Misa de medianoche: Realización de una esperanza

1- La liturgia de esta noche. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”

“Noche de Paz, Noche de Amor”, se canta en todos los rincones del mundo, ha nacido el Niño Dios. “Ñandejara´i pegüará o dos trocitos de madera” se canta en nuestros hogares del Paraguay. Motivados por la sencilla fe de nuestro pueblo y la Liturgia de estos días nos llenamos de sentimientos de paz, soñamos, proyectamos y nos alegramos.

Pero es la Natividad del Señor, no se trata solo de algo sentimental, emotivo. Nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: Somos familia de Dios, “pueblo que camina” (cantamos a veces), con sus luces y sombras, –también dentro de nosotros hay luces y sombras–. Como aquél pueblo de Dios que caminaba en tinieblas, de pronto “ve una gran luz”. Una luz que nos llama a reflexionar sobre este misterio: La encarnación del Hijo de Dios, “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no andará en tinieblas”.

2- La Palabra de Dios. Las lecturas de esta eucaristía nos hacen pensar en la Historia de la Revelación. Tienen en común un antes y un después, y de la presencia de Jesús en el mundo, una nueva época. Su Navidad ha cambiado la faz de la tierra, de la historia. El destino del hombre queda abierto a su realización más plena, participar del Amor infinito de Dios.

En la primera, el profeta Isaías sostiene la esperanza del pueblo judío, en medio del desaliento, en época de corrupción, violencia y opresión; pero él les recuerda la promesa mesiánica: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; …porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”. Se nos muestra un Dios cercano, tierno, misericordioso, lleno de amor familiar.

La segunda lectura, de S. Pablo a Tito, escrita años después del nacimiento de Cristo, cuando la Iglesia reflejaba la experiencia viva de la fe, a poco tiempo de sus inicios eran nuevas comunidades cristianas. Se evoca el nacimiento de Jesús: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, exhortándolos a llevar una vida sobria, honrada,… mientras aguardan la dicha que esperan: La aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro, Jesucristo”, como rezamos en el Credo, sobre su Venida gloriosa.
Finalmente, el relato evangélico del nacimiento de Jesús y el anuncio a los pastores (Pero sobre los pastores hablaremos en torno a la epifanía). El mensaje muy significativo, y muy sencillo, que Jesús es el Salvador, el Mesías, el Señor: tres títulos que le dan los ángeles al anunciar su nacimiento.

3- El significado de la Navidad 2015/16. A la luz del Mensaje de esta noche, concentrado en el acto supremo y definitivo de la misericordia de Dios, repasamos nuestra historia de Salvación.

Nuestro Padre, Dios misericordioso nos envía a su Hijo unigénito (cfr. Misericordiae vultus 2), en un Acto supremo y definitivo para que al Encuentro con Él, nos salvemos. Y como hace más de 2.000 años, tenemos en este 2015/2016 un Año de misericordia, un año santo, un año de conversión, a una vida diferente porque nueva.

Miremos a su Hijo Jesús, el rostro humano de Dios Padre misericordioso:

¿Quién y cómo es su Hijo? El Papa Francisco nos recuerda una expresión de San Agustín: “¿Pudo haber mayor misericordia para los desdichados que la que hizo bajar del cielo al Creador del cielo y revistió de un cuerpo terreno al creador de la tierra? Esa misericordia se hizo igual a nosotros por la mortalidad al que desde la eternidad permanece igual al Padre; otorgó forma de siervo al Señor del mundo, de modo que el Pan mismo sintió hambre, la Saciedad sed, la fortaleza se volvió débil, la Salud fue herida y la Vida murió. Y todo ello para saciar nuestra hambre, regar nuestra sequedad, consolar nuestra debilidad, extinguir la iniquidad e inflamar la caridad”. Lo hizo Jesús para motivar e impulsar las obras de caridad.

A pesar de haber recibido tanta misericordia, somos conscientes de que vivimos en un mundo muy ruidoso y ruin, que hasta sonríe a carcajadas, como unos payasos! Pero está muy ayuno de la verdadera alegría y felicidad que decimos perseguir. El Papa nos pide que riamos apasionadamente y lloremos seriamente, con los que ríen o lloran como nos decía el Apóstol. No podemos ignorar que la indiferencia y el individualismo egoísta en todos los ámbitos nos están matando. Hagamos brillar la vida de toda persona y de toda familia. Seamos esa LUZ GRANDE, que BRILLA EN LA TINIEBLA

4- El Año de la misericordia.
A parte de los programas, peregrinaciones y las Parroquias personales, que organizarán nuestras obras de misericordia a favor de los reclusos y las internas del Buen Pastor, y de los hospitalizados, quisiera rogarles encarecidamente, a cada uno, a cada familia, a que no “echemos en saco roto la gracia que se nos ofrece; porque este es el momento favorable” (cfr. 2Cor 6).

Los hijos de la Iglesia somos los primeros en pedir perdón por nuestros pecados. Pedimos perdón por las incoherencias, omisiones y escándalos, que hacen mucho daño, especialmente a los más pobres y necesitados. Prometemos redoblar nuestros esfuerzos, no tanto para reparar los daños, sino para pedir con ustedes al Señor que tenga piedad de nosotros y tengamos un País más fraterno, honesto, justo y solidario.

a.- Especial atención requieren la Catequesis catecumenal y familiar. La liturgia y las celebraciones sacramentales no han de estar vacías de contenido: la reforma litúrgica y las preparaciones previas estarán a nuestro alcance para participar mejor del sentido pascual de las mismas. Cultivaremos las celebraciones que destaquen el gusto, la belleza y la bondad del Señor, que nos recuerda: “gusten y vean qué bueno es el Señor” (Sal). La formación sistemática y permanente de los agentes de pastoral, y su testimonio esperan dar mucho fruto de conversión y de gracia de Dios.

b.- Recuperemos la oración personal y comunitaria. Aprendamos a rezar y a disfrutar de la cercanía, ternura y firmeza de Dios que está para acompañarnos en el camino de la vida, para ser felices. Y cuando recemos con la Escritura, con el método de la Lectio divina por ejemplo, podremos vivenciar lo que hoy escuchamos: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia. La “alegría” es el signo de la bondad de Dios. Experimentaremos los valores de las actitudes y virtudes de la fe y de la caridad: creceremos en la capacidad de escucha, diálogo y trabajo fraterno, como recibimos de la rica Tradición del “ora y labora”.

En este sentido, Nos motiva el testimonio de los niños que rezan con sus familiares y los jóvenes que comparten la oración con otros jóvenes en la catequesis y en los grupos juveniles. Pero son tantos aún los que ceden ante las tentaciones y engaños de una sociedad consumista y materialista, que no rezan ni se solidarizan con los pobres, los que viven sólo para sí!

c.- La comunión misionera será posible mediante la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales, siguiendo las orientaciones del Papa Francisco, por este Año de la misericordia. Reconocemos que estamos rezagados pero con la gracia de Dios nos pondremos a realizarlas.

¡Emmanuel significa: Dios con nosotros, y entre los hombres: una promesa desbordante! Porque un niño nos ha nacido… Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Es una de las más bellas profecías mesiánicas.

Esta palabra, engloba según la comprensión bíblica todos los bienes de salvación que Dios ofrece al hombre: desde los más espirituales hasta los más tangibles y experimentables.

En todas sus manifestaciones: la paz íntima del corazón zarandeado por innumerables preocupaciones, en las familias, en la convivencia cotidiana, en las relaciones públicas nacionales o internacionales. La paz que está amenazada por todas partes. Dios es un Dios de paz no de aflicción.

