Catedral Metropolitana –  24 de diciembre de 2019

Queridos hermanos y hermanas:

El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, pero realista cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

El Evangelio de Lucas nos presenta el gran texto de la noche de Navidad. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo.

Tiene dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. Llama la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo. Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Ellos no tienen autoridad, ni se mueven por un decreto, sino por una voz del cielo, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, tiene una palabra que decir y visita a los suyos.

Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”, que no era Jerusalén. Los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, que recogida por Lucas es Belén.

Desde el cielo se les da un “signo”: “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre con los títulos de quien ha nacido: Salvador, Mesías y Señor.

He aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana. Los pastores reconocieron al Salvador y Señor, no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia de Dios es de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. El himno de los ángeles lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.

La gloria de Dios ha invadido la tierra, el universo. El cielo se ha acercado a los hombres. Eso lo dice el texto del evangelio proclamado: “De pronto una multitud de seres celestiales aparecieron junto al ángel, y alababan a Dios con estas palabras: “Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia” (Lc 13-14).

Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz a los hombres amados por Dios, es el canto de la liturgia que recoge aquella noche sublime del Nacimiento del Salvador.

Les propongo que hagamos nuestro, esa doble afirmación: gloria y paz.

  1. Gloria a Dios:

Jesús, el Salvador es el Emanuel, Dios con nosotros. Si Dios está en medio de nuestra historia y de la creación, elevemos la mirada hacia el cielo y digamos:

¡Loado seas, mi Señor! El “Laudato si” del Papa Francisco nos invita a cuidar de la casa común, reconociendo que toda la naturaleza es obra de Dios Creador para el bienestar de la familia humana, que todo está conectado, la casa común, la ecología humana y el bien común.

Crezcamos en la fe alimentada por la Palabra de las Santas Escrituras, en el año dedicado a la Palabra de Dios recordando a los discípulos de Emaús después del encuentro con Jesucristo: “nos ardía el corazón…cuando nos explicaba las Escrituras” (Lc 24,32).

La Iniciación a la vida cristiana iniciada y continuada mediante la “mistagogía”, que significa el cultivo de los misterios cristianos, fortalezca, con el don del Espíritu Santo, la fe, la esperanza y la caridad de los discípulos misioneros de Jesucristo.

Reconozcamos ante su presencia y su mirada nuestra condición de personas humildes y de pecadores, reconciliados por el sacramento del perdón y por el bautismo fortalecidos en la vida cristiana.

Sepamos perdonar como rezamos en el Padre Nuestro: “perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”

Que a pesar de la vida personal, familiar, social sea por una parte dura, exigente y sacrificada, por vivir la santidad cristiana, sepamos que ese sacrificio nos une al Sacrificio eucarístico y nos habilita a mayor confianza en la gracia de Dios.

Agradezcamos por todos los beneficios recibidos de su bondad y omnipotencia y sepamos celebrarlos siempre con alegría y esperanza en la eucaristía dominical.

Agradezcamos por el testimonio eclesial de nuestros Pastores, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas que entregan su vida por Dios y por su Iglesia.

Todo bautizado se sienta enviado a anunciar y testimoniar, en el día a día y en cada realidad humana y social, la Palabra de Dios.

Los cristianos católicos con alguna autoridad civil y social sean portadores con gallardía y sano orgullo de la fe cristiana, camino de verdad, de justicia y de amor solidario.

Enseñemos y practiquemos como ciudadanos y cristianos los valores éticos y morales como tesoro para una sociedad más justa y solidaria.

Recemos, en esta noche, por el Papa Francisco, por su representante en Paraguay, el Nuncio Apostólico Mons. Eliseo Ariotti.

Recordemos en nuestras oraciones a cada uno de los Obispos de la conferencia episcopal paraguaya, recordando también a los Presbíteros, Diáconos, Religiosos y Religiosas, los consagrados a Dios.

Recordemos a los cristianos laicos sumergidos en el mundo y como pueblo de Dios, sean portadores de la buena nueva de Jesucristo.

Las familias reunidas alrededor del pesebre, contemplen al Niño Dios nacido en medio de la pobreza y el abandono social, sin hospedaje alguno, en medio de la fría naturaleza del lugar.

Juntos reconozcamos que somos amados por el Dios y Padre Creador porque nos envió a su Hijo, rostro visible del Dios invisible.

Que en esta noche recordemos también a nuestros seres queridos, quienes ya han pasado al descanso eterno gracias la salvación de Jesucristo.

  1. Los ángeles anunciaban a los pastores la paz.

Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Esa es la tarea que se encomienda a la humanidad, la paz a construirla, a mantenerla, a defenderla. Nos auguramos proclamar en esta noche el evangelio de la paz:

Las familias paraguayas sepamos apreciar la paz, en la relaciones familiares y parentales. Educarnos en la paz con el ejemplo de la verdad de la vida: desde su concepción hasta su muerte natural, apreciemos toda etapa de la vida, desde la infancia a la vejez, amándola como se ama a sí mismo.

Combatamos valientemente la corrupción que es la destructora de la vida social, con el cumplimiento de la Constitución Nacional a la que gobernantes y gobernados estamos sujetos para el buen funcionamiento del país.

Es preciso recuperar la soberanía territorial de los 50 kms de franja de tierras del Estado Paraguayo, actualizando y limpiando el catastro de títulos falsos. Igualmente recuperar los parques nacionales de usurpadores que han talado árboles para sembrar sojas.

Pedimos que se tomen medidas impositivas y de grandes multas contra todo lo que produzca el crimen ambiental y contra todo lo que produzca desplazamiento de la población rural hacia zonas urbanas.

Defendamos la soberanía energética de nuestras hidroeléctricas binacionales para beneficio de la población paraguaya.

Que cuantos no respetan las normas y leyes del Estado pensando en ser impunes, que sepan la injusticia que realizan y recuerden que cometen delitos sociales graves y están obligados a reparar los daños ocasionados al país.

Sepamos prevenir los abusos de menores en todas las instituciones, protejamos la dignidad de la mujer en contra de toda violencia, dignifiquemos la vida de los campesinos, indígenas y familias indigentes mediante programas de desarrollo integral, en un proyecto de economía solidaria.

Nos auguramos que la salud y la educación para todos sea un camino seguro para el combate a la pobreza, favoreciendo el bienestar de las comunidades y de las familias unidas en la solidaridad, protegidas en su seguridad por el Estado Paraguayo y felices por amar a Dios y al prójimo.

Hermanos, Hermanas:

Agradecemos por el llamado de esta Navidad en volver a Dios, y su gloria signifique construir la paz de nuestras instituciones y familias. Esa paz con miles de rostro la encontremos en el año 2020 con nuevo rostro de la justicia, con mayor esfuerzo de vivir la verdad, con la rectitud renovada de una vida social basada en ética, la moral y por supuesto, basada en el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Que el Niño Dios nos bendiga y bendiga a todo el Paraguay! 

+ Mons. Edmundo Valenzuela Mellid, Arzobispo de la Santísima Asunción.