SANTA MISA
Jueves 25 de septiembre de 2025
HOMILÍA
“A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?”
El profeta Ageo denuncia al pueblo que se preocupaba por embellecer sus casas mientras el templo del Señor permanecía en ruinas:
“¿Y es momento de vivir en casas lujosas mientras que mi casa está en ruinas? Pensad bien en su situación. Suban al monte, traigan madera, construyan el templo, me complaceré en él y seré glorificado.” (Ag 1,4.7-8).
El mensaje del profeta Ageo nos interpela hoy y nos deja una pregunta que no podemos evadir: ¿cómo está nuestra casa? No solo la casa material en la que vivimos, sino la casa de la fe, la casa de la comunidad y la casa de la misión que se nos ha confiado. Tal vez necesita reparaciones, mantenimiento, restauración, ajustes en la convivencia fraternal o en la oración, para que sigamos testimoniando ser casa viva de Dios en medio nuestro. Casas con techos derruidos necesita restauración.
Herodes Antipas fue constructor de ciudades y fortalezas, pero terminó desterrado por su ambición y soberbia. Fue construyendo su propio destierro, traicionando y siendo traicionado: podía haber echado raíces para el bien de su pueblo y de sus gobernados, pero edificó sobre arena y su poder se derrumbó. La verdad que buscaba era solo curiosidad. Quería ver a Jesús como espectáculo, pero no reconocerlo como Señor. Esa misma curiosidad lo hizo capaz de decapitar al profeta Juan, y en su ceguera podía también llegar a decapitar al mismo Jesús, para calmar simplemente su curiosidad.
Santa Juana de Lestonnac: una casa fuerte de educación
Santa Juana de Lestonnac no tuvo un camino fácil. En su tiempo, las mujeres apenas tenían espacio en la vida pública o en la Iglesia, y mucho menos en la educación. Sin embargo, ella supo escuchar los susurros del Espíritu y abrir un camino nuevo. Tras enviudar y criar a sus hijos, Juana descubrió que Dios la llamaba a algo más. Aunque muchos pensaban que era demasiado mayor o que debía retirarse a la vida conventual, ella sintió un ardor interior: educar a niñas y jóvenes, convencida de que la formación era camino de liberación y de fe.
Se cuenta que en los primeros años en Burdeos, cuando las hermanas pasaban hambre y eran objeto de críticas, Juana repetía con calma: “Confianza, hijas mías, porque la obra es de Dios. Si es suya, no faltará lo necesario.” Esa fe sostenida en lo pequeño les permitió superar momentos de gran precariedad. También enfrentó la incomprensión de algunos que dudaban de la capacidad de las mujeres para dirigir una obra de educación. Ante esas resistencias, Juana respondía con paciencia y firmeza, recordando que María, la Madre de Jesús, había sido la primera maestra de la fe.
Así, entre lágrimas, pobreza y perseverancia, fue naciendo la Compañía de María. No como un edificio de piedra, sino como una casa fuerte de comunión y misión, hecha de mujeres valientes que, siguiendo a Cristo, abrieron caminos nuevos en la educación y en la evangelización. Construyendo más de 30 casas de la compañía de María en Francia y otros países.
El Señor es nuestra roca
El salmista proclama: “El Señor es mi roca, mi fortaleza, mi libertador; mi Dios es la peña en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.” (Sal 18,3). Esa es nuestra casa fuerte: el Señor mismo, roca segura.
La Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos y Religiosas (CLAR) invita a la vida religiosa reconocerse como Mujeres del Alba. Como aquellas mujeres que al amanecer fueron al sepulcro y descubrieron la tumba vacía. Estamos todos llamados a proclamar que la noche no es permanente, que ya amanece el día nuevo de Cristo resucitado, y que la esperanza es más fuerte que cualquier oscuridad.
Jesús nos enseña: “¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para acabarla?” (Lc 14,28). Así también, en nuestras asambleas, hacemos nuestros cálculos comunitarios, sostenidos por el Espíritu Santo: evaluamos el camino andado, miramos con esperanza hacia el futuro y lo hacemos anclados en el presente. Son cálculos de fe, discernimiento y compromiso con el carisma recibido, para seguir edificando la misión y que esta no se quede a mitad de camino. No son pocos los obstáculos encontrados en una construcción en procesos.
Construir la torre es hacerlo piedra sobre piedra, en la escucha activa y en el diálogo espiritual, vivido en el modo sínodal. En esta dinámica así podemos levantar el edificio de la comunión, fuerte en el Señor y abierto a los desafíos de nuestro tiempo.
Arquitectos y albañiles de comunión
Queridas hermanas, somos llamadas a ser arquitectos y albañiles de comunión, levantando santuarios que sean casa fuerte, refugio de la presencia transformadora de Dios. Y lo hacemos conscientes de que todo nuestro esfuerzo se orienta a construir la casa de Dios, el Reino de Dios (la presencia viva de Dios en medio nuestro y de la historia, cuando se cumple su voluntad de amor, de justicia, de paz y de fraternidad).
Santa María,
Madre y Señora de la Compañía de María,
bajo tu manto nos cobijamos como comunidad.
Enséñanos a vivir el discernimiento comunitario
con paciencia, fidelidad y apertura al Espíritu.
Haznos firmes en la comunión,
valientes en la misión
y creativos en el servicio educativo y evangelizador.
Que, siguiendo el carisma de Santa Juana de Lestonnac,
sepamos ser Mujeres del Alba,
anunciadoras de esperanza en medio de las noches
y constructoras de la casa fuerte de Dios,
que es su Reino de amor, de justicia, de paz y de fraternidad.
Amén.
Adalberto, Card. Martínez Flores
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