Vocación misionera
Oh glorioso San Blas, que con tu martirio has dejado a la Iglesia un ilustre testimonio de la fe, concédenos la gracia de conservar este divino don, y de defender sin respetos humanos, de palabra y con las obras, la verdad de la misma fe, hoy tan combatida y ultrajada.
El testimonio de San Blas obispo y mártir, patrono del Paraguay, nos enseña que los santos revestidos y ungidos por el Espíritu Santo en toda la historia la iglesia, se han constituido en anunciadores testigos del Evangelio. Apóstoles y misioneros, valientes defensores y propulsores de Buena Noticia.
En la carta de San Pablo a los romanos 5, nos dice que nos enorgullecemos de ser seguidores de Cristo, y también nos gloriamos (enorgullecemos) hasta de las mismas tribulaciones. San Blas por la persecución sufrida fue encarcelado. A pesar de los prodigios que el santo hacía en la cárcel, lo llevaron a juicio y como no quiso renegar de Cristo y sacrificar a los ídolos, fue condenado al martirio: primero lo torturaron y después le cortaron la cabeza con una espada.
Se conoce en la pasión de San Blas que mientras llevaban al santo al martirio, una mujer se abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y permaneció en oración. Un instante después el niño estaba completamente sano. Este episodio lo hizo famoso como milagroso en el transcurso de los siglos, y sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.
Hay muchas espinas que atraviesan el corazón de las personas, muchos dolorosos clavos que todavía hoy siguen atravesando las manos los pies y el costado del crucificado de tantos hermanos y hermanas que sufren grandes tribulaciones.
Como San Blas que se ha comparecido del niño para sanarlo, así también nosotros estamos llamados a compadecernos de las heridas y heridos que encontramos por el camino. Tal vez nosotros seamos los heridos del camino y todavía en nuestras propias pruebas y tribulaciones encontramos la constancia y la esperanza en aquel que ha vencido la muerte.
El 3 de febrero de 1895, en un día como hoy, día de San Blas patrono del Paraguay, a las 8 de la Mañana era consagrado en la Catedral de Asunción como Obispo del Paraguay Monseñor Juan Sinforiano Bogarín González. Con 31 años de edad se convertiría en uno de los pilares más importantes para el itinerario de reconstrucción Nacional del Paraguay, dirigiendo la diócesis hasta 1949. Recordado como el Reconstructor Moral de la Patria, Apóstol del Paraguay, Digno Prelado y Distinguido Ciudadano, entre otros. Nació en Mbujapey en 1863, quedó huérfano de padre y madre durante la terrible guerra del 70.
Como obispo y padre, ha tomado el báculo de Buen Pastor, para no dejar huérfanos físicamente, espiritualmente, moralmente a tantos hijos de la patria lastimada de muerte por la guerra grande. Hijos e hijas que han quedado desahuciados por la hecatombe del cruel martirio de una guerra tan injusta. Ante este altar se ha comprometido hace 130 años, a guiar a las ovejas dispersas y conducirlas al aprisco del Señor.
Dios todopoderoso, que lo ha hecho partícipe del Sumo Sacerdocio de Cristo, ha derramado sobre él, el bálsamo de la unción santa y con su bendición, hizo fecundo tu ministerio. Ha recibido el Evangelio para anunciar la palabra de Dios con sabiduría y perseverancia. Cuantas sanaciones y bendiciones a lo largo de sus 54 años de obispo del Paraguay y luego Arzobispo. Un digno hijo, de aquel que le ha inspirado, san Blas Obispo y Mártir, que el martirio es dar la vida por el rebaño. Liberar de las espinas clavadas en el corazón y la garganta de los cautivos de la Libertad verdadera que es Cristo el Señor.
Es mandato del evangelio la opción preferencial por los pobres, por los pequeños, por los indefensos. Es necesario escuchar a los más pobres de nuestra sociedad, cuyos rostros dolientes nos interpelan y cuya situación clama justicia. Vemos que nuestra sociedad está polarizada, dividida, confrontada, con actitudes sectarias que impiden la consecución del bien común. Hay una necesidad imperiosa de diálogo en la sociedad paraguaya y en la propia Iglesia como parte de la sociedad. Hay espinas de corrupción, de violencia y muerte que enfrentar con abnegación y valor.
La fraternidad y la amistad social, todavía en medio de la pandemia, son el camino para construir una sociedad mejor y sin exclusiones y sin corrupciones. Nos necesitamos todos, nos pertenecemos todos. El camino del diálogo, es también un camino fundamental, diálogo es misión y la misión que se hace diálogo, para buscar construir puentes y no muros, puentes de verdadera amistad social, en pos del bien común debe generar un nuevo estilo social y político.
En este día pedimos fervientemente al Señor que también nosotros podamos constituirnos en ilustre testimonio de fe, de misericordia, a ejemplo de nuestro Santo Patrono. Que podamos moldear como los santos, nuestros cantaros de barro, nuestros corazones frágiles, según el Corazón del Alfarero. Dios el Señor es el Divino Alfarero, “si al alfarero le salía mal el cántaro que estaba haciendo, la volvía a hacer, tal era el esfuerzo que el alfarero ponía para que su cántaro quedara bien. Así hizo Dios el Señor con su pueblo Israel. (Jr 18,1).
Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos bendigan, nos acompañen y nos fortalezcan para que seamos auténticos discípulos misioneros al servicio de los valores del reino para la transformación del Paraguay, a ejemplo del glorioso San Blas Obispo y Mártir. Que la Virgen María, junto a su esposo San José, ejemplo de vida y compromiso eclesial, intercedan por esta intención. Taupeicha.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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