El mensaje que el Cardenal Adalberto Martínez Flores, Arzobispo de Asunción, dirigió a los jóvenes fue el siguiente:
Hermanas y hermanos, muy queridos jóvenes:
Es una gran alegría recibirles hoy y darles la bienvenida en este Seminario Metropolitano, que es también la casa de ustedes. Gracias por haber aceptado la invitación; gracias a sus padres; gracias a los directivos de sus instituciones educativas y a los responsables que los acompañan.
La primavera llegó el 21 de septiembre, y siempre que llega, con su lenguaje de belleza, nos invita a abrir los ojos al milagro de la vida que renace. Es como el telón de un escenario que se abre, mostrando colores, fragancia y semillas que anuncian un futuro lleno de esperanza.
Este año, esa palabra —Esperanza— resuena fuertemente con el Jubileo que celebramos en la Iglesia. La primavera nos regala signos que también son símbolos para ustedes, queridos jóvenes: el verde de lo nuevo que crece, la belleza que conmueve, la fragancia que contagia vida y las semillas que germinan llevando en sí la promesa del hoy y del mañana.
Este salón lleva el nombre del Papa Benedicto XVI. En la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, el 21 de agosto de 2005 (hace 20 años), en su primer encuentro con los jóvenes del mundo, dijo con fuerza: “Queridos jóvenes, ustedes son la esperanza de la Iglesia y del mundo”.
Y el Papa Francisco nos recuerda que ustedes no son un futuro lejano, sino el “ahora de Dios”. Su voz, su creatividad, su ternura y sus búsquedas son fundamentales para el corazón de la Iglesia y para la construcción de una sociedad nueva.
En Paraguay tenemos tantos jóvenes, hombres y mujeres, que luchan en el día a día por sus ideales humanitarios y cristianos. Entre ellos se destaca el ejemplo luminoso de María Felicia de Jesús Sacramentado, nuestra querida Chiquitunga.
Chiquitunga —como cariñosamente la llamaban— nació en Villarrica en el año 1925. Este 2025 celebramos el centenario de su nacimiento, un momento especial para recordar su ejemplo luminoso de fe y compromiso.
Desde niña y como joven estudiante fue sencilla y alegre, viviendo la fe en lo cotidiano. Más tarde se convirtió en maestra normal y enseñó en la Escuela del Perpetuo Socorro de Asunción, transmitiendo a sus alumnos no solo conocimientos, sino también sus ideales cristianos de esperanza y fraternidad.
Fue militante activa de la Acción Católica, donde junto con otros jóvenes, actores sociales y compañeros de misión, acompañó a mujeres trabajadoras domésticas en la defensa de su dignidad y en la formación de sus derechos y deberes.
Se mostró solidaria con los más necesitados, organizando ollas populares para pobres, enfermos, ancianos, niños y trabajadoras. Su compromiso no fue sólo con asistir con alimentos, sino también con ofrecer enseñanzas profundas sobre la Doctrina Social y el Evangelio de la Iglesia, ayudando a que muchos descubrieran su dignidad, valoraran mejor la de cada persona y trabajaran por un cambio social profundo.
Visitaba también las cárceles, para acompañar a los privados de libertad y transmitirles esperanza, fortaleza y el valor de la vida que siempre merece ser vivida. En sus gestos sencillos dejaba la certeza de que nadie está excluido del amor de Dios.
Con el paso del tiempo, sintió la llamada a entregar su vida totalmente al Señor e ingresó en el convento de las Carmelitas Descalzas. Allí, en medio de las enfermedades que debió afrontar, supo ofrecerse a sí misma como sacrificio y ofrenda, uniendo su dolor y su esperanza al misterio de la Cruz.
Partió muy joven a la Casa del Padre, pero ha dejado un modelo de vida joven, entregada al servicio de la construcción del Reino de Dios aquí en la tierra, como testimonio y enseñanza para todos nosotros.
María Felicia, de ese modo, florecía a una vida nueva. Ella misma decía que quería ser como la primavera, para que los jazmines —flores que tanto la caracterizaban— llevaran en su fragancia la presencia de Cristo.
Hoy, en Paraguay, la reconocemos como un ejemplo glorioso de mujer paraguaya, un testigo luminoso que abrió caminos hacia una sociedad más justa y fraterna. Es recordada por sus convicciones cristianas, y con su vida y entrega mostró que la fe en Cristo se traduce en amor concreto a cada persona, al pueblo y a la patria que tanto necesitaba.
Queridos jóvenes, también ustedes están llamados a ser testigos luminosos en medio de la realidad que les toca vivir. La luz no significa no equivocarse o no cometer errores, sino la decisión de levantarse cada vez, de seguir adelante con esperanza, de no conformarse con la injusticia y de brillar con gestos de amistad, solidaridad y compromiso. Así, su vida se convierte en un signo que anima a otros y abre caminos de fraternidad en nuestro Paraguay.
Tengan siempre la valentía de reconocer y denunciar si es necesario las mentiras, los fraudes, las injusticias y todo lo que daña la sana convivencia. En estos días hemos visto cómo muchos jóvenes han salido a manifestarse, expresando sus anhelos de justicia, de honestidad, de dignidad y de un Paraguay mejor.
Pero esa valentía debe ir unida a la creatividad discernida en consensos, para buscar soluciones pacíficas y serenas, que construyan siempre el bien común.
El bien común significa también el compañerismo de cada día: ayudarse desde los centros de estudiantes, respetarse, valorar a sus familias, apoyar a la institución donde estudian y a toda la comunidad educativa. Eso implica también organizar la solidaridad, ayudando a otros estudiantes más necesitados, para que nadie quede atrás en el camino del aprendizaje y de la vida.
Sigan adelante con sus estudios, sus sueños y anhelos. El Paraguay necesita su liderazgo, su solidaridad y su compromiso. Atrévanse a imaginar, proponer y trabajar alternativas que ayuden a todos. Sean cercanos con quienes más sufren; sean esperanza para tantos jóvenes afligidos por la depresión, los vicios o la violencia; sean promotores de un país más justo y fraterno. Adelante con esperanza, alentándonos unos a otros con gestos de servicio, solidaridad y fe compartida.
Dios bendiga este foro, y que sea realmente como un faro: que oriente el camino, marque la dirección de los pasos e inspire más espacios como este encuentro. Que lo vivido hoy sea como plantar una semilla que germine en brotes de amistad y liderazgo, que se multipliquen no solo en la Arquidiócesis de Asunción, sino en todo el país, para que podamos cosechar muchos frutos de esperanza y de vida para todos.
Dios les bendiga, oriente sus liderazgos y acompañe a ustedes, a sus familias y a sus educadores.
Asunción, 3 de octubre de 2025
Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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