SANTA MISA

Domingo 24 de agosto de 2025

HOMILÍA

Catedral Metropolitana de Asunción 

Queridas y queridos catequistas

Hermanas y hermanos en Cristo

¡Alabado sea Jesucristo! Que todos los pueblos y naciones lo alaben. Esta es nuestra misión. Para ello hemos sido llamados y constituidos discípulos misioneros.

La Iglesia existe para evangelizar: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”. La alegría del Evangelio debe llegar a todos, sin excepciones ni exclusiones, a las periferias geográficas y a las periferias existenciales.

La gran fuerza de la evangelización de la Iglesia, en todas los diócesis, parroquias, capillas y comunidades eclesiales de base del mundo son las y los catequistas. Gracias por su disponibilidad y generosidad. Que el Señor les bendiga y les recompense.

Jesús, el Maestro, es el Catequista por excelencia. Enseña, orienta, conduce, con su vida, con sus palabras, con sus gestos. Escuchémosle cumpliendo su palabra y siguiendo su ejemplo. Seamos verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo para la vida plena de nuestro pueblo.

El Evangelio y la salvación universal

El pasaje del evangelio según san Lucas que hemos escuchado, como en otros pasajes de los cuatro evangelistas, nos muestra el método del Maestro: la parábola, que, generalmente, parte de una pregunta. No importa cuál sea la pregunta, la aprovecha para enseñar, para exponer lo esencial de los mandamientos del Padre y muestra el camino de la salvación.

A la pregunta de si serán pocos los que se salvarán, Él enseña el cómo, el camino que conduce a la salvación. Todos los que respondan a la llamada de Jesús en favor de la dignidad de la persona humana, podrán compartir finalmente la mesa del reino de Dios (Mateo 25,31-46). El evangelio de este domingo nos enseña que la salvación está abierta a todos. Sólo quedan excluidos los que se excluyen, quizás porque excluyen compañía que no les es de su agrado, ya que no son “de los suyos”.

Esta es una llamada a la “radicalidad”: quien quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión.

Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.

Lucas en su evangelio, como Pablo en sus cartas, pone de relieve el universalismo de la salvación que nos ha traído Cristo. Los gentiles entrarán en el Reino antes y en mayor número que los judíos. Con esto aprenderemos todos, judíos y gentiles, que la salvación es regalo y gracia. Los gentiles sumidos en pecado lo entendieron inmediatamente. Los judíos, fiados en su Ley, en sus privilegios, no entendieron la salvación como un don, sino como un derecho. El muro más infranqueable que cierra el camino de la salvación es el orgullo.

Como enseñaba el Papa Francisco, de feliz memoria, esforcémonos en ser cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.

La Liturgia de la Palabra nos enseña el alcance universal de la salvación que ofrece Dios Padre a través de Jesucristo y que llegó a nosotros por el anuncio de tantos discípulos misioneros, desde los primeros 12 apóstoles, entre los que estaba San Bartolomé, cuya fiesta recordamos hoy.

San Bartolomé y la misión del catequista

El santo que celebramos hoy tenía un catequista: Felipe. En efecto: Natanael o Bartolomé era un pescador de Caná que conocía bien Nazaret, pero no confiaba en sus habitantes: por eso se mostró escéptico cuando su amigo Felipe le habló de Jesús nazareno y preguntó con mucha ironía si por acaso del pobre pueblo de Nazaret hubiera podido salir algo bueno. Felipe no intentó convencerlo con palabras, sino que lo invitó a tener su propio encuentro personal con Jesús. Bartolomé accedió y fue a buscar a Jesús, pero, cuando lo encontró, fue Jesús quien lo sorprendió al decirle que antes de que Felipe lo hubiera llamado, había sido Jesús quien ya sabía que Bartolomé era “un israelita sincero y sin doblez”.

También Jesús le reveló que lo había conocido ya desde que “estaba debajo de la higuera”. Este encuentro personal conmovió a Bartolomé e hizo una verdadera confesión de fe en Jesús como el Mesías esperado por Israel: “¡Tú eres el Hijo de Dios y el Rey de Israel!” (Juan 1,43-49).

Esa es la tarea de cada catequista: promover el encuentro del catequizando, niños, jóvenes, adultos y familias, con la persona de Jesús, porque “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE, nº 1).

