El Cardenal Adalberto Martínez Flores, Arzobispo de Asunción, presidió la celebración en honor a Santa Rosa de Lima, patrona de América y de la Policía Nacional. En su homilía recordó la vida de santidad de Santa Rosa y de la beata María Felicia de Jesús Sacramentado “Chiquitunga”, presentándolas como modelos de fe y esperanza para la sociedad paraguaya. Asimismo, exhortó a trabajar unidos contra la corrupción, la violencia, las adicciones y todo lo que atenta contra la dignidad humana, confiando siempre en la fuerza de la Eucaristía.


SANTA MISA

Domingo 30 de agosto de 2025

HOMILÍA

Fiesta de Santa Rosa de Lima

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos con alegría y gratitud a Santa Rosa de Lima, patrona de América y del Perú, y en nuestro Paraguay, patrona celestial de la Policía Nacional. Su vida es un testimonio luminoso de santidad juvenil y de entrega total a Jesucristo.

San Pablo, en su carta a los Corintios, nos recuerda: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque lo que vale no es el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien Dios recomienda» (2 Cor 10,17-18). Santa Rosa fue “recomendada” por Dios y por la Iglesia, como modelo de vida cristiana, para contemplar e imitar sus virtudes heroicas.

Junto a ella recordamos a nuestra beata María Felicia de Jesús Sacramentado, “Chiquitunga”, flor del Carmelo y orgullo de Villarrica. Santa Rosa y María Felicia, separadas por siglos pero unidas en el mismo amor, fueron dos campeonas de la fe. Jóvenes, bellas por dentro y por fuera, esposadas místicamente con el Señor, vivieron con alegría la oración, el sacrificio y la entrega generosa a los pobres y necesitados.

Una huella inmortal de santidad

Ambas murieron jóvenes –Santa Rosa a los 31 años, Chiquitunga a los 34–, pero dejaron una huella inmortal de santidad. Supieron renunciar a la vanidad, a las riquezas terrenales y al “poderoso caballero don dinero”, como decía Quevedo, para abrazar el verdadero tesoro: Jesucristo.

San Pablo compara la vida cristiana con una carrera: «¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corran, pues, de tal modo que lo alcancen» (1 Cor 9,24). Y también: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4,7). Santa Rosa y Chiquitunga corrieron esa carrera con resistencia, superando pruebas, incomprensiones y obstáculos. La vida cristiana es también así: una carrera de resistencia donde no basta comenzar, sino llegar hasta la meta. El Espíritu Santo es nuestro entrenador y Jesús mismo corre a nuestro lado, fortaleciéndonos con su gracia y su palabra.

La corona de los justos: el verdadero premio

Rosa y Chiquitunga no corrieron la carrera detrás de trofeos, como hemos visto en estos días, tantas medallas de oro, plata y bronce que han ganado los atletas en los Juegos Panamericanos, y las 21 medallas que obtuvieron nuestros compatriotas, a quienes felicitamos de corazón. Ellas corrieron detrás de la corona de los justos, aquella con la cual el Señor Dios nos corona de gloria y majestad, de gloria y de santidad. Es a esa carrera a la que todos estamos llamados, como peregrinos de la Esperanza.

Desafíos de nuestra sociedad que reclaman valentía

Ellas tuvieron que superar sus propias pruebas. También nosotros, en el Paraguay y en América, encontramos obstáculos en nuestra vida y en nuestra sociedad: la corrupción que mancha instituciones, la ambición desmedida que arruga el corazón, la violencia que hiere familias, los feminicidios, los abusos contra niños y adolescentes. Hoy también nos empeñamos en trabajar juntos para reconstruir el tejido moral y social, denunciando con valentía todo lo que atenta contra la dignidad de las personas. Nuestras indignaciones no deben quedarse solo en palabras o sentimientos, sino convertirse en acciones concretas que defiendan y protejan, de manera muy especial, a los niños y niñas, los más vulnerables y amados por Jesús.

Entre estos obstáculos sociales, no podemos callar ante la epidemia de las drogas, que atrapa y destruye la vida de muchos jóvenes, hundiéndolos en la desesperanza. También sufrimos el flagelo de la trata de personas, de los secuestros extorsivos y de tantas otras formas de delincuencia y violencia que hieren profundamente a nuestras familias y comunidades. Frente a todo esto, Santa Rosa y María Felicia nos invitan a no desanimarnos. Nos llaman a correr la carrera de la fe con paciencia, esperanza y caridad, construyendo una sociedad donde se respete la dignidad de cada persona.

La Eucaristía: fuente y fuerza de unidad

El centro de sus vidas fue la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana. Allí aprendieron a vivir en comunión, a tejer concordia de corazones, a transformar el dolor en esperanza. La Eucaristía es el alimento que fortalece a la Iglesia y que inspira también a la Policía Nacional en su misión de resguardar la paz, la justicia y la seguridad del pueblo.

Hoy encomendamos a Santa Rosa la vida de nuestra Policía Nacional: a cada servidor de la patria, a los heridos, a los secuestrados, a los caídos en servicio y a sus familias. Que ella, “la Flor” que engalana la institución, los proteja y anime en el difícil camino del servicio.

Queridos hermanos, Santa Rosa y María Felicia son dos flores preciosas en el jardín de la Iglesia y dos campeonas de la fe. Sus vidas nos invitan a correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, sin dejarnos vencer por los obstáculos, confiando en Jesús, que está con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Oración 

Que ellas intercedan por nuestras familias, por nuestra patria y por nuestra Policía Nacional. Y que la Eucaristía, centro de sus vidas, sea también la fuerza de la nuestra.
Amén.

Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo de Asunción