Queridos hermanos y hermanas:

En su carta del Apóstol Santiago (St 3, 16-4, 3), nos explica sobre la verdadera sabiduría y  la falsa. La falsa va de contramano a la verdadera. La falsa es “terrena, material, demoníaca”. Causa envidias, peleas, desorden y toda clase de maldad (cf. 3, 16), en cambio, “la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía” (3,17).

Santiago nos dice que los que tienen la verdadera sabiduría son puros. Y, como Dios de quien procede, la sabiduría no necesita imponerse con la fuerza, pues tiene el vigor invencible de la verdad y del amor, que se afirma por sí mismo. Por eso es pacífica, dócil, complaciente; no es parcial y no recurre a mentiras; es indulgente y generosa; se reconoce por los buenos frutos que produce  en abundancia. La sabiduría que edifica y ordena la vida y la convivencia.

 Ser sabios es buscar vivir según y acorde el Espíritu de Dios. La guerras, los enfrentamientos, muertes, sicariatos, abusos y usos de los niños adolescentes, la violencia extra e intrafamiliar, mal endémico de abusos de poder y autoridad, las injusticias, las codicias, robos, corrupciones y la larga lista de descuajeringamientos sociales, es servir al mal, al demonio y sus desórdenes. 

¿Por qué no detenerse a contemplar de vez en cuando la belleza de esta sabiduría? ¿Por qué no sacar del manantial incontaminado del amor de Dios la sabiduría del corazón, que nos desintoxica de las escorias de la mentira y el egoísmo? Esto vale para todos, pero en primer lugar para quien está llamado a ser promotores y artesanos de paz en las comunidades religiosas y civiles, en las relaciones sociales y políticas, y en las relaciones internacionales.

El Espíritu Santo es quien nos inspira a remover las cizañas del mal que contamina el corazón. En la semana social de la Pastoral Social, se hablaba de las contaminaciones ambientales, de la escasez de agua potable en el Chaco y de  aguas contaminadas que producen envenenamientos en las comunidades. La codicia causa el desorden social que despelleja y despoja a la naturaleza y sus habitantes negándoles sus derechos fundamentales, el derecho a la vida misma, por las ambiciones  personales, grupales o empresariales. La cultura del despojo es cultura de muerte. Quien es el causante del desorden, de las injusticias, de las esclavitudes? El demonio, el mal que posee, que es generador de mentira, de discordias y de muerte.

En esta cena que celebramos hoy Jesús nos dice:  si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. Y para hacer más expresiva  esta enseñanza tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que recibe a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me envió.  El camino de santidad y sabiduría es abrazar con Jesús al niño, en quien están representados todos los niños del mundo, y también todos los hombres necesitados, discapacitados, pobres, enfermos, hambrientos y sedientos, sin techo, sin trabajo, sin tierra, en los cuales nada brillante y destacado hay que admirar. La mirada de Dios, es dirigida hacia los más vulnerables y servirles, protegerles, promoverles para el bien.

Con un corazón agradecido, hoy domingo, día del Señor, recogemos los primeros frutos de la primavera espiritual de la iglesia arquidiocesana, con la institución del ministerio del lectorado y acolitado a varios hermanos nuestros candidatos al diaconado permanente. Esto es motivo de alegría y de esperanza para la Iglesia, porque es un paso más hacia la ordenación de nuevos diáconos. Los elegidos para el ministerio de lectores y acólitos, participarán de un modo peculiar en el ministerio de la Iglesia, cuya vida tiene su cumbre y su fuente en la Eucaristía, por la que se edifica y crece el pueblo de Dios.

Es bueno recordar que ministerio significa servicio. Al ser instituido  ministros, estamos asumiendo el lugar del servidor en la Iglesia. A ejemplo del Maestro, estamos llamados a ser servidores de nuestros hermanos, sobre todo de los más pequeños, de los vulnerables, de los pobres, de los descartados.

Asumir que los ministros somos servidores, es condición indispensable para responder a la propuesta de construir una Iglesia sinodal, en comunión. En el estilo de convivencia, es donde iremos despojándonos del modelo de Iglesia piramidal, del clericalismo, para configurarnos a la eclesiología del Concilio Vaticano II y al Magisterio del Papa Francisco.

La vida en familia, en sus familias y en la familia de las comunidades donde sirven, es un tiempo para acrecentar su amor a Cristo y para fortalecer el sentido de Iglesia y fortalecerse en esta vocación al que han sido llamados. Esto solo será posible por medio de la oración asidua, de la Eucaristía, de la profundización en el conocimiento de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, y de la comunión fraterna. Nos encomendamos a la Virgen de la Asunción, nuestra Santa Patrona y le pedimos que nos haga partícipes de los secretos que guarda su corazón de Madre, y que nos ayude a ser instrumentos dóciles a la Voluntad de Dios.

Asunción, 22 de septiembre de 2024

+ Adalberto Card. Martínez Flores

Cardenal Arzobispo de la Santísima Asunción