COMO SAN BLAS, SER TESTIGOS DE LA BUENA NOTICIA

 

Hermanas y hermanos en Cristo:

 

Hoy celebramos la fiesta de San Blas quien, junto con Nuestra Señora de la Asunción, es patrono del Paraguay. Es muy grato compartir la eucaristía en esta parroquia, dedicada a este santo, mártir por su fe en Jesucristo.

 

Cuenta el santoral que San Blas, obispo y mártir, prefirió la muerte que renegar de su fe, durante las últimas persecuciones a los cristianos, en tiempos del emperador Licinio, en el año 316 D.C. San Blas es uno de los santos de gran devoción en nuestro pueblo sencillo y es patrono del Paraguay desde 1538.

 

La liturgia de la Palabra nos presenta hoy el tema de la fe en Cristo como la condición y el medio fundamental para nuestra salvación. Por ello, la razón de ser de la Iglesia es el anuncio de la Buena Noticia de Jesús, el Señor, a todos los pueblos.

 

Mártir es aquel que da testimonio de su fe hasta derramar la sangre, como san Blas, como San Roque González de Santa Cruz y compañeros, y tantos cristianos que sufrieron persecución hasta la muerte por su fe. Pero también se puede considerar mártires de la fe a aquellos que han sufrido tribulaciones y grandes sufrimientos por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, aunque no tuvieran una muerte violenta, como San Francisco de Asís, San Pablo VI o la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga.

Como creyentes, debemos saber que no estamos exentos de pasar por situaciones difíciles, pero ellas tienen un propósito. San Pablo pide a los creyentes que vean y que asuman el sufrimiento como una forma de desarrollar el carácter. Es a través de los momentos difíciles que nuestra fe es pulida y nuestros corazones se acercan a Dios. El Señor nos da la esperanza para perseverar y no rendirnos.

San Pablo afirma que el hombre ha sido justificado gracias a la fe en Cristo: Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo… porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Romanos 5,1-4). Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de “paz” y de “esperanza”; paz que supera la tribulación, y esperanza que transforma el presente.

“La esperanza no defrauda porque, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.” (Romanos 5,5) ¡Qué bellas expresiones nos entrega el Apóstol!

El Espíritu Santo no nos hace solo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros —como Él y gracias a Él— “paráclitos”, es decir consoladores y defensores de los hermanos, sembradores de esperanza. Un buen cristiano siembra esperanza: siembra aceite de esperanza, siembra perfume de esperanza… Y son sobre todo los pobres, los excluidos y no amados quienes necesitan de alguien que se haga para ellos “paráclito”, es decir consolador y defensor, como el Espíritu Santo hace con cada uno de nosotros, consolador y defensor. Nosotros tenemos que hacer lo mismo con los más necesitados, con los descartados, con los que más lo necesitan, los que sufren más. ¡Defensores y consoladores! (Francisco, 31 de mayo de 2017).

Fe, esperanza y caridad son las tres virtudes teologales que caracterizan la vida del cristiano y que son fuente de su alegría. El cristiano auténtico expresa en su vida esas tres virtudes porque ha tenido la experiencia del encuentro con Jesucristo. Como dice el Papa Benedicto, no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. El cristianismo no es una moral; es un encuentro con una Persona: Jesucristo.

No puede haber encuentro con Jesucristo si no hay anuncio. El mayor regalo que podemos compartir con los hermanos es darles a conocer la Buena Noticia, el Evangelio, que haga posible sentir el amor y la misericordia de Dios, quien nos salva por la fe en Jesucristo.

Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará… Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no les ha sido anunciado? ¿Y cómo va a ser anunciado, si nadie es enviado? Por eso dice la escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias! (Romanos 10,13-15).

 

El Señor nos envía al mundo entero con una Misión: Proclamar el Evangelio. No se trata de una actividad especial reservada para algunos. Es Misión de todos. Anunciar el Evangelio es un mandato, no es opcional. Esa es la razón de ser de la Iglesia, de todos y de cada uno de los bautizados.

 

Dice la canción: “Yo soy tu evangelio, Señor” …Se trata de dar testimonio del amor de Dios con nuestras propias vidas ¿Y cómo damos testimonio del amor de Dios? Viviendo alegres, llenos de esperanza y amándonos los unos a los otros como Él nos ama. Es nuestro ejemplo de vida; son nuestros gestos, nuestras actitudes, nuestro modo de obrar, los que deben atraer a los demás. Que al vernos cómo nos amamos, cómo somos y cómo actuamos, otros quieran ser como nosotros y sigan a Cristo.

