Hoy 6 de abril, se celebra el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz (en homenaje a la inauguración de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, un mismo día, pero de 1896, en Atenas hace 129 años) para destacar el poder del deporte para fomentar cambios positivos, superar barreras y trascender fronteras. En la Arquidiócesis de Asuncion ya tenemos la pastoral del deporte, justamente para animar y fomentar a través del deporte, de las actividades físicas y juegos en equipo, el equilibrio entre mente sana y cuerpo sano. Hay proyectos ya en ejecución de torneos deportivos en parroquias, escuelas, colegios, en la penitenciaria de internos privados de su libertad. La práctica del deporte o de ejercicios físicos son necesarios para el desarrollo equilibrado entre la mente y el corazón, entre el cuerpo y el espíritu. Mas acercamiento al deporte, más se logrará el alejamiento de nuestros niños, jóvenes, adultos del ocio, de la soledad, del sedentarismo que no son buenos consejeros, más bien son pésimos entrenadores de malas compañías. La práctica del deporte es para cambios positivos
El Papa Francisco, a quien ya vimos esta mañana muy animado saludando a la plaza, en una ocasión dirigiéndose a los deportistas les dijo: el deporte puede ser un símbolo de unidad para una sociedad, una experiencia de integración, un ejemplo de cohesión y un mensaje de concordia y paz. Hoy en día, tenemos una gran necesidad de una pedagogía de la paz – precisó el Papa – de fomentar una cultura de la paz, partiendo de las relaciones interpersonales cotidianas y llegando a las relaciones entre los pueblos y las naciones. Si el mundo del deporte transmite unidad y cohesión, puede convertirse en un formidable aliado para construir la paz.
La vida misma en un ejercicio para superar nuestras propias limitaciones. Superar barreras y trascender fronteras. Requiere entrenamientos cotidianos de perseverancia, resiliencia. La vida de María Felicia de Jesús Sacramentado es un ejemplo de mujer consagrada, desde pequeña entrenada para ofrendar toda su vida para transmitir la pedagogía de la verdadera fraternidad y la paz. Su vida ha sido un continuo ejercicio de caridad, ejercitando su mente, espíritu y corazón a fomentar y fermentar de Cristo la sociedad. Fermentarla de la buena levadura que es Cristo.
Ella escribía en sus memorias: “Siempre lo que más yo quise bien lo sabes Tú, que fue ser íntegramente apóstol para la fe defender. No me importaron las luchas, no me asustó el dolor; y aunque tuviera trabajos, ¡me bastaba con tu amor! En mis velas y en mis sueños y en mis horas de solaz, era tu amante figura la que me daba su Paz. Yo sólo ansiaba ser buena, yo sólo ansiaba tu amor, dar TODO aquí en este suelo en aras de tu Pasión. Ponía toda mi vida sólo en luchar sin cesar, por que te busquen y amen los que no saben amar!”
Ella, Chiquitunga es una Atleta de Dios, la que luchó y corrió la carrera, para competir y campeonar en caridad, desde pequeña, adolescencia y juventud, para finalmente alcanzar el podio de la santidad. Ha sido justamente elevada beata en un estadio. Ella siempre “jugando en equipo”, misionando como laica y luego como consagrada carmelita descalza. Campeona de la fe, sembradora de buenas obras, de justicia y de paz.
(1 Cor 9, 24-27) ¿Sabían que en las carreras del estadio todos corren, pero uno solo recibe el premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la aventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.
San Pablo, en su carta a los Corintios, nos recuerda que somos peregrinos, peregrinos de Esperanza, en esta la carrera, para alcanzar la anhelada y divina presea de los campeones, que viven en Cristo el Señor, al servicio de Dios y de los hombres, invirtiendo nuestra vida en caridad y justicia, como lo ha hecho Chiquitunga, y tantos santos de ayer y de hoy. Alcanzaremos asi, a ser coronados por la gloria de la nueva creación. Para alcanzar la meta, la vida es carrera de resistencia, de lucha, no solamente física sino también espiritual, donde hay fortalezas, éxitos, alegrías, pero también, cansancios, frustraciones y derrotas. Donde no siempre ganaremos, ni subiremos al podio más alto de los campeones, del oro, la plata o el bronce, lo importante es competir sanamente, honradamente y jugar en concordia en equipo.
(San Pablo a los filipenses: 3, 7-14)
El gran Atleta de Dios San Pablo Apóstol nos recuerda hoy en la lectura: hermanos: Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo…Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él, no porque haya obtenido la justificación que proviene de la ley, sino la que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.
Podríamos preguntarnos. Qué es lo más valioso en mi vida, para mi. Qué es lo que más me ocupa y preocupa, para alcanzar el tesoro ambicionado. Como, cuándo y dónde, alcanzar ese objetivo y meta que la consideramos super valiosa, y por la cual somos capaces de renunciar a todo con tal de conseguirlo. En qué invertimos tiempo y talentos, para conseguir ese valor. Pueden ser acumulación de valores monetarios, del tener, poder y placer, lo que nos mueve, apostando toda nuestra vida, breve por cierto, para quedarnos con los bolsillos y corazones vacíos? Al final de la vida seremos juzgados por la caridad. Debemos rendir cuentas al Señor, por la buena o mala administración de nuestros talentos.
Que le ha movido a San Pablo para considerar que todo eso era basura, para más bien ganar lo más valioso para el, Cristo el Señor. Como buen atleta de Dios, nos ha dejado la secuela para direccionar y alcanzar la meta de las metas y el mayor valor de los valores. Cristo el Señor, el amor de los amores. Pobres y lastimeros, son aquellos que corren contra la corriente de los valores evangélicos, y sociales para alcanzar e imponer sus propias ideas y ambiciones en detrimento de los necesitados, chocando y dando violentos golpes a los más débiles, ensañándose con los vulnerables, indigentes y desamparados. De los opresores que imponen sus propios apetitos, basuras y escombros, son y producen, porque no edifican el bien social, la justicia y la paz. Es más saturan de muerte y corrupción su entorno social. Son levaduras del mal y la muerte. Es lo que San Pablo consideró que todo lo que no era su fuente de vida, la fe en Cristo Jesús, era desperdicio, perdición y muerte. A pesar de sus dudas y debilidades.
La cuaresma es tiempo para direccionar nuestras vidas hacia el continuo ejercicio del bien, aspirando a los bienes de arriba, lo que incidirá en el bienestar de otros. Ejercicio por superar barreras de inequidades y trascender nuestras propias limitaciones y egoísmos. Que podamos correr esta carrera juntos superando las barreras de las divisiones, para cambios positivos, para alcanzar el desarrollo y la paz.
(Catecismo Iglesia Católica 1847). “Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros” (S. Agustín, serm. 169,11,13). La apertura de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. Quien esté sin pecado que tire la primera piedra. “Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9). Vete y no peques más.
06 de abril, año jubilar 2025
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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