DIOS REINE EN NUESTROS PECHOS, EN CADA HOGAR Y EN EL PARAGUAY
Hermanas y hermanos en Cristo:
Hoy cerramos el año litúrgico con la Solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo. (Francisco, 2013).
Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos dirigirnos en las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, haciendo una opción por El que es camino, verdad y vida, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.
En Paraguay, este día de Cristo Rey lo dedicamos al Laico. Esta coincidencia tiene un profundo sentido eclesial y pastoral. La Iglesia existe para evangelizar por el mandato del Señor: vayan por el todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura (Mt. 28:19). Su razón de ser es que todo el pueblo y todos los pueblos reciban el anuncio del Evangelio y la salvación que el Padre nos ofrece por medio de Jesucristo, muerto y resucitado.
En el Evangelio vemos y reconocemos a qué Rey anunciamos y servimos; un Rey que tiene como trono la Cruz y cuya corona es de espinas, que fue despojado de su manto; un Rey cuyas manos, en vez de anillos de oro y diamantes, tenía clavos y sangre.
Es un rey que no se salva a sí mismo. Es un mesías no mesiánico que no recurre a gestos de fuerza ni a demostraciones de poder. El gran signo que despierta la fe del creyente en este Rey-Servidor es su determinación completa de olvidarse de su propia angustia y su propio miedo, para entregarse obedientemente al servicio del Reinado del Padre. El Señor Jesús fundamentó su realeza en su condición de servidor obediente.
Jesús ha conseguido su reinado con la obediencia que culmina en la muerte en la cruz, obteniendo la salvación definitiva para todos los hombres.
Mi reino no es de este mundo, dice el Señor, pero es para este mundo. Esto significa que el Reino de Dios está cerca y su instauración en el mundo, con sus valores de redención y de liberación, es misión fundamental de la Iglesia. El mundo necesita y espera la instauración del Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz.
Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condiciónn más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. (Francisco, 2016).
Cristo es Rey y primero en todo, pero como Él mismo lo dijo: “no he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28). Los cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en los hermanos, con la dignidad que merecen todos. Para el cristiano, reinar es servir como Cristo sirve (Cf. CIC 786). Somos reyes cuando sabemos dominar y acallar todo aquello que nos aparta de Dios, cuando somos dueños de nosotros mismos y de las circunstancias que nos rodean. Estamos llamados a encarnar esta autoridad en el mundo que necesitamos transformar. (Cfr. Carta Pastoral año del laicado, 2021).
La Iglesia, Pueblo de Dios, tiene el mandato de llegar hasta los confines del mundo para anunciar que el Reino de Dios está cerca. En palabras del Papa Francisco, la alegría del Evangelio debe llegar no solo a las periferias geográficas sino también a las periferias existenciales.
El desafío de esta tarea que nos encomienda el Señor es tan grande, que necesita movilizar el compromiso de toda la Iglesia y de todos sus miembros. Para cumplir eficazmente esta misión, la responsabilidad de los laicos es central y nace de su compromiso bautismal.
El Reino de Dios y su justicia deben impregnar todos los ambientes y todas las situaciones que afectan a la persona humana y a la sociedad. Los laicos están llamados particularmente a hacer presente y operante el Reino de Dios en los ambientes donde solo a través de ellos la Iglesia puede ser sal de la tierra, luz del mundo y fermento para en la masa (Cfr. Lumen Gentium, 33).
Los laicos serán eficaces instrumentos del Evangelio cuando manifiesten a Cristo Rey con el testimonio de la vida y de la palabra dentro de la vida ordinaria, en especial en la vida matrimonial y familiar.
Esta es la vocación primera del laico: hombres y mujeres que, como Iglesia, viven en el corazón del mundo, en las familias, en las fábricas, en el mercado, en las chacras, en las oficinas, en la política, en los cargos y funciones de responsabilidad en el gobierno, sobre todo en el Poder Judicial, en la Fiscalía, en el Congreso; en la función pública; así también en las instituciones educativas, en la economía, en el mundo de las empresas; en el deporte, en las comunicaciones.
