LA PEDAGOGÍA DE JESÚS: “APRENDAN DE MÍ”
Queridos hermanos en Cristo:
La liturgia de la Palabra nos habla al corazón y nos entrega un mensaje de aliento y de esperanza para que vayamos con gran paz espiritual a nuestras comunidades, y para que pongamos al servicio del Pueblo de Dios, con alegría, el don de nuestra vocación y ministerio sacerdotal.
Estos días de encuentro han sido ricos en comunión fraterna, en oración compartida, en la reflexión, sobre diversos aspectos que implican el ejercicio de su ministerio sacerdotal, en el programa de formación permanente del clero.
Es posible que se sientan cansados y agobiados ante tantos desafíos que enfrentan cada día en sus parroquias y comunidades; ante tantas angustias y dolores de las personas que se acercan al sacerdote buscando orientación espiritual y consuelo; ante tantos hechos políticos, sociales y económicos que dañan la dignidad de la persona humana, sobre todo de los más pequeños, débiles y vulnerables; ante tantas carencias materiales y espirituales que ven, escuchan y sienten día a día en el ejercicio de su ministerio.
No pocas veces la gente piensa que el sacerdote y el obispo pueden resolver todo, que tienen superpoderes para resolver todos los problemas personales y comunitarios; pero no; somos seres humanos también frágiles y necesitados, tanto como la gente y, a veces, más que ella.
Por eso nos fortalece el Señor cuando nos dice: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Así también, el salmista nos conforta y nos alienta con estas palabras: “El Señor se acuerda de su alianza eternamente”.
Y aquí nos preguntamos: Con el acontecimiento y el escándalo de la Cruz, ¿cómo podemos entender que su yugo es ligero y por eso es llevadero? ¿cómo pudo Jesús enfrentar tanto sufrimiento e ignominia, tanta injusticia, tanto cinismo de los lideres religiosos y políticos de su época, o el abandono de sus amigos más íntimos, sus discípulos, con tanta mansedumbre, con una gran paz espiritual, incluso perdonando a sus verdugos?
La respuesta nos la da con su ejemplo: “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas”. El Apóstol Pablo nos ayuda a entender mejor la pedagogía de Jesús: “Tengan pues los mismos sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no se comparó con Dios. Al contrario, se despojo de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Filipenses 2,5-8).
Previo a este pasaje, en la propia carta a los Filipenses, Pablo exhorta: “si vivimos unidos en el Espíritu, si ustedes tienen un corazón compasivo, llénense de alegría teniendo unos mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo. No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y consideren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. En síntesis, tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Filipenses 2,1-5).
Tener los mismos sentimientos de Cristo es asumir su misión, sus prácticas y actitudes, y, sobre todo, ser conscientes de que el seguimiento de Jesús significa tomar nuestra propia cruz (cfr. Mateo 16,24). Esto nos desinstala de nuestros proyectos personales y nos instala más bien en la perspectiva de ser colaboradores del plan salvífico de Dios, de su proyecto, de su voluntad: “Hágase tu voluntad y no la mía”, fue la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos en vísperas de su máximo sacrificio y dolor. No huyó. Vino para cumplir la voluntad del Padre, y la cumplió fielmente.
Esto nos exige plantearnos una dimensión esencial de nuestro ministerio presbiteral: la vida de oración que lleva a entrar en sintonía con la Palabra y nos permite escuchar, atender y predisponer todo nuestro ser y quehacer para el cumplimiento de la Voluntad del Padre.
Jesús inició su misión retirándose al desierto para orar. En los relatos evangélicos podemos ver que, durante toda su vida pública, siempre le dedicaba un tiempo importante a la oración, para la conversación íntima con el Padre, en un lugar adecuado, a veces solo, a veces acompañado de algunos de sus discípulos, pero siempre alejándose un poco para ese momento importante e imprescindible que le permite entrar en comunión con Dios, y ser en Él y con Él uno solo.
A ejemplo de Jesús, no dejar de orar. Orar siempre. La oración debe ser nuestra prioridad. Lo digo por mí mismo. Sacrificando lo urgente por lo importante. Siempre una habrá tensión latente entre los compromisos que surgen, y lo esencial que urge, por nuestra propia esencia ministerial, meditación y reflexión, esencial para atender compromisos con sabiduría y paz, sabiamente confrontados. Tiempo dedicado a la oración y a la lectura orante de la Palabra de Dios. Es nuestro principal alimento y fuente de nuestra energía vital para evangelizar, para cumplir fielmente nuestro ministerio; es el camino para que aprendamos de Jesús la humildad y la mansedumbre, el total abandono a la Voluntad del Padre y, por consiguiente, seamos capaces de llevar el yugo y aligerar la carga de nuestras responsabilidades ministeriales.
Permítanme graficar la centralidad de la oración en nuestra vida sacerdotal con un ejemplo que todos conocemos y que a todos nos ha angustiado en algún momento. El teléfono móvil, el celular, es nuestro instrumento de comunicación y de trabajo; estamos pendientes de que tenga buen nivel de batería. Cuando vemos que la batería se agota y no tenemos una fuente de energía disponible para recargarla, es decir un enchufe con energía eléctrica, nos angustiamos sobremanera. Tenemos la sensación de que quedamos aislados, incomunicados y que necesitamos urgentemente cargar la batería… Y bueno, salvando las distancias, la oración es la fuente de energía para recargarnos espiritualmente para mantener la comunicación con Dios, recibir, leer, ver y escuchar su mensaje. La oración también es el GPS que nos indica el camino a seguir para llegar a destino y cumplir nuestra misión. Cuando una vez fui a la parroquia Ssmo Sacramento con el GPS justo me llevó a la puerta principal de la recoleta enfrente de los panteones diciéndome: tu destino está a tu derecha. En realidad fue un realista recordatorio de nuestro peregrinar para ubicarnos en nuestro itinerario existencial.
(104) Dad gracias al Señor, invoquen su nombre, invocar es rogar, llamar, para sintonizar en mensaje, dar a conocer sus hazañas a los pueblos. La rogativa es compromiso del corazón para enseñar desde el púlpito del corazón, desde la convicción profunda que la fe mueve montañas. Recordémonos las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca. Lo que dice la Escritura es esto: La palabra está muy cerca de ti. Está en tus labios y en tu propio corazón. Y se trata de la palabra de fe que nosotros proclamamos. Que enseñamos (Rm 10:8)
La oración, que nos pone en comunión con Dios; la comunión fraterna y solidaria entre ustedes, su obispo y la comunidad; el escucharse y apoyarse mutuamente; el caminar juntos, con humildad y mansedumbre, son los medios imprescindibles para vivir con alegría su vocación y su ministerio sacerdotal.
Como los discípulos, digamos al Señor: “enséñanos a orar”. (Lc 11,1).
Nos encomendamos a la maternal protección de María Santísima.
Asunción, 17 de julio de 2025.
Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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