Una de las veces en que la Madre Teresa de Calcuta ha legado a España le pidió un periodista, en la rueda de prensa, que diera como un consejo para los que trabajaban por los pobres. Ella respondió: «Que celebren bien la Eucaristía». Al periodista le pareció  que la hermana no le entendió  la pregunta y de nuevo le pregunto, explicándola mejor que también aquí, religiosos y laicos, se dedican a los más abandonados, y que les diera una palabra de aliento. “Que celebren bien la Eucaristía”, volvió a decir la Madre Teresa. “Si yo me dedico a los más marginados, y les atiendo, es porque acabo de comulgar. Al mismo Cristo, a quien he adorado y recibido en la Misa, es al que veo presente en la persona del prójimo, sobre todo de los más pobres».

Comulgar con su cuerpo y sangre es comulgar con el sufrimiento ajeno. Como Madre Teresa, San Damián de Molokai, de quien Madre Teresa era devota, y lo escogió como Santo Patrono de la Hermanas Misioneras  de la Caridad: (1840-1889) Damián concebía su presencia en medio de los leprosos como la de un padre entre sus hijos. Conocía los riesgos del trato cotidiano con sus enfermos. Tomando todas las precauciones razonables, consiguió durante más de una década escapar al contagio. Sin embargo, acabó enfermando también él. Con plena confianza en Dios, declaró en esos momentos: “Estoy feliz y contento, y si me dieran a escoger la salida de este lugar a cambio de la salud, respondería sin dudarlo: Me quedo con mis leprosos toda mi vida”. Damián comulgo plenamente con el sufrimiento de los desfigurados por la enfermedad.

El Cardenal Joseph Ratzinger en su testimonio dijo: Madre Teresa ya cumplió un milagro para la Iglesia Católica al abrirle camino en la India, tradicionalmente cerrada a cualquier forma de evangelización externa. Ella fue instrumento de la Providencia al llevar el mensaje cristiano en una manera tan fuerte y vibrante a una sociedad orgullosa de sus propias tradiciones y prácticas religiosas. Y encontró el lenguaje de la caridad, que es común a todas las religiones, para colmar el abismo existente entre los católicos, hindúes, musulmanes y budistas.

Lenguaje de la caridad es el Idioma de Dios: (Lectura del libro del profeta Isaías 58, 6-11). Así habla el Señor: Éste es el ayuno que yo amo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan.

Es el idioma que la Palabra de Dios nos transmite: (Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 4, 7-16)

Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él. Palabra de Dios.

Canonización de la Madre Teresa de Calcuta, 4 de sept. 2016 (Papa Francisco)

Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que «el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre». Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes -¡ante los crímenes!- de la pobreza creada por ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la «sal» que daba sabor a cada obra suya, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento.

Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres. Hoy entrego esta emblemática figura de mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro modelo de santidad. Pienso, quizás, que tendremos un poco de dificultad en llamarla Santa Teresa. Su santidad es tan cercana a nosotros, tan tierna y fecunda que espontáneamente continuaremos a decirle «Madre Teresa».

Esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión. Madre Teresa amaba decir: «Tal vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír». Llevemos en el corazón su sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura.

 

Adalberto Card. Martínez Flores, Arzobispo de Asunción

5 de septiembre de 2024