HOMILIA DE PASCUA

(Sal 117) Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Ha Resucitado. Por la victoria de su Hijo unigénito sobre la muerte, las puertas de la eternidad hoy se han abierto.

(Hech 10, 34) El apóstol Pedro de nuevo hoy nos dice: me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.  A él lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios.

El Resucitado sigue manifestándose a nosotros, que comemos y bebemos de su sangre, en la celestial sagrada comida que compartimos, quiso quedarse para siempre en los divinos sacramentos; El tiene su residencia en los tabernáculos de nuestros templos, el los rostros sufrientes, en los pequeños de sus hermanos, en los mínimos  olvidados víctimas de apatías e indiferencia, pero predilectos a la ternura de sus ojos; El está en los que habitan en cunetas, encerrados en sus miedos y  enfermedades, en los que caminan y duermen a la intemperie en callejones sin salidas, en los basureros y desperdicios,  en los enrejados y esposados por las injusticias, en los que residen en techos abiertos teniendo residencias en tierras desplazadas; él vive y quiere vivir en santuario del templo espiritual cuando le abrimos las puertas del corazón, y el corazón abierto a los pequeños predilectos de su corazón; él quiere desechar las piedras de nuestras incredulidades;

El nos alimenta con su Palabra, nos abre a la esperanza removiendo la pesada carga de nuestras pesadumbres, nos corona de gloria y majestad, el que pasó y pasa haciendo el bien, que nos sigue pastoreando, llamándonos por nombre,  nos conduce seguros por los oscuros senderos y quebradas del peregrinar humano, reboza con su espíritu y da plenitud a nuestras vidas, de él dan testimonio todos los que le prestan las manos y los pies para ser anunciadores y constructores de paz, de comunión, de la no violencia, del irrestricto respeto por la dignidad y vida humana,  de la misericordia, que aunque perseguida y crucificada no deja de testimoniar que el amor es más fuerte que el odio y que la muerte perece y desaparece ante la vida;  los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Aquel que ha pasado del oscuro sepulcro de la muerte a la energía luminosa de la Vida, para iluminar el cosmos y el corazón humano. De las esferas del encierro sellado con el candado de la esclavitud del pecado, El Resucitado, rompe la cerradura,  para llevarnos con él a las esferas de las gracia y la liberación.

La Resurrección es el éxodo de la esclavitud del pecado a la liberación de la gracia y el perdón. Es El Cristo Resucitado quién conduce nuestros pasos, camina con nosotros, para el cruce de la desesperanza o desesperación,  a la esperanza prometida; con nosotros camina como caminó con los discípulos de Emaús para encendernos el corazón y recuperar la alegría perdida, la serenidad y fortaleza que nos transmite su presencia.

Con su Iglesia camina aquel que nos trasciende pero a la vez vive en su Iglesia, en nosotros; Aquel que con su gracia y su bendición legisla y orienta  nuestras vidas para liberarnos y conducirnos a ser constructores y edificadores de una vida santa al servicio de Dios y de unos y otros.

Te imploramos Señor que por la gracia y la fuerza de tu Resurrección, la corrupción y las prácticas corruptas, que deterioran y matan las células sociales y morales de la nación, resuciten del sepulcro, y se conviertan y transformen en prácticas honestas, abnegadas y solidarias, atendiendo el bien común, y las necesidades de los pobres y excluidos. Que el que roba, ya no robe mas, que el que despoja y oprime, no despoje y no oprima más . ( Cfr. Ef. 4:28) Que el poder opresor, se transforme en poder servidor, poder servir siempre y no servirse del poder.

El Papa Francisco rezaba en él Vía Crucis: Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo

Que los atropellos a la vida humana, la familia y la dignidad de las personas, que del sepulcro de ideologías y prácticas de muerte, resuciten y se transformen en defensores, de la vida desde el vientre materno, garantizando y respetando  el derecho y la calidad de la vida en todas las etapas de su desarrollo.

Que los  explotadores y transgresores de los bienes de la tierra, el agua, de medio ambiente que lo contaminan y deforestan, resuciten de sus perniciosas prácticas para ser defensores de la ecología ambiental y humana para resguardo de la casa común en que habitamos; que den  de comer a sus hijos el pan limpio del trabajo honesto, y no el pan sucio y contaminado de la corrupción, de robos y apropiaciones indiscriminadas e ilegítimos de bienes ajenos.

Que los inescrupulosos, fautores de sociedades zombies, mercaderes de drogas y substancias  ilegales que embotan y niegan horizontes de futuro y vida plena a las familias,   jóvenes y niños, se transformen y resuciten y depongan sus ambiciones y codicia por el bienestar común y la salubridad pública.

Que algunos miembros de la iglesia, amparados en su rol de pastores de la grey, y que se aprovechan especialmente de los inocentes, abandonen  sus prácticas depredadoras, y lloren lágrimas de arrepentimiento, reparación y despojo de sus ambiciones. El Papa Francisco también rezaba: Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.

El Señor Resucitado nos dice: estoy con ustedes hasta el fin del mundo. Él es ya el Señor “que vendrá” (Apoc. 1. 4; 22, 20), que se hace presente ante la Iglesia, su esposa, cuando ésta se dirige a él con el grito: ¡Maranatha, Ven Señor Jesús!

El signo más cierto de todo esto es justamente la Eucaristía que celebramos ahora. En ella, experimentamos que él en verdad resucitó y que está vivo porque también nosotros vivimos de su Espíritu (cfr. Jn. 14, 19). En la Eucaristía, tenemos el signo de nuestra resurrección y de su regreso. María madre nuestra, madre de la misericordia, ruega por nosotros.

 

Adalberto Card. Martínez Flores