El pasado 8 de mayo, el humo blanco de la chimenea de la Capilla Sixtina anunciaba al mundo la elección del Papa León XIV. Una hora después, en su primer discurso, el Pontífice, desde el balcón de la plaza de San Pedro —rebosante de alegría— saludaba al mundo y a la ciudad con estas palabras:

“¡La paz esté con ustedes!… Vivir nuestra fe… sentir en nuestro corazón que Jesucristo está presente y saber que Él nos acompaña siempre en nuestro camino… caminemos todos juntos.”

El Papa León enfatizó la importancia de la paz en su primer discurso desde el balcón de la Basílica de San Pedro, el 8 de mayo. Se dirigió a todos los pueblos y naciones, deseando que la paz estuviera con ellos.

El Papa no solo habló de paz, sino que también ofreció la mediación de la Santa Sede para facilitar el diálogo entre los enemigos y ayudar a los pueblos a encontrar la paz y la dignidad. Hizo un llamado a la humanidad para que no permita que las armas ahoguen el grito por la paz y recordó que ningún conflicto es lejano cuando está en juego la dignidad humana.

En el Evangelio de hoy (Lc 10, 1-12), dirigiéndose a los setenta y dos discípulos, les dice:

“Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni mochilas, ni sandalias, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá.”

El Señor los envía a la misión despojados de seguridades humanas, aligerados de pesos innecesarios, para confiar y cargar de fe las mochilas del corazón, convencidos de que el Señor Jesús es el único camino verdadero; Él es la alegría que llena el corazón de plenitud.

Para ser anunciadores y sembradores de paz, como lo ha sido Jesús el Señor, que también caminó entre lobos maquillados de ovejas para defender a las ovejas. Caminó como cordero manso, pero como fuego que arde para desechar el pecado, para sacudirse el polvo de las discordias y divisiones.

Isaías 2,11:

“La mirada altiva del hombre será abatida, y humillada la soberbia de los hombres; el Señor solo será exaltado en aquel día.”

Será glorificado cuando podamos abrir surcos para cultivar semillas de bonanza y no cultivar pólvoras y minas humanas para matar. Será glorificado cuando nos despojemos de armas mortales y las espadas se conviertan en rastrillos y arados para abrir caminos de salvación y sanación.

El 5 de julio, Alessandro tomó violentamente del brazo a María y la arrastró hasta la cocina, trancando la puerta. Al no conseguir que la víctima se sometiera, la acuchilló.

Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña aún no hubiera sucumbido a sus heridas. Al diagnosticar que no tenía cura, llamaron al capellán. María se confiesa, no deja de rezar y ofrece sus sufrimientos a la Santísima Virgen, Madre de los Dolores.

En el momento de darle la Sagrada Comunión, el sacerdote le preguntó si perdonaba de todo corazón a su agresor. Ella respondió:

“Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al Paraíso. Quiero que esté a mi lado. Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.”

Era el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde, cuando partió a la Casa del Padre. Tenía once años. Once años. La niña, herida de muerte por catorce puñaladas, sufre el martirio por defender su fe y su dignidad humana.

¿De dónde le surgía tanta sabiduría? Ella, una campesinita de Corinaldo, Italia…

Como decían de Jesús: ¿De dónde tanta sabiduría saca un carpintero de Nazaret como era Él?

Nos enseña que la sabiduría y el amor de Dios residen en aquellos que tienen un corazón humilde. Servidora, como María Goretti.

Para calmar la angustia de su mamá, Assunta, María le decía:

“Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!”

Ella nos enseña a seguir luchando, como san Pablo nos enseña hoy (Gálatas 6, 14-18), donde nos dice que su fuerza y orgullo es la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Porque en Cristo Jesús, de nada vale estar circuncidado o no, sino el ser una nueva creatura.

Para que todos vivan conforme a esta norma —y también el verdadero Israel—, la paz y la misericordia de Dios.

“Llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo. Amén.”

María Goretti vivía en comunión con Dios Amor. También ella llevó las marcas del Crucificado: las heridas y llagas del sufrimiento social. Ella también, como cordero manso, como Jesús, quien desde el púlpito de la cruz supo perdonarnos cuando lo coronamos con más de catorce espinas y lo herimos con las espadas de nuestros propios desprecios.

Y cuántas puñaladas más filosas que las dagas y el cuchillo se infligen hoy, cuando se agrede a los niños y niñas con abusos, aprovechándose de su inocencia y de su dignidad de personas. El grito clama al cielo para decir: ¡basta!

Es un sagrado deber que el papá, la mamá, la abuela, las tías sean los primeros responsables de la custodia, resguardo y protección de la integridad de sus hijos e hijas, en defensa ante la epidemia de maltratos y abusos infantiles en nuestra sociedad.

Sabiendo resguardarles, siendo celosos vigilantes por su bienestar y crecimiento integral y digno.

Las heridas de los abusos lastiman para siempre. Hay corazones profundamente llagados por estas lacras sociales.

La misma Iglesia, nuestra parroquia, debe ser un espacio seguro, y también púlpito para trabajar, educar, enseñar y conformar equipos de prevención contra el abuso de menores y adultos en situación de vulnerabilidad.

Para sus hijos, para trabajar por instaurar la cultura del cuidado y del buen trato entre todos, que debe ser un cotidiano ejercicio. Valorando a cada ser humano en su justa y divina dimensión.

Todos estamos llamados a ser vigilantes por nuestros niños, denunciar estos ilícitos y prevenir que menores y personas en situación de vulnerabilidad sigan siendo víctimas de las espinas y cuchillos de la violencia brutal, de los acosos y malvadas insinuaciones.

¡Santa María Goretti, necesitamos tu testimonio de vida!

Tú defendiste la dignidad de la mujer rechazando ser usada como objeto de una pasión sin corazón y sin amor.

Tú comprendiste la diferencia fundamental que hay entre la libertad y el egoísmo, y gritaste con toda la fuerza de tu sangre que el mal está mal porque hace mal.

Tú defendiste el amor verdadero, el amor que nace de la pureza para donarse generosamente; el amor que acepta a los hijos en esa fiesta que es la familia.

Ruega por los jóvenes y los adultos de hoy, que corren el riesgo de no saber amar más. Ruega para que la pureza del corazón sea redescubierta como liberación del egoísmo, como promesa del mejor don, como condición para poder amar como Dios ama, que es el Amor.

¡Santa María Goretti, ruega por nosotros!

 

† Adalberto Card. Martínez Flores

6 de julio de 2025