El laico es aquel que es capaz de Hablar de corazón esto significa “dar razón sobre la esperanza que hay en nosotros” (cf. 1 P 3, 14-17) y hacerlo con mansedumbre, utilizando el don de la comunicación como un puente y no como un muro. “No debemos tener miedo de afirmar la verdad, a veces inconveniente, que encuentra su fundamento en el Evangelio, pero no debemos separar este anuncio de un estilo de misericordia, de participación sincera en las alegrías y en los sufrimientos del hombre de nuestro tiempo, como nos enseña de manera sublime el pasaje evangélico que narra el diálogo entre el misterioso caminante y los discípulos de Emaús. (Hablando desde el corazón: Veritatem facientes in caritate (Ef. 4:15), tema de la 57 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales)
Estamos viviendo un conflicto dramático a nivel global, se hace aún más necesario afirmar una comunicación abierta al diálogo con el otro, que favorece un ‘desarme integral’, que se esfuerza por desmantelar la ‘psicosis de la guerra’ que acecha en nuestros corazones, como urgía proféticamente San Juan XXIII, hace 60 años en la Pacem in Terris. Es un esfuerzo que se requiere por parte de todos, estamos llamados a ejercer la misión para construir un futuro más justo, más fraterno y más humano”. Hacemos un llamado a la paz, porque Cristo es el Rey de la paz!
La vocación del laico es santificar el ambiente, impregnarlo del Evangelio. Por ello es central no separarse del mundo, sino vivir inserto en él y, desde él, evangelizar.
En nuestra carta pastoral, los obispos afirmamos que es necesario y urgente el protagonismo de los laicos para que nuestra evangelización sea eficaz, desde un modelo de Iglesia en salida, misionera, que no teme mezclarse con el mundo para que, desde los valores del Reino, contribuya a transformar las situaciones de pecado que oprimen a nuestro pueblo: la corrupción, la inequidad, la violencia silenciosa de la pobreza que excluye y descarta a los más débiles, niños y ancianos, indígenas y campesinos, jóvenes sin oportunidades ni horizonte para sus vidas, familias desestructuradas, agresión al medio ambiente, entre otros males que padecemos en el Paraguay. En estas y otras penosas realidades son partícipes los laicos, sea por acción o por omisión.
Les invitamos a que no queden indiferentes a las cosas públicas, ni replegados dentro de los templos, ni que esperen las directivas e indicaciones eclesiásticas de arriba, para luchar por la justicia, por formas de vida más humanas para todos.
Una sociedad más justa y equitativa, donde impere el bien común, es tarea de la política y de los políticos. Por ello, exhorto a los laicos católicos y a las personas de buena voluntad que se dedican a la política y ocupan cargos de responsabilidad en las instituciones públicas y privadas, que les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres y que trabajen decididamente por el bien común y por la promoción humana integral de todos los que habitan el suelo patrio.
Al final de los tiempos, Cristo Rey nos llamará a estar a su derecha o a su izquierda conforme hemos vivido el mandamiento del amor. “Los pobres nos facilitan el acceso al cielo; por eso el sentido de la fe del Pueblo de Dios los ha visto como los recepcionistas del cielo.” (Francisco, 2019):
La salvación comienza con la confesión de la realeza de Cristo, Cristo es el Señor, y al mismo tiempo la profesión de imitar sus obras, ssu misericordia a través de las cuales Él realizó el reino. Quien las realiza demuestra haber acogido la realeza de Jesús, porque hizo espacio en su corazón a la caridad de Dios. Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor, en la proximidad y en la ternura hacia los hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o no en el reino de Dios, nuestra ubicación en una o en otra parte. Jesús, con su victoria, nos abrió su reino, pero está en cada uno de nosotros la decisión de entrar en él, ya a partir de esta vida —el reino comienza ahora— haciéndonos concretamente próximo al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis. Y si amaremos de verdad a ese hermano o a esa hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más valioso que tenemos, es decir, a Jesús y su Evangelio. (Francisco, 2014).
Hermanas y hermanos, sean discípulos misioneros del Señor. Vayan y anuncien la Buena Nueva a nuestro pueblo; transformen su familia, defiendan los valores familiares, sean protectores de la vida, educadores de los valores evangélicos a sus hijos, nietos, sean fermento de esos valores en su lugar de trabajo, estudios, participen en la vida pública, en las organizaciones vecinales, en su partido político, en las cooperativas… sean fermento en la masa; iluminen con el testimonio de su vida las sombras del pecado que amenazan la dignidad de los más pequeños, de los pobres, de los vulnerables de nuestra sociedad.
Hagamos realidad aquella hermosa canción de la Iglesia en la que los paraguayos decimos que amamos a Dios y lo entronizamos como Rey.
A Dios queremos públicamente, cual Rey supremo en la sociedad, reciba culto en cada mente, también le ofrece cada ciudad. Dios viva en nuestros pechos, Dios viva en cada hogar; bajo dorados y humildes techos, tenga en la Patria donde Reinar.
Que así sea.

Asunción, 20 de noviembre de 2022, Solemnidad de Cristo Rey

+ Cardenal Adalberto Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción