DIOS NACE EN LA FAMILIA QUE DICE SÍ A SU VOLUNTAD

Hermanas y hermanos en Cristo:

El Evangelio proclamado nos lleva al misterio de la encarnación. Un relato que nos muestra la cercanía de Dios que se hace hombre para salvarnos. Este es un acontecimiento extraordinario en la historia de la salvación, que nos acerca y nos invita a una vivencia familiar: el amor, la ternura, la amistad, la comprensión; al hogar, los lazos familiares, al respeto, la confianza y el cuidado mutuo entre sus miembros, a ejemplo de María y José, que reciben a Jesús, el Salvador. 

Dios se ha hecho uno de nosotros, por medio de una familia humana. Nos ha nacido un niño. Es pariente nuestro. Nuestra familia se agranda, se ennoblece, que nos hace mirar de nuevo a nuestra propia familia, para hacernos más conscientes de ese don gratuito que hay que recibir, cultivar y proteger. Las relaciones familiares no son siempre fáciles, y es necesario también un esfuerzo para mantener nuestras relaciones sanas, fluidas, libres de rencores, desconfianzas, celos y discordias.

Dios se ha hecho humano para que nosotros nos divinicemos. Para divinizarnos, lo que hemos de hacer es, humanizarnos, como lo hizo Dios en Jesús.

María y José escriben una historia de amor única e irrepetible porque ambos se fían de Dios. A nosotros nos invitan a confiar más en su gracia que en nuestras cualidades, más en sus planes que en los propios. Confiemos más y más en el Señor. Digamos con Pedro aquella bella oración: «Señor, a quién iremos, sólo tú tienes palabras de vida eterna».

El Evangelio nos señala que José hizo lo que el ángel le había ordenado: acogió a la virgen, a la que estaba despidiendo y alejándose de ella en silencio; la acogió, e hizo lo que el ángel le había indicado. Por eso, la figura de José en esta llegada de Jesús, nos tiene que servir para mirar también con qué actitud él recibió al niño que viene. José es una figura entrañable del Evangelio en torno a Jesús. Le podemos contemplar como un modelo de cómo cumplir en nuestras vidas el plan salvador de Dios.

José es de la familia de David, el último eslabón de la cadena genealógica de Jesús. De él sí que se puede decir, con el salmista: “te fundaré un linaje perpetuo”. El secreto de la santidad y justicia de José hay que verlo en su actitud de fe, en su fidelidad a la Palabra de Dios, que hasta en sueños le era dado percibir.

Lo primero que podemos aprender de la actitud de José, «el varón justo», es a situarnos en nuestro lugar, a reconocer nuestros propios límites y a dejarnos así sorprender por el Misterio. El hombre, y en especial el hombre revestido de autoridad, puede llegar a pensar que el poder radica en la acumulación de poder político y económico; que todo se puede comprar y vender; en que puede decidir su propio destino y el de los demás.

Nuestra gran equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con la acumulación de poder y de dinero, y ponemos nuestra seguridad en tener cada vez más, sin importar cómo, muchas veces atropellando, sin escrúpulos, a los otros, y aprovechándonos de los más débiles y vulnerables. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.

Ningún ser humano, por más poderoso que sea o parezca, está por encima de Dios y de su voluntad. Basta repasar la historia de la humanidad para constatar que los imperios y los poderes pasan. Y los que trascienden la efímera historia humana, han sido aquellos que brillaron por su grandeza espiritual o por sus acciones en favor de la humanidad, por la fe, por la esperanza y por la caridad, como San José, como el P. Aldo Trento, como Koki Ruiz o como la sencilla hermana Josefina Yamada… que partieron a la casa del Padre este año, pero cuya memoria y legado espiritual quedarán grabados en el corazón agradecido de muchos.

Ser salvado no significa no tener dificultades, no significa caminar por un sendero llano y fácil, exige del creyente, del que va a ser salvado, la disponibilidad ante los caminos de Dios, que no suelen ser los mismos que nosotros queremos y buscamos, la disponibilidad para dejarnos modificar en nuestros pensamientos, en nuestros proyectos, en nuestras opciones. 

Cuando miramos la figura de San José, nos conduce inmediatamente a la Sagrada Familia. San José es sinónimo de familia, de cuidado al don precioso de la vida, de la madre y del hijo, de la fragilidad de ambos, de la necesidad de protegerlos, de trabajar para darles las condiciones básicas para una vida digna, de actuar cuando hay amenazas contra la integridad de su familia.

Estas actitudes de José nos invitan a revisarnos como cristianos, es decir, como seguidores de Cristo, en todos los ámbitos: en la vida familiar en el hogar, en la nación como familia, en la Iglesia como familia, en la comunión con la creación como familia. 

Hoy la vida y la familia están amenazadas; en todos los ámbitos y niveles. La familia como célula y cimiento de la sociedad necesita condiciones básicas de cuidado, que no está recibiendo en forma adecuada: salud, educación, fuentes de empleo digno para sus miembros, seguridad para su integridad física, espiritual y material; oportunidades para su estabilidad y desarrollo pleno.

Hoy como pueblo de Dios celebramos la maravillosa gracia de Dios, que nos ha dado un glorioso Salvador, que nos ha llenado de valor y esperanza. Nos reunimos en familia, compartimos, y damos gracias a Dios por su salvación, por ese maravilloso regalo que no merecíamos, pero que ha cambiado nuestras vidas.

Hoy celebramos que Dios está con nosotros, y que contamos con su poderosa presencia para vivir para su gloria. Hoy podemos decir sinceramente, a todos aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, que han creído la buena noticia: Feliz Navidad. 

A los que no lo conocen, podemos decirles que vengan a Cristo, que confíen en él, y siempre tendrán así una verdadera y feliz navidad todos los días del año.

Felices los que tienen un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos.  Felices los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas. Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos, será Navidad.

Decimos con el salmista: Señor, feliz el pueblo que te alaba y que a tu luz camina, que en tu nombre se alegra a todas horas y al que llena de orgullo tu justicia. 

Que Jesús, María y José nos bendigan.

¡Feliz y santa Navidad!

Asunción, 24 de diciembre de 2024.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo  Metropolitano de Asunció