 

Anunciamos la buena noticia con nuestra coherencia de vida. Lo que somos grita más fuerte que nuestras palabras y discursos. El prójimo no debe seguir a Jesús por miedo, sino por el ejemplo irresistible de vida comunitaria y cristiana que ven en nosotros. Evangelizamos por atracción y no por proselitismo.

 

Todo lo que hacemos, hagámoslo por amor. El amor se refleja en el trato al esposo o esposa, a los hijos, a los padres, a los hermanos, a los vecinos, a los amigos y compañeros, al empleado, al subalterno.

 

El buen cristiano sobresale allí donde está, no porque busca adulación, ni ser destacado, sino porque su comportamiento es reconocido por todos como correcto, justo, derecho, honesto, equilibrado, misericordioso y solidario.

 

Esta es la razón por la que nuestra luz debe brillar: para que todos vean cómo somos, cómo vivimos y quieran imitarnos. Porque, de esta forma obtendrán la salvación. Hemos de cumplir nuestra Misión de ir por el mundo llevando el Evangelio, con nuestro ejemplo.

 

No es difícil entender por qué la gente le sentía a Jesús como «Buena Noticia». Todo lo que él decía les hacía bien: les quitaba el miedo a Dios, les hacía sentir su misericordia, les ayudaba a vivir comprendidos y perdonados. Toda su manera de ser era algo bueno para todos: era compasivo y cercano, acogía a los más olvidados, abrazaba a los más pequeños, bendecía a los enfermos, se fijaba en los últimos. Toda su actuación introducía en la vida de las personas algo bueno: salud, perdón, verdad, fuerza interior, esperanza. ¡Seamos como él!

 

Vayan y anuncien la buena noticia a todos, dice el Señor. “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (E.G. 23). Debemos llegar con la buena noticia de Jesús a las periferias geográficas y existenciales.

 

Anunciar es ser dóciles a la voz del Espíritu Santo, que nos pone en camino y nos da la fuerza. Anunciar es abrir la boca, abrir la vida y el corazón para compartir algo que es más grande que nosotros, la Buena Noticia de la salvación.

 

A 34 años de la apertura democrática en el Paraguay, estamos en momentos delicados en la vida de la nación y de la República. La corrupción, la impunidad y el crimen organizado privan a nuestro pueblo de la alegría de la paz que es fruto de la justicia; de una vida digna y plena para todos.

 

Invito a los fieles católicos, a las personas de buena voluntad, a los líderes políticos, sociales y económicos, a las comunidades eclesiales, a las organizaciones de la sociedad civil, a los partidos políticos, a realizar una evaluación serena de cuánto hemos avanzado en los valores de la Democracia en el Paraguay en estos 34 años.

 

Es necesario trabajar por construir una democracia participativa, basada en la promoción y respeto de los derechos humanos, con presencia más protagónica de la sociedad civil y la irrupción de nuevos actores sociales, generando cambios importantes para el logro de políticas públicas más justas en los campos de la salud, educación, seguridad alimentaria, previsión social, acceso a la tierra y a la vivienda, promoción eficaz de la economía para la creación de empleos y leyes que favorecen  las organizaciones solidarias (cfr. Aparecida, 74-76).

En este año del laicado, y a pocos meses de las elecciones generales para elegir nuevas autoridades gubernamentales, invitamos a todos los bautizados a testimoniar su fe en Jesucristo con una conducta ciudadana coherente con los valores humanos y cristianos.

 

No pueden llamarse cristianos aquellos que mienten, y manipulan; aquellos que dictan o aplican leyes injustas; aquellos que despojan de lo necesario a los pobres y socavan su dignidad; aquellos que compran o venden sus conciencias o sus votos.

 

El Reino de Dios y su justicia deben ser anunciados con coraje por cada bautizado también en el ámbito político y electoral. Votar y elegir con libertad, sin presiones, con responsabilidad y seriedad, es un derecho y un deber.

La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana (Cfr. CDSI, 406).

 

Que San Blas, patrono del Paraguay interceda por nosotros.

 

Así sea.

 

Asunción, 3 de febrero de 2023, Fiesta de San Blas.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción