ejemplo de los apóstoles, que eran hombres iletrados, pero cuya elocuencia era admirada por todos.

Esta discusión vale para nuestros días, pero no como la necesidad o no de una sólida formación intelectual o la necesidad de desarrollar capacidades por medio de una buena formación en las ciencias o en las artes, sino como actitud evangélica. Es importante y fundamental la buena formación académica, así como los títulos y los méritos, pero que eso no lleve a la soberbia, que es uno de los pecados capitales y, por consiguiente, puede desviarnos del camino indicado por el Señor para la salvación. Es decir, la clave es la actitud de humildad, de servicio, de amor al prójimo. Esa es la misión de la Iglesia que asumen también sus instituciones educativas y su comunidad educativa. Ese debe ser su sello distintivo.

En comunión con la marcha de la Iglesia universal, cuyos delegados están reunidos en Sínodo en Roma, toda la Iglesia en Paraguay, que incluye a sus instituciones educativas, acompaña y necesita asumir las preocupaciones y sueños del Papa Francisco que nos invita a saber escuchar al Espíritu Santo, a saber escucharnos entre nosotros, a caminar juntos, llegar a todos, sin exclusiones, con la alegría del Evangelio.

Hoy se cumple un año de la exhortación apostólica “Alaben a Dios…” (Laudate Deum), que se publicó en el día de san Francisco de Asís, quien invitaba a alabar a Dios por todos los seres vivientes, con un espíritu de fraternidad con todo lo creado.

Exhortamos a todas las instituciones educativas católicas, a ustedes educadores que, junto con toda la comunidad escolar y con las familias, promuevan el cuidado de la casa común, la hermana tierra, que gime de dolor por tanta explotación y destrucción. Este debe ser un contenido transversal en la malla curricular, acompañado de prácticas cotidianas y concretas para tomar conciencia y cambiar los hábitos que dañan la creación.

El Santo Padre reconoce que las soluciones efectivas al drama del cambio climático, con sus graves consecuencias para los más pobres, no vendrán solo de esfuerzos individuales, sino de las grandes decisiones en la política nacional e internacional; pero todo suma para evitar que el medio ambiente, nuestra casa común, se siga deteriorando.

En ese sentido, estamos llamados a instruir y educar a los niños, jóvenes y familias a contaminar menos, a reducir los desperdicios, a consumir con prudencia, a crear una nueva cultura. Si modificamos nuestros hábitos personales, familiares y comunitarios, contribuiremos a llamar la atención de los sectores políticos y económicos sobre sus responsabilidades incumplidas para la protección y el cuidado de los recursos naturales. Seamos los principales defensores del medio ambiente.

La vida y la obra de san Francisco de Asís nos dejan lecciones que necesitamos aprender y asumir: la humildad, la fraternidad, el respeto y la comunión con todo lo creado y, sobre todo, su ejemplo de vida, que fue su mejor predicación del Evangelio.

Pedimos la intercesión del pobrecito de Asís, un gran maestro, para que nos ayude a ser fieles a la Voluntad del Padre, para que Cristo sea escuchado y así ser buenos educadores e instrumentos de salvación para los demás.

 

Asunción, 4 de octubre de 2024.

+ Adalberto Card.  Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya