NO ESTÁ AQUÍ, HA RESUCITADO

Hermanas y hermanos en Cristo Resucitado:

¡Aleluya, aleluya! ¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente, ha resucitado.

En esta noche plena de alegría, de gozo y de gloria, celebramos esta Acción de Gracias en la más grande Vigilia de todas la vigilias del año. La Vigilia Pascual. Cristo, el Señor Resucitado, nos hace participar de su Cuerpo y de su Sangre, como memorial de su Pascua. Es el punto culminante de la celebración del Tríduo Pascual.

La tumba está vacía, la piedra del sepulcro ha sido retirada ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Dios cumple su promesa: después del calvario y de la muerte ignominiosa en la cruz, viene la resurrección. Jesús lo había anunciado: el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser  crucificado y al tercer día resucitar. (Lc. 24, 7)

Este es el misterio central de nuestra fe contenido en el primer anuncio, el kerigma, y que las mujeres comunicaron a los apóstoles y desde ese día, la Iglesia lo anuncia como la gran noticia, Buena Noticia, a todas las generaciones hasta nuestros días.

El kerigma se resume en que Jesús padeció, murió y resucitó para salvarnos. Esta Buena Noticia exige una respuesta nuestra: arrepentirnos de nuestros pecados, aceptar el bautismo y vivir en la nueva vida que Cristo nos ofrece.

San Pablo profundiza la relación de nuestro bautismo con la muerte y resurrección de Cristo: “Por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva… nuestra antigua condición pecadora quedó clavada en la cruz con Cristo… para que ya no sirvamos al pecado…Así también ustedes, considérense muertos al pecado, pero vivo para Dios, en unión con Cristo Jesús.” (Cfr. Rm. 6,4)

Es necesario comprender este mensaje central de la Pascua. Si todos los ritos, oraciones, gestos, actitudes y acciones no se traducen en conversión, en aceptar plenamente las exigencias de nuestro bautismo con una nueva vida en Cristo, entonces, nuestro corazón estará cerrado para el acontecimiento de la resurrección y a la eficacia de su gracia salvífica. Lo que hemos hecho en este tiempo, solo habrán sido ritos y gestos vacíos, pura apariencia, que nos mantiene atados a la esclavitud del pecado, pero apartados de la Voluntad de Dios.

Ni nuestra vida personal, ni nuestra relación con el prójimo, ni nuestra actuación comunitaria, ni nuestras responsabilidades profesionales, sociales o políticas, pueden quedar como estaban. Debe haber un cambio radical en la vida de cada uno y que se refleje en las transformaciones que necesitamos como persona, como familia y como nación.

Seamos auténticos cristianos. En palabras de Benedicto XVI: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (Deus Cáritas Este, 1).

En este sentido, subrayamos: “Ser cristiano significa seguir a Jesucristo…Supone dejarlo todo, fiarse de su promesa y abrirse al Espíritu que transforma poco a poco nuestra existencia haciéndonos más semejantes a Jesús. Esta conversión se refleja en lo cotidiano e impregna todas las dimensiones de la vida y de la cultura.” (Carta Pastoral, pág. 28).

Muchos bautizados que se declaran públicamente cristianos, que asisten a misa y reciben los sacramentos en los templos católicos o participan en los cultos de otras iglesias cristianas, actúan en su vida privada y pública con total falta de escrúpulos, mienten o roban sin pudor, dictan leyes y sentencias injustas en desmedro de los más débiles y en sus decisiones evidencian el desprecio por los valores morales y éticos.

Es por ello imprescindible e impostergable, como compromiso por la gracia pascual,  para que todo bautizado pueda encontrar y abrazar a Cristo Resucitado. Por sus frutos se conoce el árbol. Como sociedad, necesitamos reaccionar y cambiar la indiferencia y la indolencia ante la corrupción. Los ciudadanos necesitan tomar conciencia, desde su condición de bautizados, que no pueden ignorar ni deben tolerar o participar, activa o pasivamente, en los hechos de corrupción.

La corrupción es una enfermedad, diagnosticada en nuestro país como letal, que amenaza y daña el cuerpo social. Llagas que se agrandan en el Cuerpo de Cristo y lo debilitan. Daña el equilibrio social de convivencia. ¿Quiénes son víctimas de la corrupción? Pensemos en el sufrimiento de personas concretas, con nombre y apellido y una identidad precisa. La corrupción en abstracto no nos conmueve.  La corrupción mata; cuando mueren niños  sin terapia intensiva; cuando personas enfermas deambulan mendigando para solventar tratamientos y medicamentos, y mueren sin remedio; cuando no existen fondos para políticas públicas de protección social que abandona a su suerte a los ancianos, a las personas en situación de discapacidad, a comunidades indígenas, campesinas, a los drogodependientes, a los que están hacinados en las cárceles.

 

La impunidad ampara y fomenta la corrupción. La corrupción inclina la balanza de la justicia, donde el dinero pesa más que la dignidad, la fama y la inocencia de los acusados, sentenciados y condenados por intereses egoístas, sin tener en cuenta sus derechos humanos.

 

“No cometerás actos de corrupción” podría ser un mandamiento más, La corrupción es un grave pecado personal y social, porque atenta contra la ley de Dios y de los hombres. Los bautizados que ocupan cargos de responsabilidad en el manejo de los recursos privados y públicos, los procedimientos de licitaciones; los bautizados que deciden sobre la vida, los bienes y la libertad de las personas, deben ajustar su conducta y sus acciones a los valores de la integridad, la decencia, la honestidad, la justicia, la verdad, el respeto irrestricto a la dignidad de la persona humana y al principio del bien común. Solo así pueden considerarse cristianos.

En definitiva, el encuentro con Cristo Resucitado y la nueva vida que implica ese encuentro deben mostrarse concretamente en lo que somos y hacemos en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. La resurrección de Jesús ha consistido en romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, una vida que ya no está sujeta al pecado.

En este contexto, son signo de esperanza los más de  5 mil jóvenes que han participado de la Pascua Joven en 70 parroquias de la Arquidiócesis, con un itinerario de formación para todo el año. Fueron días intensos en que los jóvenes tuvieron la oportunidad del encuentro personal con Cristo y que despierta en ellos el fuego del compromiso para ser testigos de la Resurrección.

Los jóvenes son la esperanza de que otra sociedad es posible. Les alentamos a seguir adelante. Pascua es la gran Esperanza, donde estamos llamados a peregrinar con acciones solidarias como, de hecho, muchos hermanos lo hacen frente a la necesidad del prójimo, ante la falta de respuestas institucionales en el sistema de salud o de educación.

Creemos en la resurrección de Jesús de entre los muertos. Solo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces, Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente. (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 2010).

Culminamos nuestra meditación con las palabras del pregón pascual que pronunciamos al inicio de esta celebración: “Esta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra, los arranca de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los santos…esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo…

… Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.”

Vayamos a nuestros hogares y, al retomar nuestra vida cotidiana, busquemos y mantengamos el encuentro con la Persona de Cristo resucitado, que nos fortalecerá en la fidelidad a nuestro bautismo y en la autenticidad de nuestra condición de cristianos.

Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Asunción, 19 de abril de 2025.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción