CONSAGRADO Y DESTINADO A SER PROFETA

Hermanas y hermanos en Cristo:

Con gran alegría, la Iglesia se reúne hoy para esta eucaristía, que siempre es la oración por excelencia para dar gracias a Dios por su inmenso amor, por su bondad y por su misericordia. Hoy nos regala un nuevo obispo, un pastor con olor a oveja, que conoce profundamente y ama este rebaño, un misionero humilde y de gran corazón, que ha donado su vida en esta tierra de misión: el Vicariato Apostólico del Pilcomayo.

La liturgia de la Palabra nos invita a personalizar su potente mensaje en la vida y en el testimonio del P. Miguel Fritz, cuya vocación y vida nos inspiran a hablarle a él, de corazón a corazón, y, a través de él, a toda la Iglesia que peregrina en Paraguay.

Querido Miguel, cuando comenzaste tu noviciado en la congregación misionera de los Oblatos de María Inmaculada en Alemania, el 11 de octubre de 1974, eras un muchacho de 19 años. Seguramente, como Jeremías, le habrás dicho al Señor: ‘Ay, Señor, Yavé, ¡cómo podría hablar yo, que soy un muchacho!’ (Jer. 1,7-10).

No elegiste ser un sacerdote diocesano. Quisiste ser misionero y tu destino era predicar, hablar de Dios, no tanto con las palabras, sino con el testimonio de una vida consagrada al servicio de los más pobres, en los confines del mundo, en las periferias geográficas y existenciales (hasta hoy). Para Europa, entonces y ahora, el Paraguay sigue siendo un pequeño punto desconocido en el mapa mundial. Y allí viniste a parar desde hace 40 años.

Dios te dijo: “No me digas que eres un muchacho. Irás adondequiera que te envíe, y proclamarás todo lo que yo te mande…porque  Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones.”

Todos somos testigos de que así ha sido y así será: “profeta de las naciones”. Hoy, la Iglesia, en nombre del Señor, te consagra obispo, pastor y profeta de las naciones que habitan este inmenso territorio de misión que es el Vicariato Apostólico del Pilcomayo” y, desde aquí, seguirá elevándose tu vida y tu voz profética para toda la nación paraguaya.

Al ser consagrado obispo, adquieres la plenitud del sacerdocio y la misión de ser el Pastor de esta porción del Pueblo de Dios que la Iglesia encomienda a tu cuidado. El Señor te dice: “En este día te encargo los pueblos y las naciones: Arrancarás y derribarás, perderás y destruirás, edificarás y plantarás.”

De hecho, esta misión no es nueva para ti, querido hermano. La conoces desde la experiencia vital, pero, además, conoces la historia de la vida de la Iglesia en esta parte del gran Chaco, siendo un estudioso de la historia de tu familia religiosa. Hace poco nos has regalado un valioso material bibliográfico que recoge y comparte la memoria de los 100 años de presencia de los Oblatos de María Inmaculada en América del Sur desde su llegada a estas tierras que hoy son el Chaco paraguayo.

Queremos subrayar y hacer nuestras las palabras del Superior General de los OMI, Luis Ignacio Rois Alonso, escritas en el prólogo del libro, diciendo que la selección de los textos que forman parte de la publicación habla de tu pasión misionera; la pasión de alguien que ha dedicado la mejor parte de su vida a los pueblos indígenas que habitan en el Chacho Paraguayo y a los que amas con sinceridad.

Sabemos del coraje evangélico que siempre te ha caracterizado para escuchar el clamor de los pobres y prestarles tu voz profética buscando su liberación integral de la opresión, del abandono, del olvido.

Eres un pastor que conoce profundamente a las ovejas y ellas te conocen. También te conocen los lobos que acechan tu rebaño y saben que lo cuidarás y lo defenderás con la fuerza de la verdad y de la justicia. Tú y tu rebaño no temerán, porque el Señor es el Pastor, y aunque pases por cañadas oscuras, la protección de Dios, su vara y su cayado, te sostendrán y te fortalecerán en el camino, te conducirán por el sendero justo y te guiarán hacia fuentes tranquilas para reparar tus fuerzas.

Te recibimos con alegría y esperanza en el colegio episcopal. Por eso, junto con el Apóstol, decimos: “Dios es el que nos da fuerza, a nosotros y a ustedes, para Cristo; él nos ha ungido y nos ha marcado con su propio sello al depositar en nosotros los primeros dones del Espíritu.”

La razón de ser de la Iglesia es la evangelización. Dar a conocer la Buena Noticia a todas las naciones para instaurar el Reino de Dios y su justicia en todos los ambientes. A ti, a nosotros los obispos, a los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, y a todos los bautizados el Señor nos dice hoy y siempre: Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”.

Todo el Paraguay es tierra de misión, aunque sea el país más católico de América Latina. La exclusión, el grito de sufrimiento de los pueblos indígenas y los pobres que habitan el suelo patrio, en especial, los del chaco paraguayo, nos confrontan con el divorcio que existe entre ser bautizados católicos y cumplir el mandato, los preceptos del Señor.

El mandato del Señor es el Amor, a Dios y al prójimo. Necesitamos traducir nuestra fe en Cristo en mayor solidaridad, fraternidad y justicia con los excluidos, con los invisibilizados y descartados de una sociedad cada vez más insensible e indiferente a las necesidades y al sufrimiento del prójimo, sobre todo, de las comunidades indígenas de todo el territorio nacional, amenazadas en su propia existencia al ser perseguidas y despojadas de lo esencial para su vida que son sus tierras y sus territorios ancestrales.

Dice el Señor: “Nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo, a quien ve” … Bueno, quizás los hermanos indígenas ni siquiera son vistos. De hecho, son invisibilizados.

Por ello, la misión y el trabajo que vienes realizando, Miguel, junto con otros misioneros y personas de buena voluntad, es hacerlos visibles y amplificar sus voces. Sigamos en esa senda en toda la Iglesia. Sería un grave pecado de omisión hacer oídos sordos al clamor de los pobres. En palabras del papa Francisco, de feliz memoria, si no los escuchamos y si no hacemos escuchar su grito, nos situaríamos fuera de la Voluntad del Padre y de su proyecto (cfr. EG, 187).

Esta es también una buena oportunidad para cuestionarnos como Iglesia en cuanto a la comunión y la caridad. Son muchas las necesidades de estas tierras de misión del chaco paraguayo. Es tiempo de plantearnos una mayor solidaridad y fraternidad misionera, aunque también nuestras diócesis estén con muchas carencias y necesidades. Pensemos en cómo colaborar con los vicariatos y con las diócesis más necesitadas no solo en recursos materiales, sino también en envío de misioneros, sacerdotes, religiosas y religiosos, y agentes pastorales laicos.

La caridad comienza por casa. Por ello, el mandato que el Señor nos entrega hoy en el evangelio debe impulsarnos a la caridad y a la comunión fraterna con nuestras propias tierras de misión: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado.”

Nos encomendamos a la intercesión de María Inmaculada para que nos ayude a ser dóciles a las palabras de su hijo, Jesucristo, y a ser fieles a la Voluntad del Padre, que derramó su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (cfr. Romanos 5,5).

Miguel, que  el Señor que te encarga este pueblo, estará siempre hasta contigo, que El sea siempre tu fortaleza, tu protección y te consagrará para ser Servidor de Alegría como reza tu lema episcopal. 

Así sea.

Mariscal Estigarribia, 14 de julio de 2025.

 

Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción.