NO ESTÁ AQUÍ ¡HA RESUCITADO!

Hermanas y hermanos:

¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya, Aleluya! La luz ha vencido a la oscuridad, la vida ha vencido a la muerte. Anuncien esta gran noticia a todos. Pongámonos en camino rumbo a Galilea, allí nos espera el Señor Resucitado.

La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de la fe cristiana, pues “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 16s). La Resurrección de Cristo es el culmen de la Historia de la Salvación: Jesús ha vencido al pecado y a la muerte y es el principio de nuestra justificación y de nuestra futura resurrección. Por eso, esta noche celebramos la fiesta de las fiestas, aquella que da significado a todo nuestro humano caminar.

“No está aquí. Ha resucitado”. Ésta es la Buena Noticia por excelencia. En medio de tantas informaciones tristes o preocupantes que nos agobian, los cristianos hemos escuchado con gozo el anuncio del evangelio: Dios ha dicho un “si” decisivo a la humanidad al resucitar de entre los muertos a su Hijo y Hermano nuestro, Cristo Jesús, que se había entregado a la muerte por solidaridad con todos nosotros. Por eso cantamos con el salmista: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.

Y el sepulcro vacío que el ángel muestra a las mujeres es para nosotros la gran señal de la victoria definitiva de Cristo sobre todos sus enemigos. Es necesario meditar con profundidad para ver el alcance del triunfo pascual y del júbilo de la Iglesia a causa del Resucitado.

“Al principio creó Dios…”. La Palabra que hemos escuchado nos ha llevado al comienzo de todo, al primer aliento del universo, al primer aliento de vida. Y a partir de ese primer aliento hemos contemplado la difícil peregrinación de la humanidad a lo largo de la historia. Con fidelidades e infidelidades, con esclavitudes opresoras y liberaciones con esperanzas. Una historia, la de la humanidad, la de Israel, la nuestra, atravesada, sin embargo, por la constante promesa de un aliento nuevo, un aliento de amor definitivo.

Y ahora, ante el sepulcro vacío, recordando la cruz que el viernes contemplábamos, nos damos cuenta de que esto se ha realizado ya: el amor es más fuerte que la muerte, Dios nos ama infinitamente.

“Esta es la noche”. La noche es un símbolo fuerte, y la luz que aparece en medio de la oscuridad se convierte en signo comprensible, evidente. La noche es el lugar donde acontecen las maravillas de Dios, donde continúan aconteciendo hoy, las maravillas de Dios, la acción revolucionaria de Dios en el Éxodo, la acción revolucionaria de Dios en la Pascua de Jesucristo. Dios hoy nos invita a sentir que, en nuestra noche, él sigue siendo luz, y luz sin ocaso. Esta noche “une el cielo con la tierra”, une al hombre con Dios. Esto lo notamos en toda la acción liberadora que las personas realizamos, pequeña o grande. Y lo sentimos muy adentro de nosotros mismos, en el gozo de sabernos transformados por Jesucristo.

La luz del cirio, la palabra, el agua, el pan, el vino. Hoy es un día para mirar y admirar los signos, porque nos muestran la presencia real del resucitado. La Palabra y el pan y el vino de cada domingo nos irán repitiendo, semana tras semana, esta presencia, y mantendrán permanentemente fecunda el agua -el Espíritu-, por la cual fuimos incorporados a Jesucristo.

«HA RESUCITADO». Es la noticia. La Iglesia vive de ella. Millones de cristianos a lo largo de dos milenios han vivido de ella. Es la noticia que ha cambiado la historia: el Crucificado vive, ha vencido la muerte y el mal. Es el grito que inunda esta noche santa como una luz potente que rasga las tinieblas. ¿En qué medida vivimos nosotros de este anuncio? ¿En qué medida somos portavoces de esta noticia para los que aún no la conocen?

La resurrección de Cristo lo anunciamos, más que con la elocuencia de nuestras palabras lo haremos con elocuencia creíble de nuestras obras; que el Reino de Dios triunfa sobre el mundo tenebroso, donde la maldad, el egoísmo, la venganza, las revanchas, la codicia, la injusticia, la intolerancia, siembran caminos de muerte.

Jesús luchó por realizar el Reino entre los hombres; lo anunció, pero también lo hizo efectivo: dio de comer a los hambrientos, curó a los enfermos, se enfrentó con las autoridades, rebatió sus esquemas religiosos, criticó duramente la actitud de zorros de algunos y la voracidad de otros.

La situación de crisis que vive el país, por la corrupción, la impunidad y el debilitamiento extremo de nuestras instituciones democráticas, así como las amenazas a la vida, a la integridad, a la libertad, a la verdad, al derecho y a la justicia, tienen su causa más profunda en la ausencia de Cristo y del evangelio en el templo de las conciencias, las actitudes y la conductas vacías de muchos bautizados.

La resurrección de cada persona humana y del Paraguay debe ser sembrada con hechos concretos. Los cristianos hemos pecado de idealismo y de buenas palabras. Pero no bastan las buenas intenciones, ni siquiera las oraciones que hacemos por la paz, por los pobres y por cuanta necesidad hay en nuestro país.

 

 

No se puede entender la resurrección de Jesús si no se la relaciona con toda su vida. Cuando Jesús dio su último aliento, terminó de triunfar en él la vida; pero ese triunfo comenzó cuando prefirió la pobreza de Belén, la oscuridad de Nazaret, la compañía de publicanos y prostitutas, el mal aliento de los leprosos, el hambre de los pobres, el dolor de los enfermos… Cuando uno se deja abrazar por la fuerza de la resurrección de Jesús, comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre “apasionado por la vida” de los hombres, y comienza a amar la vida de una manera diferente.

La razón es sencilla. La resurrección de Jesús nos descubre, antes que nada, que Dios es alguien que pone vida donde los hombres ponemos muerte. Alguien que genera vida donde los hombres la destruimos.

Esta lucha por la vida debemos iniciarla en nuestro propio corazón, «campo de batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida (biofilia) y el amor a la muerte (necrofilia)» (E. Fromm).

Desde el interior mismo de nuestro corazón vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia. O nos orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, una entrega generosa a los demás, una solidaridad y fraternidad generadora de vida… O nos adentramos por caminos de muerte, por el odio, las intrigas, la venganza, la avaricia sin límites, la prepotencia y abuso del poder económico o político, la manipulación e instrumentalización de los otros, la indiferencia total ante el sufrimiento ajeno.

Pero no se trata solamente de revivir personalmente sino de poner vida donde tantos siembran muerte.

Quizás sea ésta la pregunta que debamos hacernos hoy: ¿Sabemos defender la vida con firmeza en todos los frentes y en todas sus etapas, desde el seno materno hasta la muerte natural? ¿Cuál es nuestra postura personal ante las muertes violentas, el aborto, la destrucción lenta de los marginados, el genocidio de los pueblos indígenas, la instalación de armas mortíferas sobre las naciones, el deterioro creciente de la naturaleza por la ambición desmedida de unos pocos?

Esta noche gloriosa se llena de esperanza. Si transformamos nuestro corazón según el Espíritu del Resucitado y conforme a nuestro compromiso bautismal, entonces podremos caminar hacia Galilea para encontrarnos con el Señor Resucitado, anunciarlo con nuestras vidas y así contribuir para hacer realidad la utopía que el gran poeta Romero Valdovinos expresó bellamente: Renacerá el Paraguay bajo el beso de Dios, alborada triunfal que nuestra sangre regó bendecida en dolor. Y en el surco feliz otra vez cantará el labrador.

¡Cristo Resucitó! ¡Aleluya, Aleluya!

Asunción, 30 de marzo de 2024.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobi

spo Metropolitano de Asunción