SANTA MISA
HOMILÍA
SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Mensaje de Navidad, 2025
1. Alegrémonos y regocijémonos, porque así nos invita la liturgia de esta Nochebuena. El ángel del Señor nos anuncia: “No teman; les traigo una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Esta alegría no es superficial ni pasajera; es la alegría profunda de saber que Dios no nos abandona, que entra en nuestra historia y camina con su pueblo.
2. El Salmo 96 que hemos proclamado canta: “Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe” (Sal 96,13). Ese orbe es toda la creación: el cielo, la tierra, los mares, los campos, los árboles, los astros y las estrellas. Todo el cosmos se estremece de gozo, porque el Señor viene a reinar con justicia y rectitud.
3. Esas estrellas iluminaron la pequeña cueva donde nació Jesús y parecieron velar, en silencio, el humilde pesebre. Hoy siguen brillando sobre nuestras casas, pueblos y ciudades, recordándonos que ha nacido Jesucristo, la Luz del mundo. Él mismo nos lo dirá: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
4. El profeta Isaías lo había anunciado con esperanza: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio… Príncipe de la paz” (Is 9,5). El poder de este Niño no es dominio ni violencia, sino servicio, cercanía y misericordia. Su reino se edifica con justicia y derecho, desde ahora y para siempre.
5. San Pablo, en la carta a Tito, nos recuerda que “la gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres” (Tit 2,11-13). Esa gracia educa nuestra vida y nos enseña a vivir con sobriedad, justicia y fidelidad a Dios, mientras esperamos la gloriosa venida de Cristo Jesús, nuestra esperanza.
6. En esta noche santa, una imagen sencilla ocupa el centro de nuestra celebración: un pesebre y un niño. La señal dada a los pastores es humilde: “Un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre” (Lc 2,12). Dios elige la fragilidad para manifestar su amor, para que nadie se sienta excluido.
7. Las Escrituras nos enseñan que la Buena Noticia comienza por los últimos. El anuncio del nacimiento de Jesús fue confiado a los pastores, hombres sencillos y marginados. Jesús mismo lo confirmará más tarde: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25).
8. Atraídos por la luz, junto a los pastores, también llegaron los sabios y magos venidos de Oriente. Pobres y ricos, campesinos y eruditos, todos se pusieron en camino. No se dejaron deslumbrar por la grandeza de los astros, sino por la luz humilde que brotaba de ese pequeño pesebre, sostenido por trocitos de madera.
9. Ese canto navideño de los “dos trocitos de madera” nos habla también de la vida concreta de nuestro pueblo: de la mesa compartida, de los frutos de la tierra, de la sandía, el chipá, las naranjas, la paková; de los techos levantados solidariamente entre vecinos y de los proyectos sociales y estatales que buscan una vivienda digna.
10. Desde la Pastoral Social, lo hemos podido comprobar en el centro comunitario de la Chacarita, en el cierre del año. Allí la fe se hizo compromiso concreto: niños, adolescentes, jóvenes, familias y adultos mayores se acercaron al pesebre para ofrendar el trabajo del año, las cosechas del bien comunitario, el esfuerzo de pescadores, albañiles, costureras, artesanas y tantos otros.
11. Ese es el camino de Jesús. Desde pequeño y durante toda su vida pasó haciendo el bien, sanando a los enfermos y levantando a los caídos (cf. Hch 10,38). Y con la misma firmeza denunció el mal, la corrupción y toda religiosidad vacía de amor.
12. En el pesebre aprendemos a valorar la vida en todas sus etapas: desde la concepción hasta su pleno desarrollo. Valorar la vida es acompañar a los enfermos, a quienes luchan contra el cáncer y otras patologías, sosteniéndolos con cercanía, oración y esperanza.
13. El mejor villancico que podemos ofrendar no es solo el que cantamos con la voz, sino el que se expresa en una vida entregada. Cuando nos acercamos y somos solidarios en hospitales, centros asistenciales, reclusorios, con migrantes, personas en situación de calle, hogares de mujeres embarazadas y abandonadas, albergues para niños y jóvenes, hogares para adultos mayores, centros de cuidado de mujeres indígenas y comedores comunitarios, nuestra fe se vuelve canto vivido.
14. Cuando nos acercamos y somos solidarios con niños, adolescentes, jóvenes y adultos vulnerables heridos por abusos sexuales, de poder, de conciencia y espirituales, reconocemos en ellos el rostro sufriente de Cristo. Y ese rostro no queremos solo reconocerlo, sino abrazarlo con obras de misericordia, ayuda concreta, justicia y acompañamiento. “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).
15. Esta solidaridad no se agota en gestos personales. También debe expresarse en políticas públicas justas y solidarias. Como recuerda el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, “la política, tan denigrada, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (EG 205). Una fe auténtica impulsa a promover tierra, techo, trabajo, salud y educación para todos.
16. La Navidad es también tiempo de oración en familia. Aunque falte el pan material, la oración sostiene la esperanza y nos compromete a construir la paz, rechazando la violencia, el odio y toda forma de muerte.
17. Alrededor del pesebre, en nuestras familias y hogares, la esperanza no se apaga; al contrario, crece. Iluminados por la estrella de la fe, la esperanza y la caridad, aprendemos a reconocernos hermanos.
18. Dos trocitos de madera bastan. Un poco de barro, manos unidas y corazones abiertos. Esta es la buena noticia de esta noche santa: Dios vuelve a nacer entre nosotros.
24 de diciembre 2025
Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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