Este domingo la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones cruciales que resumiría así: “¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?”. Y a continuación: ” Tu fe se traduce en obras o no?”.
El Señor por el largo camino a Cesarea de Filipe, les pregunta a sus discípulos: “ustedes, ¿quién decís que soy yo?” (Mc 8, 29). La respuesta de Pedro es clara e inmediata: “Tú eres el Cristo”, esto es, el Mesías, el consagrado de Dios enviado a salvar a su pueblo. Así pues, Pedro y los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte de la gente, creen que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino mucho más.
Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios. Inmediatamente después de esta profesión de fe, cuando Jesús por primera vez anuncia abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio Pedro se opone a la posibilidad de su sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús tiene que recriminarle con fuerza para hacerle comprender que los pensamientos de Pedro, nuestros humanos pensamientos no son los de Dios. Que sus pensamientos humanos, para gua’ú, proteger al mesías, son distorsiones del pensamiento de Dios. Apártate. No basta creer que él es Dios, sino que, impulsados y sintonizados con el pensamiento de la Caridad, es necesario seguirlo, a Maestro por su mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8, 31-33). Jesús no vino a enseñarnos una doctrina placentera o cómoda, sino a mostrarnos el camino; el camino, pedregoso, cañadas oscuras que conducen a la vida. Nada agradable el marketing de su seguimiento, el sufrir mucho, rechazado, condenado a muerte y resucitar después de tres días. Y la invitación de renunciar a sí mismo y cargar la cruz para seguirlo por la senda correcta, camino, verdad y vida.
El camino del Dios hecho hombre, es camino del amor, del que ha hecho todo bien, renunciando a todo, a su propia vida por el bien de la vida de todos; el bien mayor, no hay amor más grande que el dar la vida por los demás. Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios.
En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago en la segunda lectura de la misa de este domingo: “La fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (St 2, 17).
La profesión de fe en Jesús el Mesías, va acompañada de la Profesión de amor. ¿Crees y me amas?: cuida de mis corderos. La fe verdadera se prueba en los actos de misericordia, en ser buenos samaritanos.
San Luis Guanella, en su vida de seguimiento a Cristo caminó, «la hora de la misericordia». Él le había confiado a Don Bosco: «Tengo en el alma la caridad y la conciencia de que Dios nos ha enviado al mundo para construir una sociedad justa y convertirnos para estas personas en sus padres, madres o hermanos, y servir en esta alegría de vivir».
En 1890 Luigi ya albergaba a 200 enfermos y pobres de todas las edades y condiciones. Esta obra de caridad vio la luz en medio, y a pesar, de los muchos recelos y envidias surgidos en su entorno. A los que padecían alguna discapacidad nunca los calificó como retrasados, ni consintió que otros lo hicieran. La fe de San Luis Guanella fue probada y depurada en la caridad, recogiendo los sobrantes, lo que nadie quería. Abrazar su cruz con amor fue abrazar a los desvalidos y vulnerables. Podríamos decir con él. Esta es la hora de la misericordia. No esperar ni una hora más. Para abrazar la cruz y seguir al Señor, sintonizando con su amor.
La Virgen María es la toda revestida de la Palabra. La seguidora y fiel madre y discípula del Señor. De sus lágrimas hemos brotado como sus hijos. Somos hijos de las lágrimas de la madre de los dolores. Nos enseña cómo madre a encarnar la Palabra. Mediante la consagración del Bautismo, el Espíritu Santo nos ha incorporado en el corazón y en la vida misma de la Iglesia de Dios, que es comunión de amor.
Nuestras familias la hacemos, nicho de misericordia, no de discordia, que derrumba la fraternidad, casa y escuela de comunión, de perdón, de reconciliación, es transmisora del evangelio, familias misioneras, protectoras y defensoras de la vida, promotoras del bien social.
La familia, teniendo a María Santísima como Madre, es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida. La familia atacada y combatida, por varios frentes ideológicos. Ideologías que quieren cambiar el ADN de su esencia natural, y crear, transmutar, manipular la genética o alterar su esencia con artificios, o aplicaciones o visiones antropológicas no cristianas. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. He ahí la dignidad de cada persona. La familia como nos enseña la Iglesia, el sacramento del matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer, es indisoluble, el amor conyugal fiel y fecundo abierto a la vida. En este nicho, se nutren y consolidan las vocaciones de ser discípulos, cuna de vocaciones, la primera escuela de discípulos y misioneros.
La Virgen de los Dolores sufre el dolor de sus hijos. Las dolientes coronas de espinas de las adicciones, las coronas de caramelos sintéticos de muerte, las drogas, que amargan y crucifican a los jóvenes y sufrientes víctimas, clavadas con punzantes aguijones, que se benefician con grandes materiales ganancias, y son crucificadores, torturadores y verdugos de muertes inocentes. Muchas víctimas quedan discapacitadas al borde del camino, muertos en vida.
Se corona a la Virgen Santa con la corona de espinas de las corrupciones y pecados sociales. La violencia familiar, los abusos, tratas de los niños, niñas y adolescentes son impiedades y heridas muy profundas que destruyen la dignidad de sus miembros. Se corona la madre con coronas fúnebres de crímenes donde los delincuentes y sicarios se organizan para destruir, herir y matar. El mandamiento de la Ley del Señor es no matar. Los feminicidios y homicidios suceden como la más grave descomposición del tejido moral y social de la nación. La descomposición de la casa común con incendios provocados para derruir el medio ambiente, la naturaleza y matar la biodiversidad. Defender la ecología humana y ambiental. Nuestro compromiso es apagar incendios y contaminaciones destructivas.
Quisiéramos con nuestra profesión de fe y amor hoy enjugar las lágrimas de la Madre, como tantos otros torrentes de lágrimas de tantas madres que han perdido a sus seres queridos, ahogadas en lastimeras desesperanzas. Ella es madre de la Esperanza. Esperanza que no defrauda. Ella Madre de la Esperanza, nos transmite la esperanza resucitada, aún en medio de nuestras propias lágrimas muertas.
La Santa Misa de hoy es un canto de amor y perdón, de la gran esperanza, del amor que vence al odio, la vida que vence la muerte, la gracia que vence el pecado, la luz que vence la oscuridad, la paz que vence el tormento. La fe en Jesucristo, muerto y resucitado que vive entre nosotros, nos abre las puertas de la esperanza. Como María, alegrémonos de un Dios que muestra su fuerza y su poder en los sencillos y los humildes; demos gracias a este Dios que transforma nuestros esquemas para que seamos humanos y nos humanicemos de verdad; pongamos nuestra confianza en Dios que siempre es fiel a su promesa de amor y de vida. Por tanto, nuestro lugar es al lado de los humildes y de los pobres, trabajemos y luchemos, en comunión y concordia entre todos, por una sociedad más solidaria; seamos testigos de una vida que vale la pena vivir.
Card. Adalberto Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción.
15 de septiembre de 2024
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