En estos días, nuestro país ha sido sacudido por hechos profundamente dolorosos, que interpelan nuestra conciencia como sociedad. Primero, la trágica muerte de un joven en el puente Remanso, que nos interpela con fuerza sobre la urgencia de acompañar con sensibilidad a quienes más lo necesitan. Luego, el asesinato de un trabajador delivery, víctima de un acto de violencia perpetrado por un menor de edad, que nos revela el abandono de muchos jóvenes sin contención ni horizonte. Y, más recientemente, el feminicidio de María Fernanda, una adolescente de 17 años, embarazada, asesinada presuntamente por su pareja, que nos confronta con la brutal realidad de la violencia a la mujer.

A esto se suman los tantos casos de personas desaparecidas, especialmente niñas y mujeres, de quienes no volvemos a saber, y cuyos nombres muchas veces se pierden en el olvido, sin justicia ni respuesta. Estos hechos, distintos, pero profundamente humanos, revelan una dolorosa realidad: estamos fallando como sociedad.

Se quebranta la dignidad humana cuando una mujer es asesinada por el solo hecho de ser mujer y por querer ser madre. Estamos en deuda como sociedad cuando la salud mental se ignora o se estigmatiza, y cuando el sistema no ofrece respuestas reales ni accesibles. Se hace evidente nuestra fragilidad colectiva cuando las familias se encuentran solas y desamparadas ante los desafíos y las exigencias deshumanizantes de este tiempo.

Como Iglesia, no podemos permanecer en silencio. La vida es sagrada. Cada persona es imagen de Dios y merece ser acogida, protegida y valorada. No se puede hablar de una sociedad justa mientras persistan la violencia de género, el abandono institucional, el desprecio a la dignidad humana.

El abuso de poder, de conciencia y sexual va en contra del mensaje del Evangelio. Y hoy, no podemos dejar de ver que hay abusos que matan en silencio: el abandono a quienes sufren, la indiferencia ante el dolor ajeno, la violencia que se justifica o se calla.

Levantamos nuestra voz por justicia para María Fernanda y para todas las mujeres víctimas del feminicidio. Instamos a la implementación de políticas públicas adecuadas para nuestra población en situación de vulnerabilidad, en especial a las niñas y adolescentes, una atención integral a la salud mental, una actualización y reforma de nuestra educación que contemple el impacto de las nuevas tecnologías en nuestra juventud y un país que no abandone a quienes más necesitan apoyo.

No podemos permanecer indiferentes. La vida es sagrada y debe ser protegida desde su concepción hasta su muerte natural, sin excepciones.

Por ello, exhortamos a las autoridades que se definen como defensores de la vida y la familia a traducir esas declaraciones en acciones concretas: en políticas públicas que respondan integralmente a las necesidades reales de las personas y los hogares paraguayos. Defender la vida implica promover el acceso a la salud mental, garantizar una educación digna, empleo estable, seguridad social, vivienda y protección efectiva frente a todo tipo de violencia.

El Paraguay necesita despertar. No puede haber paz sin justicia, ni justicia sin verdad. Que no nos gane la costumbre, ni la resignación. Que la fe nos mueva a construir una cultura del cuidado, donde toda vida sea digna, amada y defendida.

Dirección de Comunicación y Oficina de Prensa

Arquidiócesis de la Santísima Asunción

Asunción, 06 de junio de 2025