Esperanza para los privados de libertad y para las personas que padecen por consumo

El mensaje que la Palabra de Dios quiere comunicarnos hoy es ciertamente de esperanza, de esa esperanza que no defrauda.

Uno de los siete hermanos condenados a muerte por el rey Antíoco Epífanes dice: «Dios mismo nos resucitará» (2M7,14). Estas palabras manifiestan la fe de aquellos mártires que, no obstante, los sufrimientos y las torturas, tienen la fuerza para mirar más allá. Una fe que, mientras reconoce en Dios la fuente de la esperanza, muestra el deseo de alcanzar una vida nueva.

Del mismo modo, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús con una respuesta sencilla pero perfecta elimina toda la casuística banal que los discípulos le habían presentado. Su expresión: « El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará” (Mt 16, 24-25).

Dios nos anima. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20,38), revela el verdadero rostro del Padre, que desea sólo la vida de todos sus hijos. La esperanza de renacer a una vida nueva, por tanto, es lo que estamos llamados a asumir para ser fieles a la enseñanza de Jesús.

La esperanza es don de Dios. Debemos pedirla. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor. Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar fruto. En primer lugar, la certeza de la presencia y de la compasión de Dios, no obstante, el mal que hemos cometido. No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios. Donde hay una persona que se ha equivocado, allí se hace presente con más fuerza la misericordia del Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación, paz.

Hoy. Podemos decir, celebramos el Jubileo de la Misericordia y de la Esperanza para los hermanos y hermanas reclusos. Y es con esta expresión de amor de Dios, la misericordia, que sentimos la necesidad de confrontarnos. Ciertamente, la falta de respeto por la ley conlleva la condena, y la privación de libertad es la forma más dura de descontar una pena, porque toca la persona en su núcleo más íntimo. Y todavía así, la esperanza no puede perderse. Una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos, y otra cosa distinta es el «respiro» de la esperanza, que no puede sofocarlo nada ni nadie. Nuestro corazón siempre espera el bien; se lo debemos a la misericordia con la que Dios nos sale al encuentro sin abandonarnos jamás (cf. san Agustín, Sermo 254,1).

El preocupante fenómeno de la droga

Por otra parte, en estos días estamos afrontado temas y problemáticas relacionadas con el preocupante fenómeno de la droga y las viejas y nuevas adicciones que obstaculizan el desarrollo humano integral. Toda la comunidad en su conjunto es interpelada por las actuales dinámicas socioculturales y formas patológicas derivadas de un clima cultural secularizado, marcado por el capitalismo de consumo, la autosuficiencia, la pérdida de valores, el vacío existencial, la precariedad de los vínculos y las relaciones. Las drogas, como ya se ha señalado en varias ocasiones son una herida en nuestra sociedad, que atrapa a muchas personas en sus redes. Son víctimas que han perdido su libertad a cambio de esta esclavitud, de una dependencia que podemos llamar química.

Es bueno recordar que, el consumo de drogas causa daños muy graves a la salud, a la vida humana y a la sociedad, todos estamos llamados a combatir la producción, el procesamiento y la distribución de drogas en el mundo. Es deber y tarea de los gobiernos afrontar valientemente esta lucha contra los traficantes de muerte. El espacio virtual se está convirtiendo en un espacio cada vez más arriesgado en algunos sitios de Internet, los jóvenes, y no sólo ellos, son atraídos y arrastrados a una forma de esclavitud de la que es difícil liberarse y que conduce a la pérdida del sentido de la vida y, a veces, de la vida misma.

Ante este preocupante panorama, la Iglesia siente la urgente necesidad de establecer en esta nuestra sociedad actual una forma de humanismo que sitúe a la persona humana en el centro del discurso socioeconómico y cultural; un humanismo que tenga como fundamento el “Evangelio de la Misericordia”. De ahí que los discípulos de Jesús se inspiren para llevar a cabo una acción pastoral verdaderamente eficaz a fin de aliviar, curar y sanar los muchos sufrimientos vinculados a las múltiples dependencias presentes en esta nuestra sociedad.

En este sentido, la Iglesia, junto con las instituciones civiles, nacionales e internacionales y los diversos organismos educativos, está activamente comprometida en la lucha contra la propagación de las adicciones, movilizando sus energías en proyectos de prevención, tratamiento, rehabilitación y reinserción para devolver la dignidad a quienes han sido privados de ella. Para superar las adicciones es necesario tener un compromiso entre todos, involucrando a las diferentes realidades presentes en el territorio en la implementación de programas sociales orientados a la salud, al apoyo familiar y, sobre todo, a la educación. En esta perspectiva me uno a las intenciones de las diversas instituciones que trabajan en ello para pedir una mayor coordinación de las políticas de lucha contra la droga y contra la dependencia, así como la creación de redes de solidaridad y proximidad con los afectados por estas enfermedades.

Finalmente, felicito a todas las personas e instituciones por la contribución que vienen realizando en cuanto a estudio y reflexión para superar este flagelo. Les animo a que continúen, en los distintos ámbitos en los que trabajan, su labor de animación y apoyo también a favor de los que han salido del túnel de las drogas y de las distintas adicciones. Estas personas necesitan la ayuda y el acompañamiento de todos nosotros, para que, a su vez, puedan aliviar el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas que están en dificultad. Encomiendo el compromiso y las buenas intenciones a la intercesión de María Santísima Salud de los Enfermos y, queremos poner bajo su especial protección esta gran tarea. Esperamos que Ella muestre a todos los aquejados por este terrible mal de la droga a su Hijo Jesucristo, y en Él todos encontremos esos profundos valores que llenen la vaciedad de la vida de tantos en la sociedad actual; que el Señor Jesús nos dé a todos el auténtico sentido de la existencia en su muerte y resurrección, único horizonte válido para poder aceptar morir y vivir. Que la alegría y la paz del Señor esté en ustedes y en este camino de la Pastoral de adicciones. Así sea.

Mons. Ricardo Valenzuela

Obispo de la Diócesis de Caacupé