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Homilía–Corpus Christi

 

Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo, Pan vivo bajado del cielo.

La comunidad católica celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Después de varios meses sin la presencia comunitario de los fieles en una celebración eucarística, hoy con gozo nos encontramos, después de mucho tiempo, por ahora en número reducido y distanciado uno de otro.
Hemos venido a celebrar al Pan de Vida, Pan bajado del cielo. Hoy, manifestamos nuestra presencia, no como individuos aislados, sino como comunidad de hermanos, recordando que un aspecto esencial de nuestra fe es la comunidad. Hoy esa comunidad vuelve a ser comunidad eucarística. Formamos un solo cuerpo en Cristo.
La Eucaristía constituye una real comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo; la cual, a su vez, genera la comunión en la comunidad eclesial. San Pablo utiliza el término “cuerpo” refiriéndose tanto al cuerpo de Cristo Eucarístico como al cuerpo de Cristo eclesial. La comparación del cuerpo es para explicar la unidad y la diversidad, porque hay diversidad de miembros con distintas funciones del único cuerpo (cf. 1Cor 12,12-27). Por tanto, la comida del único pan que es el Cuerpo Eucarístico de Cristo es comunión en el solo Cuerpo que es el Cuerpo eclesial del Resucitado al cual se unen todos los miembros. Es decir, la presencia real de Cristo en la Eucaristía es la causa y el fundamento de la presencia de Cristo en la comunidad de los creyentes. Esta verdad es la que nos hace católicos, diferenciándonos de las comunidades evangélicas.
Durante todo este tiempo hemos formado un solo cuerpo, en la cuarentena, en la familia vivenciada una verdadera “iglesia doméstica”, en la oración, en la participación virtual de las Misas. Pero, también, hemos sido un solo cuerpo en la caridad, mediante la solidaridad de miles de voluntarios para dar de comer a los que perdieron el trabajo y que tienen hambre, en los asentamientos, en los barrios más necesitados, en los bañados de nuestra ciudad. Hemos aprendido a despojarnos de algunas cosas para ser solidarios con nuestra Pastoral Social, una pastoral del amor solidario a los pobres. Fueron las mamás, en su gran mayoría las que se ofrecieron para organizar las ollas o comedores comunitarios. Gracias a ellas!
¿Será que hemos sido solidarios, colaborando con algún programa social? ¿Hemos colaborado en sostenimiento del culto, de las obligaciones sociales de la parroquia o de la propia escuela católica? Estos gestos de solidaridad, propios de los que se alimentan de la fe en el Cuerpo de Cristo, contrastan radicalmente con lo que rechazamos y denunciamos.
Hoy también vuelven a amenazar la libertad religiosa la corrupción y la necedad del Poder. Un sector del Poder Político que se ha corrompido gravemente y quiere someter a la Iglesia con arbitrariedades, con humillaciones, mientras se dedica al robo, a la malversación, al tráfico de influencias hasta niveles exasperantes. Los que juzgan que la Iglesia sería irresponsable, si en un gran templo participaran más de 20 personas, porque generaría “contagios masivos”. Los Pastores y fieles reclamamos objetividad, porque la arbitrariedad no tiene nada de ciencia ni comprensión de la verdad.
Pero el pueblo creyente no responderá con odio o anarquía a esta afrenta, sino con perdón, con oración y con sacrificio. Denunciaremos, eso sí, pero no responderemos con la misma moneda de iniquidad.
Esta es una fiesta que el pueblo creyente comprendió bien y lo incorporó con amor, a pesar de que de tanto en tanto se vuelven a poner en contra suya la corrupción, el odio y la tibieza. Pero Cristo triunfará. La verdad triunfará. Así es la Pedagogía de Cristo, así es el triunfo de Cristo, así es el consuelo de Cristo.
El evangelio de san Juan repite siete veces la palabra “comer”. Cuando Él dijo “Mi carne para la vida del mundo” inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”. La gente no entendía. Tampoco hoy hay gente que sigue no entendiendo. Son los que no tienen o han perdido la fe, que pretenden afirmar que la Misa es “para dar alivio psicológico a los fieles y necesiten encontrar algún refugio en la fe” (Dr. Juan Carlos Portillo, MSP). Con esas respuestas se descalifican en materia de fe cristiana.
