SANTA MISA

Miércoles 01 de octubre de 2025

HOMILÍA

Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús

La santidad, la primavera de la vida cristiana

Queridos hermanos y hermanas: Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús de Lisieux, patrona de las misiones y Doctora de la Iglesia. Su vida nos recuerda que la misión de la Iglesia no siempre exige recorrer tierras lejanas; nace primero en el corazón que ora, que ama y que se entrega. Ella deseaba ser misionera en todos los lugares del mundo e incluso mártir, pero descubrió —como relata en el capítulo IX del Manuscrito A de la Historia de un alma— que el Carmelo sería su verdadero campo de misión, “el campo donde Dio…

Ese ardor misionero encontró su fuerza en la oración. Las rodillas de Teresita, gastadas en el silencio del Carmelo, eran una verdadera palanca de amor, capaz de mover el corazón de Dios y abrir caminos para las misiones.

De esa oración brotaba la certeza de que el amor lo abarca todo, sostiene todas las vocaciones y da fecundidad a la Iglesia. Por eso, también en lo pequeño y lo cotidiano, Teresita descubría la grandeza de su vocación. Ella misma hablaba del martirio doméstico, el de dar la vida en la convivencia diaria, en la paciencia, la ternura y la humildad con sus hermanas.

El Evangelio de hoy (Mt 18,1-5) ilumina este camino: Jesús nos invita a hacernos pequeños como los niños. Teresita acogió esas palabras con radicalidad, y de allí nació su “infancia espiritual”, hecha de confianza y abandono filial.

La confianza en el amor de Dios

El Papa Francisco, en la carta apostólica Es la confianza (15 de octubre de 2023), subrayó lo esencial de la espiritualidad de Santa Teresita del Niño Jesús: la confianza absoluta en el amor de Dios. Teresita decía con sencillez: “es la confianza, y nada más que la confianza, lo que debe llevarnos al Amor”. Esa es la clave de su caminito: vivir lo ordinario con amor y descubrir allí la verdadera santidad.

Esa confianza y pequeñez nos introduce en la vocación universal a la santidad: “Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1,16). La santidad significa consagración a Dios y se vive en la entrega diaria.

Una pequeña florecita en el jardín de Dios

Santa Teresita se consideraba una pequeña florecita, oculta y frágil, pero llena de perfume para alegrar a Dios. Ella misma escribió en Historia de un alma: “Jesús ha querido crear grandes almas comparables a los lirios y a las rosas, pero también ha creado las más pequeñas, y éstas han de contentarse con ser margaritas o violetas destinadas a alegrar la mirada del buen Dios cuando las mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos.”

Esta experiencia de verse como una flor en el jardín de Dios ha estado presente en muchos testigos de la fe. Santa Rosa de Lima ofreció su vida como perfume para Cristo, y María Felicia de Jesús Sacramentado (Chiquitunga) veía en la primavera un signo del Espíritu y se reconocía a sí misma como tal. En uno de sus escritos dejó plasmado: “Quiero ser primavera en tu Iglesia, Señor, aunque pase pronto, aunque se marchite, pero dejar en todas partes la frescura de tu amor.” Con esta imagen expresaba su de…

La vida de los santos se refleja en lo que dice el profeta Oseas: “Florecerá como lirio y hundirá sus raíces como el Líbano” (Os 14,6). Así como Teresita se veía como una florecita en el jardín de Dios, también Santa Rosa de Lima, Chiquitunga y tantos otros testigos supieron florecer desde la pequeñez y hundir sus raíces en la fidelidad al Señor.

Este lenguaje de flores y jardines expresa la confianza en que la gracia de Dios hace florecer incluso donde parecen crecer solo espinas. Chiara Lubich decía: “No hay rosa sin espinas, y no hay espinas sin rosas.” El misterio de la cruz y de la resurrección nos recuerda que de las pruebas nace siempre nueva vida, y que la esperanza brilla incluso allí donde las espinas parecen más punzantes.

Lo vemos al Señor Jesús en el viacrucis cotidiano. Con nuestros pecados lo hemos coronado de espinas a Él, que es la Cabeza de la Iglesia, y todavía lo seguimos coronando y crucificando con nuestras faltas personales y sociales. Como proclamó San Pedro en su discurso de Pentecostés: “A este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Cristo” (Hch 2,36).

Los coronados de espinas de hoy

Ese viacrucis se hace visible cuando tantos hermanos y hermanas son desterrados de sus tierras porque no tienen tierra, techo, trabajo ni salud; cuando los excluidos mendigan justicia, equidad y misericordia. Allí reconocemos a tantos coronados de espinas. Jóvenes que no podrán florecer porque quedan atrapados en las redes de las adicciones; vidas marchitas por el desamor y el odio; corazones que incuban venganza y permanecen bajo la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente.

Y no podemos olvidar a tantos niños y niñas que cargan en su carne coronas de espinas punzantes que causan heridas profundas, marcadas por el sufrimiento de los abusos. Abusos sexuales, abusos de poder, abusos de conciencia y también abusos espirituales: cuando algunos, aprovechándose de la fragilidad de quienes buscan respuestas y consuelo, imponen sus creencias de manera autoritaria y hieren en lugar de sanar. Estas son espinas que desgarran el corazón de los pequeños y de los vulnerables, espinas que…

Iglesia en salida y redes de cuidado

Por eso la Iglesia está llamada no solo a denunciar, sino también a prevenir y cuidar. En nuestra Arquidiócesis de Asunción hemos creado redes de cuidado y prevención, para proteger a niños, niñas y adultos mayores en situación de vulnerabilidad. Estas redes son signos concretos de nuestro compromiso como comunidad cristiana para que nadie más sea coronado de espinas por la indiferencia o la violencia.

Pero Jesús vino a mostrarnos otro camino. Como nos recuerda San Pedro en los Hechos de los Apóstoles, “Él pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Esa es la misión del Señor y la que nos confía como cristianos: sanar heridas, levantar a los caídos, socorrer a tantos hermanos y familias enteras que quedan en las cunetas del olvido.

Y sin embargo, aun en medio de tantas espinas, Dios hace posible que vuelvan a brotar flores. Las flores marchitas pueden resurgir y florecer a la vida nueva. Somos peregrinos de la esperanza, y Jesús mismo es nuestra esperanza. Aun cuando parece que nuestras esperanzas se derrumban, Él puede levantarnos y con nosotros reconstruir lo que está roto, restaurar lo que estaba deshecho y devolver la dignidad a cada persona creada a imagen y semejanza de Dios.

Este camino de infancia espiritual no es solo espiritualidad para adultos: nos recuerda la importancia del cuidado de la infancia real. Jesús nos dice: “Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 10,14). Los niños son como flores abiertas al sol, receptores de la luz del amor y de la verdad. Cuidar de ellos es misión esencial de la Iglesia y de nuestras comunidades.

María, Madre del Carmelo

Finalmente, levantemos la mirada hacia María Santísima, Madre del Carmelo, en cuyas manos Teresita depositó toda su confianza filial. Ella es la Madre que cuida las florecitas del jardín de Dios y nos enseña a decir “sí” al Señor. Por intercesión de Santa Teresita de Lisieux, su hija predilecta, pidámosle que nos ayude a confiar siempre, a florecer en lo pequeño, a transformar las espinas en rosas y a caminar con esperanza hacia la vida eterna en Cristo Jesús.

Amén.

+ Adalberto Card. Martínez Flores