El encuentro personal con Jesús le dio un nuevo horizonte y una orientación decisiva a la vida de Bartolomé que, desde ese contacto con el Señor, lo dejó todo para unirse al grupo de los apóstoles, aprender las enseñanzas del Maestro y luego ser testigo de su vida, pasión, muerte y resurrección, es decir, anunció con gran convicción el Kerygma. Según la tradición, después de la ascensión del Señor, predicó el Evangelio en la India, donde recibió la corona del martirio.

San Bartolomé es un claro ejemplo de alguien que ha escuchado la Palabra de Dios y la ha puesto en práctica. Desde que conoció a Jesús se esforzó en hacer la voluntad de Dios, a entrar por la puerta estrecha, a seguir con fidelidad al que es Camino, Verdad y Vida. Y fue invitado a compartir el banquete del Reino de Dios.

El Kerigma, centro de la evangelización

Queridos catequistas, la razón de ser de nuestra esperanza es Jesucristo. Anunciar que en Jesucristo somos salvados es el mejor regalo y motivo de esperanza que podemos entregar a las familias a quienes acompañan en el crecimiento en la fe de ellos mismos y de sus hijos e hijas.

El Kerigma, o el anuncio gozoso de la salvación en Cristo, constituye el corazón de toda acción evangelizadora. Implica un anuncio apasionado de la persona de Jesucristo, para llevar a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes a un encuentro con Él y a su seguimiento.

Esta eucaristía de acción de gracias por la vida y el servicio evangelizador de cada uno de ustedes es una valiosa oportunidad para reiterarles el llamado a poner en práctica las líneas de acción contenidas en nuestra Carta Pastoral 2025.

En especial, les pido que promuevan el encuentro personal con Jesucristo de los catequizandos mediante una acción misionera creativa, que toque sus corazones y que encienda en ellos el fuego del amor a Dios y al prójimo.

Una fe madura y comprometida

Para realizar esta misión conforme a la Voluntad del Padre, la Palabra debe constituirse en el fundamento de su ser y de su quehacer. En la base de toda nuestra acción evangelizadora debe estar la Animación Bíblica de la Pastoral. La Palabra nos sintoniza con el querer de Dios. Tomemos como ejemplo a la Virgen María que, con su Sí obediente, sintonizó con la Voluntad del Padre.

En nuestra sociedad paraguaya, mayoritariamente católica, vemos y sentimos que existe un divorcio entra la fe y la vida de muchos bautizados. Creemos y confiamos que, por medio de una catequesis que promueve el encuentro personal con Jesucristo, los niños y los jóvenes, como san Bartolomé, tendrán un nuevo horizonte en la vida y, con ello, una orientación decisiva en su conducta personal y en su compromiso cristiano. Serán cristianos de verdad, identificados con los pensamientos, sentimientos, actitudes, decisiones y proyectos de Jesús, al servicio del Reino de Dios.

Pongamos todo nuestro esfuerzo en trabajar por una vivencia de la fe cada vez más madura, buscando que cada persona experimente una conversión que la lleve a un mayor compromiso con las necesidades de su entorno y a la coherencia con su identidad cristiana. Esto requiere cultivar una vida espiritual de los bautizados para que su fe esté arraigada en el encuentro personal con Jesucristo y, a partir de allí, puedan enfrentar los desafíos que nos presenta el mundo actual y dar razón de nuestra esperanza practicando la caridad. No se puede decir que se ama a Dios, si no hay amor y compromiso con el prójimo.

Anunciemos el Evangelio mostrando a Jesús como aquel que acoge a todos, sin distinción, con la única condición de “entrar por la puerta estrecha”, escuchar su Palabra y ponerla en práctica, por medio del amor.

Acción de gracias personal

Finalmente, en este día en que se recuerdan 40 años de mi ordenación sacerdotal, les pido su cercanía espiritual y sus oraciones. Recen por mí para que, a partir del encuentro personal con Jesucristo, como san Bartolomé, pueda confesar todos los días de mi vida: “¡Tú eres el Hijo de Dios y el Rey de Israel!”

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber dar testimonio de su Evangelio con una vida entregada a hacer el bien a todos, hasta que, juntos, alcancemos la plenitud del Reino eterno. Amén

Asunción, 24 de agosto de 2025

+Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo de Asunción