Veamos, pues, cómo Jesús responde con siete afirmaciones a los que no entienden o no desean entender. En las siete afirmaciones se repite el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre, ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir el Amén Eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión con el Cristo glorioso, sentado a la diestra del Padre, pero presente Pan vivo en el sacramento. Un solo cuerpo unido a Él somos mucho, porque formamos la unidad en la diversidad, nos alimentamos de un mismo Pan que da la vida eterna.
Recordemos que hoy somos invitados a renovar nuestra fe en la presencia de Jesús en cada Eucaristía. Dentro de los tantos aspectos del misterio eucarístico, el Evangelio de hoy se concentra en su dimensión de alimento, de pan vivo, de carne y sangre. Así como hay necesidad de comer, de alimentarnos para poder mantenernos con vida; de la misma manera, Jesús nos dice que debemos recibirlo para tener vida cristiana, vida eterna. Es decir, se necesita aceptar la relación y distinción entre el aliento material y el alimento espiritual; entre la vida natural y la vida sobrenatural o eterna. Existe una relación necesaria entre alimento y vida, tanto en lo material, como en lo espiritual o sobrenatural.
A nivel sobrenatural, el alimento es el pan de vida, la Persona de Jesús; y el acto por el cual lo “comemos” o “asimilamos” es la fe como aceptación de la “atracción del Padre” que nos mueve a “ir hacia Jesús”, el Don del Padre. La fe acá es no sólo asentir intelectualmente sino fundamentalmente adherirse a la Persona de Jesús que nos regala el Padre.
El fruto principal del misterio eucarístico es la comunión vital con Jesús, en donde se encuentra nuestra salvación. Recibir la Eucaristía con fe nos lleva a reconocer en el amor del Padre la fuente de nuestra Vida y la orientación de la misma como lo vivió Jesús y nos lo comunica. La Eucaristía nos alimenta para la vida eterna, consecuencia de las anteriores, pues al ser “asimilados” por la Eucaristía se nos comunica la misma vida de Cristo Resucitado, es decir, la vida eterna. Es ya vivir un amor absoluto, total, superando ya las categorías de espacio y tiempo; además de ser para siempre, es eterno, infinito. La Eucaristía “produce” también la comunión entre los creyentes. Por eso decimos que la Eucaristía hace la Iglesia.
Así es pues la Iglesia. Comunión con el cuerpo de Cristo. Pero, comunión con los que sufren, los enfermos, los pobres, los marginados a quienes debemos alimentar no sólo con la comida diaria de los comedores sociales, sino con la predicación, la catequesis, las oraciones y adoraciones eucarísticas, por la conversión de los pecadores y el regreso a la Iglesia de los alejados. En fin, comunión misionera, llevando esperanza y soluciones a tantos sufrimientos.
Entonces, nuestras opciones deben ser de amor, de justicia, de solidaridad, de verdad. Nuestras actitudes deben acompañar las opciones con gestos concretos hacia quienes nos rodean. De Jesús eucarístico aprendemos a dar la vida por los demás. Todo eso es comulgar con el único Cuerpo de Cristo, el Pan de vida.
Al acercarnos a comulgar, después de mucho tiempo, cuánta emoción en el alma, cuánta gracia recibimos, con cuánto amor somos inundados. No nos quedemos en el sentimiento. Dejemos que el Pan de vida actúe en cada uno de nosotros con la fuerza del amor, que se expresa en signos concretos de justicia hacia los débiles, los oprimidos, los abatidos por el cansancio y de oración por la conversión de los pecadores, de los abusadores del poder público, de los corruptos a quienes se les debe obligar a devolver los bienes robados a la población.
¡Qué fuerza tiene la Eucaristía! El cristiano eucarístico es un don para la sociedad tan necesitada de amor, justicia y de paz verdadera.
Que María Santísima, la Mujer eucarística quien engendró a su Hijo, sumo y eterno Sacerdote, interceda por nosotros en esta hora en que se nos regala el gran misterio eucarístico para difundir el amor y la solidaridad, junto con la justicia y la paz.

+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitano