SANTA MISA
HOMILÍA
MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
FCyT – Campus Asunción
Queridos hermanos y hermanas:
Nos reunimos hoy para celebrar el fruto del esfuerzo, del estudio y de la perseverancia de todos quienes culminan una etapa importante en sus vidas. Agradecemos especialmente a los egresados y egresadas de las distintas carreras de la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, por su dedicación y compromiso a lo largo de estos años. Este acto de acción de gracias es también una oportunidad para mirar con gratitud lo sembrado, anclarnos en el momento presente —en el aquí y ahora— y abrirnos con esperanza a los horizontes del futuro.
Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Solo tengo el momento presente para amar a Dios”. Esa certeza nos enseña a vivir cada instante con alegría, sin quedar paralizados por el pasado ni angustiados por el futuro, conscientes de que en el presente se juega la gracia de nuestra respuesta al amor y al compromiso con los demás.
El salmo 89 nos recuerda: “Señor, enséñanos a administrar nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”. Administrar bien los años significa reconocer que somos peregrinos en esta vida y que cada etapa es un espacio para revisar, ordenar y proyectar. Hacer balance de la propia vida forma parte de esa sabiduría: implica rendir cuentas de lo que hemos hecho, evaluar cómo hemos invertido nuestros dones y decidir en qué y cómo queremos seguir invirtiendo nuestras energías y talentos. Así como en toda administración responsable se elabora un presupuesto, también nosotros estamos llamados a discernir en qué vale la pena “invertir” nuestro tiempo, nuestras capacidades y nuestros sueños. Los años, como los talentos, no se guardan: se multiplican cuando se ponen al servicio de los demás. Esa es la verdadera sensatez que pedimos al Señor: un corazón que sepa administrar su vida con gratitud, responsabilidad y generosidad.
En la segunda lectura, san Pablo nos recuerda la lucha constante entre el bien y el mal que habita en el corazón humano, y nos invita a ofrecer nuestra vida como ofrenda viva a Dios (Rm 16, 25-27). Caminar por la senda del bien y defender la justicia son los modos concretos de glorificar al Señor, que sostiene nuestros pasos y orienta nuestra vida.
El Evangelio de san Lucas recoge las palabras de Jesús: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12, 49). Ese fuego no es de destrucción, sino de vida: es el ardor del Espíritu que transforma la rutina en misión, que despierta la compasión y enciende el deseo de hacer el bien. En este fuego se resume la llamada de todo creyente y de toda persona de buena voluntad: dejar que el Espíritu encienda lo mejor de nosotros para iluminar a los demás.
El Papa Francisco, al dirigirse a las universidades católicas, ha recordado que ellas no pueden ser torres aisladas del mundo, sino espacios vivos donde la fe y la razón dialogan al servicio de la sociedad. Una universidad —decía el Papa— debe abrir sus puertas, formar conciencias libres, cultivar el pensamiento crítico y comprometerse con los problemas reales de los pueblos. El conocimiento no puede quedar encerrado en las aulas: debe convertirse en servicio, en solidaridad y en compromiso con la dignidad de toda persona.
El Papa León XIV, en su exhortación apostólica Dilexi te (“Te he amado”), publicada el 4 de octubre de 2025, recuerda que el amor es la forma más alta de sabiduría y el camino de toda auténtica renovación social. El amor, dice el Papa, no se reduce al sentimiento: se expresa en servicio, justicia y compromiso concreto con los más pobres. Esta exhortación apostólica también nos desafía a todos a hacer una opción decidida para sanar el cuerpo social de las inequidades existentes y atender, como buenos samaritanos, a aquellos tejidos de nuestra sociedad que son más frágiles y vulnerables. Y nos recuerda la imperiosa necesidad de ir también sanándonos interiormente como pueblo, para evitar que los males de la injusticia, de la corrupción, de la impunidad y de la inequidad social sigan avanzando y amenacen con destruir por completo el tejido social de nuestra nación. Como ya lo afirmaba la Carta Pastoral del Episcopado Paraguayo de 1976, “Presencia de la Iglesia en la hora actual del Paraguay”, hoy sigue siendo urgente trabajar juntos para reconstruir el tejido moral y social de la Nación, fortaleciendo la confianza, la solidaridad y la esperanza en un futuro común.
En este día de acción de gracias damos gracias a Dios por los dones recibidos y por la gracia de los talentos con que Él ha enriquecido nuestras vidas. Agradecemos a las personas que nos han acompañado en este camino: a los docentes que guiaron con paciencia y sabiduría, a los compañeros y compañeras de estudio, a las familias que sostuvieron con su cariño, a los esposos y esposas, y a toda la comunidad universitaria que alentó con su ejemplo y su dedicación. Este título alcanzado no es solo un logro académico, sino fruto del esfuerzo, la disciplina y la ayuda de lo alto. Que todo lo aprendido en estos años sea semilla de transformación, que brote en compromiso, en ética profesional y en amor concreto a los más necesitados.
Pidamos al Espíritu Santo que con sus dones de sabiduría, entendimiento y fortaleza abra nuestros corazones para ser siempre dóciles a su novedad creativa. Que nos inspire caminos de reconciliación, esperanza y unidad en nuestras comunidades y en la sociedad.
Hoy celebramos no solo un fin, sino un comienzo. Lo que hemos vivido es motivo de gratitud, pero también de envío. Somos llamados a transformar lo que tocamos con la luz del Evangelio, con la honestidad, con la verdad y con el deseo profundo de servir. Que esta Eucaristía sea signo de nuestra confianza en la vida y en el amor que no defrauda, y que todo lo que hoy ofrecemos en acción de gracias se convierta en testimonio vivo de esperanza, de compromiso y de fraternidad.
Amén.
+ Adalberto Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
Asunción, 23 de octubre de 2025
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