SANTA MISA

HOMILÍA

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

Homilía – Navidad, Misa del Día
La luz vino al mundo” (Jn 1,9)

  1. En esta Misa del Día de Navidad, la Iglesia nos introduce en el corazón del misterio que celebramos: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). No celebramos una idea, ni un sentimiento pasajero, ni un recuerdo del pasado. Celebramos un acontecimiento decisivo para la historia humana: Dios entra en nuestra historia como luz, para que nadie camine a ciegas y para que ninguna oscuridad tenga la última palabra.
  2. El profeta Isaías lo anunciaba con gozo y esperanza: “¡Qué hermoso es ver correr al mensajero que anuncia la paz!” (Is 52,7). Cuando Dios llega, la paz se hace posible, las ruinas comienzan a cantar y el pueblo herido es consolado. La Navidad proclama que Dios no se resigna a un mundo quebrado, resquebrajado por el pecado, la violencia, la injusticia y el egoísmo, sino que vuelve para rescatarlo y sanarlo desde dentro.
  3. El salmo nos hace proclamar con fuerza: “Toda la tierra ha visto al Salvador”. No dice al poderoso ni al vencedor, sino al Salvador. La paz que brota de la Navidad no es la paz frágil del mundo, sino la que nace de la salvación: la paz que restaura, reconcilia y devuelve dignidad a las personas, a las familias y a los pueblos.
  4. La carta a los Hebreos nos recuerda que Dios, que habló muchas veces y de muchas maneras en el pasado, ahora nos ha hablado por medio de su Hijo. Y ese Hijo, resplandor de la gloria del Padre, no eligió imponerse con poder, sino hacerse cercano, compartir nuestra condición humana, nuestra fragilidad y nuestra historia. La luz de Dios no se impone con violencia, sino que se ofrece con amor.
  5. El Evangelio de san Juan nos lleva al núcleo más profundo del misterio de la Navidad: “La luz verdadera vino al mundo”. En sentido teológico y existencial, esta luz es revelación, verdad, sentido y orientación. No elimina automáticamente la noche, no suprime el sufrimiento ni las preguntas, pero permite caminar en la noche sin perdernos. La verdad ya no es una idea que se posee, sino una Persona viva que se acoge.
  6. El primer gran testigo de esta luz es san Juan Evangelista. Juan no habló de oídas: vio, escuchó y tocó al Verbo de la vida. Reclinado en el pecho de Jesús, fiel al pie de la cruz cuando otros huyeron, y testigo del sepulcro vacío, comprendió que la luz es el amor que no se apaga, ni siquiera en la muerte. Por eso pudo proclamar con certeza nacida de la experiencia: “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron”.
  7. Siglos después, esa misma luz iluminó la vida de san Roque González de Santa Cruz. Misionero jesuita, llevó la luz del Evangelio a los pueblos guaraníes con respeto, cercanía y entrega total. No impuso la fe: la testimonió con su vida. En medio de incomprensiones, amenazas y finalmente del martirio, no apagó la luz recibida, sino que la ofreció hasta el final.
  8. Jesús no se quedó solo en decir: “Yo soy la luz del mundo”. En el Sermón de la Montaña confió esa luz a sus discípulos y nos dijo con claridad: “Ustedes son la luz del mundo”. La luz recibida no se guarda ni se esconde: se comparte. Quien ha sido iluminado por Cristo está llamado a reflejar esa luz en medio de la historia concreta.
  9. En nuestra historia paraguaya, esta palabra de Jesús se hizo carne de modo ejemplar en Juan Sinforiano Bogarín. Fue pastor en tiempos de derrumbes y oscuridades profundas: guerras devastadoras, revoluciones internas, pobreza extrema y, más tarde, la tragedia de la Guerra del Chaco.
  10. En medio de esas aflicciones personales y del sufrimiento de su pueblo, Bogarín eligió ser luz. Sostuvo la esperanza con palabras sencillas y firmes. Repetía que no hay noche tan oscura que Dios no pueda iluminar, y que la fe cristiana no huye del dolor, sino que lo atraviesa con esperanza.
  11. Llamaba a su pueblo a reconstruirse desde dentro, convencido de que era necesario reconstruir primero el corazón del hombre, para que luego pudiera reconstruirse la nación. Caminó muchos caminos, escuchó al trabajador y al campesino, abrió surcos en una tierra resquebrajada para sembrar esperanza.
  12. En tiempos más cercanos, esa misma luz iluminó la vida de María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga. Desde la enfermedad y el sufrimiento, supo decir: “Todo es gracia”. Descubrió que Dios nace en la pequeñez y que la luz de Cristo no elimina el dolor, pero lo llena de sentido.
  13. Esta luz de Cristo se parece a una experiencia vivida en el río, en medio de la noche y de la tormenta. La lancha avanzaba lentamente; el viento sacudía, el agua se agitaba y no se veía el camino.
  14. De pronto, en la lejanía apareció una luz: un farol. No iluminaba todo el río ni calmaba la tormenta, pero estaba allí. Comprendimos entonces que no hacía falta ver todo, sino mantener los ojos fijos en ese farol y avanzar paso a paso.
  15. A medida que seguíamos, el farol se hacía más claro, hasta darnos la certeza serena de que estábamos llegando a buen puerto. Así es la luz de Cristo: no siempre despeja la noche ni calma las tormentas, pero orienta, sostiene la esperanza y permite avanzar.
  16. En la Misa de la Nochebuena, el Papa León XIV ofreció una reflexión fuerte y profética. Recordó que mientras una economía distorsionada trata a las personas como mercancía, Dios se hace hombre para revelar la dignidad infinita de cada persona.
  17. Subrayó la gran paradoja cristiana: mientras el hombre quiere dominar al prójimo, Dios se hace pequeño para liberarnos de toda esclavitud. La luz que nace en Belén no humilla ni aplasta; levanta, sana y reconcilia.
  18. El Papa se preguntaba: “¿Será suficiente este amor para cambiar nuestra historia?”. Y respondía que la respuesta comienza cuando, como los pastores, despertamos de la noche y contemplamos al Niño Jesús.
  19. Estas palabras iluminan nuestra realidad. A veces pareciera que el horizonte de la patria se nubla y se avecinan tormentas, pero la fe nos enseña que no navegamos solos.
  20. Como pueblo y como Iglesia, nos anclamos en Cristo. Lo vemos en personas, familias y comunidades que reman juntas, se ayudan mutuamente y no pierden de vista la Luz de la Esperanza.
  21. Y es importante decirlo con claridad: esa Luz no es una luz artificial. No es el brillo pasajero de las apariencias, sino la luz de la verdad que rumbea nuestro caminar.
  22. Volvamos al pesebre. Allí no hay discursos ni poder. Hay silencio. Allí está Jesús, pequeño y frágil; María, que guarda todo en su corazón; y José, que cuida sin palabras.
  23. En el silencio de José y en el silencio de María, la Palabra habla y se expresa. No grita ni se impone: se hace carne y se confía a manos humanas.
  24. Que esta Navidad haga de nuestros corazones un pesebre abierto, que caminemos como hijos de la luz y que, guiados por el farol de Cristo, lleguemos a buen puerto. Amén.

 

25 de diciembre 2025

 Adalberto Card.  Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción