SANTA MISA
HOMILÍA
Conmemoración de los Fieles Difuntos
Catedral Metropolitana de Asunción
Queridos hermanos y hermanas: Ayer celebrábamos la solemnidad de Todos los Santos. La Iglesia nos invitó a mirar la meta: aquellos que ya han llegado a la plenitud del amor en Dios. Hoy, en la Conmemoración de los Fieles Difuntos, recordamos a nuestros seres queridos que han partido antes que nosotros. La liturgia pone estas dos celebraciones juntas porque la vida, la muerte y la resurrección forman un único camino hacia Dios. Ayer contemplábamos la meta; hoy abrazamos el camino. Entre ambas realidades se tiende un puente de esperanza.
La muerte en Cristo no es ruptura, es encuentro. La muerte no es el final, sino un paso hacia el abrazo de Dios. Cuando Jesús murió en la cruz, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo (cf. Mt 27,51). Ese velo simbolizaba la separación entre Dios y la humanidad. Al rasgarse desde lo alto, queda claro que es Dios mismo quien abre el acceso a la Vida. La muerte dejó de ser muro; se convirtió en un umbral hacia la comunión con el Padre.
Los santos nos han mostrado cómo se atraviesa ese umbral santo. Santa Teresita del Niño Jesús, después de una larga agonía, decía: «No muero, entro en la Vida.» y sus últimas palabras fueron: «Dios mío, te amo.» La Beata María Felicia de Jesús Sacramentado (Chiquitunga) pronunció con serenidad luminosa: «Jesús… te amo… Virgen María…» San Juan Pablo II dijo: «Dejadme ir a la Casa del Padre.» Y San Francisco de Asís llamaba a la muerte hermana, porque sabía que ella conduce al abrazo del Creador. Ellos no murieron como quien se apaga; murieron como quien atraviesa una puerta hacia la Luz.
Ayer, además, la Iglesia vivió una alegría especial: el Papa León XIV declaró Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman, beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2010 y canonizado por el Papa Francisco en 2019. Newman enseñaba que la muerte es la plenitud de la verdad buscada por el corazón. Decía que en esta vida caminamos en claroscuro, entre luces y sombras, creyendo sin ver del todo, esperando sin poseer aún lo prometido.
La muerte es entonces el amanecer definitivo, donde lo que buscábamos por la fe se vuelve visión, y lo que esperábamos en la oración se vuelve abrazo. «Cuando Dios me llame, será para conducirme a la luz que mi alma buscó desde siempre.» Morir es ser recibido por el Amor que nos acompañó toda la vida.Así lo proclama San Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe.» (1 Cor 15,14). Sin la Resurrección, la muerte sería cierre, la fe sería consuelo vacío, la vida sería una marcha hacia la nada. Pero Cristo ha resucitado. Y porque Él vive, nuestros difuntos viven en Él. Y porque Él vive, también nosotros viviremos.
Por eso, en este Año Santo Jubilar, la Iglesia nos llama Peregrinos de la Esperanza. Pasar por la Puerta Santa es reconocer que la vida es un camino hacia Dios. Así como en la muerte atravesamos el velo hacia la eternidad, en la vida atravesamos la puerta de la gracia hacia la comunión con el Padre. Somos peregrinos de esperanza, caminamos hacia la Vida.
«Las almas de los justos están en las manos de Dios.» No se apagaron, no se alejaron: están en sus manos, donde hay luz, ternura y paz.
En cada Eucaristía, el cielo y la tierra se tocan. Hoy abrazamos en Dios a quienes amamos y nos precedieron.
Que el Señor nos conceda vivir nuestra vida como camino hacia Él, con amor y confianza, para que, cuando llegue nuestra hora, también nosotros podamos atravesar el velo amando.
Porque para quien ama, la muerte no es el final: es volver al Hogar.
ORACIÓN POR LOS FIELES DIFUNTOS
Señor Jesucristo, Redentor del mundo,
mira con rostro de misericordia a las almas de nuestros hermanos difuntos.
Que por tu pasión, muerte y resurrección,
se abran para ellos las puertas de la Vida eterna.
Dales, Señor, el descanso eterno,
y brille para ellos la luz perpetua.
Que la Virgen María, Madre de la Esperanza,
los acompañe al abrazo del Padre.
Amén.
+ Adalberto Martínez Flores
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