LLAMADOS A SER SAL Y LUZ PARA QUE BRILLE LA JUSTICIA

Hermanas y hermanos en Cristo:

La eucaristía de este domingo la ofrecemos en memoria de nuestros hermanos y hermanas que han fallecido por causa de la violencia y por la paz que es fruto de la justicia.

Oramos por todas las víctimas de homicidio y rogamos al Dios de la Vida que las acoja en su reino y conceda fortaleza espiritual y consuelo a sus seres queridos.

Recordamos particularmente al joven Fernando Báez, quien había sido asesinado en Villa Gesell, Argentina, hace dos años, y que ha suscitado expresiones de solidaridad de la hermana Iglesia de Mar del Plata y de los ciudadanos que han acompañado a los padres de Fernando con el pedido de justicia, tanto en nuestro país, sobre todo en Carapeguá, y en el vecino país. También el Papa Francisco se ha solidarizado con la familia y les ha acompañado a través de cartas y llamadas telefónicas asegurándoles que el está presente con sus oraciones en este dolor tan grande sufrido. En este sentido, nos congratulamos saber que el sistema judicial argentino está actuando con imparcialidad y con prontitud para aclarar el crimen y aplicar el castigo a los responsables de este crimen, conforme a las leyes.

También rezamos por las víctimas de feminicidio y otros crímenes en nuestro país y que, lamentablemente, son frecuentes y que, en los últimos días, nuevos casos han enlutado a varias familias. Exhortamos al Ministerio Público y al Poder Judicial que estos asesinatos sean investigados y no queden impunes.

La Palabra de Dios nos interpela ante la violencia criminal que significó el asesinato de tantas personas.

Los hechos de violencia irracional nos invitan a reconocer la necesidad de conversión personal y social para trabajar por la paz y la justicia desde nuestra condición de bautizados. Dios nos habla y nos guía a través de su Palabra.

Las lecturas de este domingo, que nos propone la liturgia nos habla de la necesidad de recordar que, por el bautismo, hemos asumido el compromiso de ser luz y sal en la Iglesia y en la sociedad.

El mandamiento central de nuestra fe cristiana es el amor a Dios y el amor al prójimo. Nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo, a quien ve y tiene al lado. Del amor fraterno nace la solidaridad, la generosidad, y el cuidado de la integridad de toda vida humana.

El profeta Isaías dice: no des la espalda a tu propio hermano… Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. Hay otras formas de oprimir y generar violencia cundo se cometen injusticias, y se despoja de los bienes ajenos, cuando la inequidad y la corrupción usurpa a los más pobres y desplazados. En Paraguay hay mucho que trabajar para dignificar a todos los ciudadanos y cuidar de los mas vulnerable, y exigir justicia cuando se les despoja de los bienes y servicios que les corresponde en sus legítimos derechos ciudadanos.

Tanto el asesinato de Fernando, así como los casos de feminicidio, y otras violencias estructurales, evidencian sentimientos de discriminación, de superioridad y de desprecio hacia la dignidad del hermano. A partir de esa actitud viene el abuso de poder que termina en crimen. La vida del otro no tiene valor para quienes asumen esa posición de superioridad frente al otro.

Los cristianos no podemos quedar indiferentes ante la violencia y el crimen. Dice el Señor: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra. (Génesis 4,9-10).

Las tinieblas y las sombras del mal acechan a quienes se apartan de Dios, del sentido de humanidad y desprecia la vida del prójimo. Frente a esta realidad estamos llamados a ser luz y trabajar por la justicia. En este sentido, el salmista proclama: Quien es justo, clemente y compasivo, como una luz en las tinieblas brilla… Firme está y sin temor su corazón… Obra siempre conforme a la justicia; su frente se alzará llena de gloria. (Salmo 111).

Nuestra sociedad está cada vez más violenta y los medios de comunicación amplifican los hechos, lo que conlleva el peligro de “normalizar” las situaciones de violencia. Nuestros noticieros televisivos locales ocupan un gran porcentaje de sus emisiones en detalles relacionados con la violencia, la inseguridad y el crimen. Y no es que no se deba informar sobre lo que es noticia. Se trata de un justo equilibrio en lo que se publica como noticia, ya que en nuestra sociedad también existen historias que construyen puentes de diálogo y de concordia; hay expresiones y testimonios cotidianos de solidaridad, de misericordia, de vidas entregadas por amor al prójimo. Como dice Francisco, es necesario comunicar también la verdad, la bondad y la belleza.

La violencia y el crimen pueden y deben ser controlados y erradicados por cristianos y personas de buena voluntad que se constituyen en sal y luz en sus ambientes y comunidades desde los valores humanos fundamentales, donde prima el carácter sagrado de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural. La Iglesia sostiene que solo Dios es Señor de la Vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente (Cfr. Catecismo, 2258).

Jesús nos dice en el evangelio: Que brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos. (Mateo 5,16). Nuestra luz debe brillar para que todos vean cómo somos, cómo vivimos y cómo nos amamos y nos cuidamos unos a otros. ¡Y cuánto necesita el mundo de la luz del Evangelio que transforma, sana y garantiza la salvación a quien lo acoge! Esta luz debemos llevarla con nuestras buenas obras. La luz que debe iluminar, permear y combatir al príncipe e las tinieblas, con transformaciones de corazones duros e indiferentes.

Como hijos de la luz, estamos llamados a romper ese círculo vicioso de violencia que se vive en varios ámbitos y en distintos niveles de nuestra sociedad. Claramente nunca la violencia es el camino, nunca es la respuesta, y menos estos círculos de violencia que dañan a las personas y a las comunidades.

La Iglesia condena firmemente todo tipo de violencia y anima a la justicia humana que, al amparo de las leyes, y con procedimientos justos, otorgue a cada uno lo que le corresponde, poniendo en manos de Dios, como Justo Juez, la realidad de cada persona, pero nunca entrando en la dinámica de la venganza.

Recordando el precepto “no matarás”, nuestro Señor pide la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio. La ira es un deseo de venganza. El odio es contrario a la caridad.

Luchemos por la justicia, pero no dejemos lugar al odio en nuestros corazones. Si hay justicia, si se hace justicia, en un estado de derecho, el espíritu se pacifica y la sociedad tiene condiciones para vivir en paz.

Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor. Jesús es el Rey de la vida a quien pedimos por Fernando y por todas las personas que han perdido la vida por la violencia homicida, para que descansen en paz y gocen de la presencia del Padre Celestial.

Nos acogemos bajo el manto protector de María Santísima que, el pie de la cruz, abrazó con dolor el cuerpo de su hijo amado, pero con la fe y la esperanza puesta en la Resurrección.

Pedimos a nuestra Madre Santísima que acompañe en su dolor a los padres de Fernando, Graciela y Silvino y a los seres queridos de las víctimas de feminicidios y a las familias de todos los que han perdido la vida por la violencia criminal en nuestro país.

Que tanto dolor toque nuestro corazón para asumir el compromiso de trabajar por el bien de los hermanos, de ser testigos del amor de Cristo, de ser luz que disipa las tinieblas de la violencia y ser sal que cura las heridas causadas por la corrupción personal y social.

El Señor nos bendiga, nos acompañe y nos fortalezca en su seguimiento.

Así sea.

Asunción, 5 de febrero de 2023.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción