Evangelio de hoy
SÁBADO DE LA SEMANA 10ª DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio según San Mateo 5, 33-37
“No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor”
Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: ‘No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor’. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea ‘sí’, y cuando digan ‘no’, que sea ‘no’. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno”. Palabra del Señor.
Meditación
¿Es o no necesario, jurar? En realidad, no haría falta el juramento, pero la manifestación pública de una promesa o de un pacto, es necesario en la sociedad plural e histórica. El olvido, el descuido, el incumplimiento causan estragos a la vida de las personas, a la familia y al futuro de una nación. Afecta e incide además a la credibilidad necesaria para realizar planes, proyectos y sueños.
El recordado San Juan Pablo II nos recordaba que “el segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas”. Respetar es no abusar, no hace falta jurar a los que viven en la sencillez de la fe, porque para ellos lo que es verdad lo es, y lo que no es verdad no lo es. Es decir, las palabras y las obras son siempre verdaderas. El respeto también hace referencia a las normas de convivencia y a la promoción del desarrollo humano, personal y social.
Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en cierta manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10). Por ello, el testimonio católico tiene mayor valor al trascender los intereses contra el bien común, la solidaridad y la generosidad. La Virgen María, nuestra madre común, nos dice que hagamos lo que Jesús nos indique. Recemos y caminemos juntos apoyados en las promesas del Señor Jesús.
¡Tú, Señor, eres el lote de mi heredad!
Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti.
Yo digo al Señor: “Tú eres mi Dios”.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
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