PENTECOSTÉS ES LA FIESTA DE LA COMUNIÓN
Hermanas y hermanos:
El mensaje de la lecturas que nos propone la liturgia para esta solemnidad es que el Espíritu Santo abre las puertas del corazón para disipar el miedo, nos inunda de su alegría y de paz, nos impulsa a perdonar y pedir perdón, a reconciliarnos , nos envía a ser obreros y sembradores de la Buena Noticia del Evangelio.
Pentecostés es la fiesta de la comunión en la diversidad. Marca el sello de nuestra identidad católica, es decir, una Iglesia universal, donde todos los pueblos, todas las razas, lenguas y culturas somos uno, una sola familia, unidos en un solo lenguaje, ñaimbhagua petei ñeeme, lenguaje universal de la caridad en Cristo Resucitado.
San Pablo nos dice: todos hemos sido bautizados en el mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Hay diversidad de dones, de talentos, de ministerios, de actividades , pero hemos recibido el mismo Espíritu, tenemos un mismo Señor y un mismo Dios que obra todo, en todos… Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común (cfr. 1 Cor 12, 3b-7.12-13).
(Salmo 103). Señor envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra, renueva el rostro de nuestros corazónes, renuévanos por dentro, y cada corazón ¿bendecimos al Señor Creador en sus creaturas?
En primer lugar, podemos revisar nuestras acciones frente a la creatura más preciada de Dios, la persona humana. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios; y tanto nos amó Dios que nos envió a Jesús, su Hijo único, para que todo el que cree en él, no perezca y tenga vida eterna.(Jn 3,16). Hemos sido creados para que por medio de Jesús podamos vivir y vivir eternamente; y qué inconmensurable el Amor hecho carne, que caminó entre nosotros para hacer siempre el bien y abrir senderos para que con El seamos nueva creación. Cor 5,2 Quien vive en Cristo es nueva creación. Las cosas viejas ya pasaron. Nuestro Señor Jesús, hizo todo siempre bien y tanto nos amó, que dió la vida por nosotros.
En el Salmo 103 bendecimos a Dios en las criaturas. Glorificar Dios Creador y a sus criaturas, es hacer siempre el bien sin mirar a quien. Es deuda de amor y respeto por la creación y por toda vida humana, en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. ¿Respetamos la vida por nacer? ¿Cuidamos de los más débiles y vulnerables de nuestra sociedad: los niños, los jóvenes, los ancianos, los indígenas, los enfermos, los pobres e indigentes? ¿Respetamos su dignidad? ¿Somos solidarios o nos envuelve la indiferencia dando la espalda al clamor de los pobres, de los débiles, de los indefensos?. A Él que nos alienta con la vida plena, con su soplo creador, le devolvemos desaliento y soplo destructor, sin respetar a los seres creados, al semejante. Maldecimos y no bendecimos. En el Espíritu Verdadero que nos humaniza, debe prevalecer, la cultura del Buen Trato, en devolver el bien por el Bien recibido. El espíritu del mal bestializa para entrar en vórtices de violencias y discordias para aplastar la cabeza del propio semejante. Solo el Amor hecho carne, Resucitado, puede aplastar la cabeza de la serpiente del mal que divide .
El sacramento del matrimonio, la familia es creada para engendrar y acunar a los hijos, y que vivificada por el Espíritu Santo, fortalece los vínculos amor de sus miembros. La familia es Iglesia doméstica. Una familia donde reina el amor, la unidad, el respeto, la comprensión, la solidaridad, es la mejor garantía para que la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, tenga una vida digna y plena.
Por eso, es fundamental defender la integridad de la familia contra todo tipo de amenazas, agresiones y perversiones. Defenderla de amenazas globalmente emergentes con propuestas de construcciones de géneros diversos para instalar babeles y colonizaciones ideológicas, pretendiendo subvertir el orden natural biológico de ser creados hombre y mujer. Es como si se estuvieran sembrando cizañas en un campo antes fértil, donde la diversidad ahora se convierte en una fuente peligrosa para normalizar la división y confusión. Las colonizaciones genéricas que desprestigian el valor de la persona, de la vida, del matrimonio y la familia son propuestas alienantes y trastornadas.
Por otra parte, defender la familia y la vida requiere que todos podamos trabajar por el bien común, propiciando y reclamando las condiciones socioeconómicas que le provean de los recursos espirituales y materiales que favorezcan su cohesión en beneficio del bienestar de sus miembros.
La pobreza, el desempleo, la falta de educación, de vivienda, de trabajo; así como la inequidad social y la falta de oportunidades; en el presente, con la salud gravemente aquejada y la fragilidad del sistema sanitario totalmente rebasado, generan situaciones que atentan y debilitan la estabilidad y la integridad de las personas y miembros de las familias, y que no pocas veces, son causantes de conflictos, de abandonos, de discordias, roturas y violencia intrafamiliar.
Defender la familia, a los padres, a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, los abuelos y toda vida humana vinculada a la descendencia del único tronco común de la familia humana, implican acciones para promover el desarrollo humano integral, donde a nadie le falte lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas y todos tengan oportunidades para su realización personal y comunitaria.
Como dice San Pedro en su carta: el diablo es como un león rugiente que busca quien devorar. Las llagas del sufrimiento de muchos jóvenes y niños, han sido devorados, víctimas de abusos, de drogas, alcohol que comprometen su futuro. No podemos dejar de mirar ni tocar y sanar estas llagas que también contagian de desolación y muerte. Llagas que sanar, guiados y auxiliados por el Espíritu Santo. Espíritu Santo sana estos corazones enfermos, guía al que tuerce el sendero.
En la Declaración de la CEP por Ternura, respeto y buen trato hacia los niños, niñas y adolescentes del Paraguay, donde se solicita que políticas públicas y organismos estatales, contribuyan a la prevención y la celeridad en la respuestas ante los casos de violencia abusos en contra de los niños, niñas y adolescentes. Cero violencia, 100 % ternura.
Pidamos, pues, al Espíritu Santo que favorezca el respeto por la dignidad del otro; que nos anime a la solidaridad y a la fraternidad, a la dignificación de nuestros hermanos, sobre todo de los que sufren, de los más pequeños e indefensos, para que tengan vida plena y la tengan en abundancia, con lo que daremos testimonio de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y nos permitirá estar en comunión con la voluntad de Dios.-
Adalberto Card. Martínez Flores, Arzobispo de Asuncion
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