Evangelio de hoy

JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

Evangelio según San Juan 3, 31-36 

“El que cree en el Hijo tiene Vida eterna”

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra. El que vino del cielo está por encima de todo. Él da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él. Palabra del Señor.

Meditación

Cristo nos ama, nos salva, está vivo. Vivimos de esta triple buena noticia y es incontestable, aunque lo hacemos de manera muy diversa. El desafío que se nos presenta es la convergencia y el caminar juntos: unidad en la diversidad.

     En una Audiencia del 2013 nos dijo el Papa Francisco sobre creer o no, tener vida eterna o no: “Significa que el juicio final ya está en acción, comienza ahora en el curso de nuestra existencia. Tal juicio se pronuncia en cada instante de la vida como confirmación de la salvación presente y operante en la vida humana. La salvación es abrirse a Jesús, él nos salva; su amor es grande, misericordioso, perdona. Y cada uno debe abrirse, arrepentirse, amar y perdonar”.

     Es interesante que el Evangelio de hoy (3,31-36), fue proclamado por Juan Bautista cuando hubo una discusión entre un judío y los discípulos de Juan, sobre los ritos de purificación (v. 25). El Bautista dio una respuesta de fe y adhesión a Jesús, que también bautizaba –aunque no Él mismo, sino sus discípuloS (4,2)–: “Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del cielo … es necesario que Él crezca y que yo disminuya” (v.27).

     La misión nos otorgue las alegrías de la Virgen María (Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador) y de Juan Bautista, que dijera: “Ahora mi alegría es plena” (v. 29c).

    

¡El afligido invoca al Señor, y Él lo escucha! 

El Señor se enfrenta con los malhechores,

para borrar de la tierra su memoria.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha

y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados,

salva a los abatidos.

Aunque el justo sufra muchos males,

de todos lo libra el Señor.