Esta Palabra hecha carne contrasta con la Guerra diseminada por varias partes. Hay mucha violencia, injusticia, sufrimiento de tantas familias y comunidades. El desprecio y menosprecio a la persona humana ha llevado a muchos a la indiferencia y al encierre de sí mismos en grandes murallas que los separan de los que sufren. No! Construyamos puentes y no murallas. A menudo las murallas, por intereses materiales o por dinero, crean los peores desastres humanos en las familias, porque el dios “dinero” sigue siendo terrible y devastador. Pero “el amor de Dios es más fuerte” (Repitamos: “el amor de Dios es más fuerte”) Esta Palabra nos ayudará a “llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos”…

Es cierto que vivimos en una época en crisis de valores. La Iglesia entablará puentes de diálogo con las ideologías que se cierran a la vida, a la sexualidad humana de varón y mujer, a la defensa de vida desde su concepción hasta su muerte natural, y a la familia fundada sobre el matrimonio. Hoy se nos invita a vivir en el tiempo presente con la búsqueda de sentido a la vida, en la verdad y en la ecología humana.

El mayor uso de todos los bienes y recursos de la naturaleza exige la justa distribución de los mismos. Las fuentes de producción energética, como Itaipú, Yacyretá, y las otras próximas a construir, como Corpus, Añacuá, etc…, al igual que la riqueza agro-ganadera, deben servir al Bien Común, y ayudar a superar la pobreza. Con tantas bendiciones que Dios nos dio con una tierra envidiable, regada por dos grandes ríos, el bienestar de las familias deberá ser la primera ocupación de los que conducen el destino de la Patria.

Navidad debería ser un momento privilegiado para que reflexionemos sobre nuestra actuación en todos los ámbitos: laboral, nacional e internacional para comprobar qué hemos hecho y qué estamos haciendo con los bienes que son de todos. La contemplación del pesebre de Belén plantea graves y urgentes interrogantes y está clamando por profundas y serias actuaciones de los discípulos-misioneros de Jesús.

La pasión misionera encomendada por el Señor Jesús nos debe inquietar para asegurar la vida digna de los asentados y damnificados. Una nueva categoría de pobreza, el de vivir al margen de la ciudad y del río, como si fuesen extraños a su propia nación: recuerda el hecho de que Jesús no tuviera albergue… tuviese que nacer en un pesebre. Más que un sentimiento la “caridad nos urge” (cfr. 2Cor 5,14), a buscar respuestas definitivas, como la Franja Costera norte y sur.

Ahora mismo, por la urgencia social, debemos emprender una Campaña de solidaridad que les permita sobrevivir a las ya 15 mil familias damnificadas por la creciente del Río. Se merecen vivir en barrios nuevos, modernos, donde las mismas familias bañadenses tengan lugar para vivir, en su territorio, con todos los servicios sociales, culturales, religiosos.

Son nuestros hermanos y compatriotas, seres humanos con derechos a una vida digna, y capaces de participar de un proceso de superación y mejoramiento de su estilo de vida. La dignidad y la vida misma son innegociables y constituyen el primer derecho humano, y por lo mismo objeto de una atención pastoral preferencial, que deriva de la voluntad de Cristo, nacido para toda la humanidad.

Mientras aguardamos las promesas y bendiciones para el Año que iniciamos, a Jesucristo, seguimos adelante. El misterio que celebramos esta noche nos invita a dirigirla mirada en tres direcciones: futuro, presente y pasado. El futuro con Esperanza, el presente con Pasión y el pasado con Gratitud, como nos lo han repetido los Religiosos en el Año de la vida consagrada.
En actitud de recogimiento y serena alegría, junto a José y María es necesario y urgente meditar en lo sucedido. Dios, infinitamente rico, pobre. Dios, infinitamente santo, asume nuestra condición humana menos en el pecado. Esta Buena noticia es la que cambia realmente nuestra vida, se celebra bien el Nacimiento del Príncipe de la paz! Y oramos para que una multitud escuche por boca del Señor: Dichosos los que promueven la paz porque ellos son hijos de Dios (Mt 5,9).

Con el mejor de los deseos hacemos votos por un venturoso y una bendecida Noche buena para cada uno de ustedes y sus familiares, por la intercesión de la Santísima Virgen María. GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y PAZ EN LA TIERRA A LOS HOMBRES QUE AMAN AL SEÑOR. Amén.

Monseñor Edmundo Valenzuela