SANTA MISA
HOMILÍA
MENSAJE JUBILAR
LA SABIDURÍA DEL CORAZÓN AGRADECIDO
Queridas Hermanas, queridos hermanos en Cristo: Hoy el Señor nos convoca a un momento de gracia: celebramos este Año Jubilar que marca los 50 años desde la canonización de Santa Vicenta María López y Vicuña, una mujer de sabiduría y ternura que supo reconocer la presencia de Dios en los pequeños, en los pobres y en las jóvenes trabajadoras.
El Libro de la Sabiduría (6, 1-11) nos recuerda que toda autoridad y toda misión provienen “de arriba”. Dios confía sus bienes a nuestras manos, y nos invita a administrarlos con justicia, prudencia y misericordia. Ser “ministros de su Reino” no significa ejercer poder, sino cuidar la vida que Él nos confía, servir con rectitud y mirar con compasión a los más frágiles.
El Salmo 89 nos enseña el arte de los buenos cálculos del corazón: “Enséñanos, Señor, a calcular nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio.” No se trata de cifras ni de balances contables, sino de aprender a administrar bien el tiempo y los dones de Dios, haciendo rendir cada día en obras de amor y servicio. El Jubileo es, así, un tiempo de revisión: un “balance espiritual” donde miramos con gratitud lo vivido, corregimos lo necesario y proyectamos con esperanza el futuro.
Jesús se inclina sobre los vulnerables (Lucas 17, 11-19). Los diez leprosos suplican de lejos, pero Jesús se deja tocar por el dolor humano. Su compasión no sólo sana la piel, sino que restaura la dignidad. Solo uno regresa para dar gracias: el samaritano, el extranjero. Ese hombre representa a todos los que saben reconocer la gracia recibida y vuelven a los pies de Cristo.
Hoy también nosotros volvemos a Jesús. Venimos con un corazón agradecido porque el Señor se ha inclinado hacia los vulnerables —hacia los “leprosos” de nuestra historia— y nos ha permitido ser sus manos y su ternura. El Buen Samaritano no pregunta quién es el herido; se detiene, se compadece, lo cura y lo lleva consigo. Así también el carisma de Santa Vicenta María: mirar al que sufre y devolverle su dignidad.
El carisma de la Congregación es profundamente ignaciano en su discernimiento y mariano en su corazón: discernir dónde Dios llama hoy, y responder con la docilidad y la prontitud de María. Santa Vicenta María no imitó a San Ignacio: lo encarnó en femenino, con una mística de acción, de cercanía y de cuidado. Ella comprendió que la caridad bien administrada es la forma más alta de sabiduría. Y esa sabiduría sigue siendo hoy el alma de su obra: cuidar los detalles, acompañar procesos, formar personas, sostener comunidades.
PALABRAS DE SAN PABLO VI EN LA CANONIZACIÓN DE SANTA VICENTA MARÍA LÓPEZ Y VICUÑA
(Basílica de San Pedro, 25 de mayo de 1975)
“La figura de Santa Vicenta María López y Vicuña está más cerca de nosotros en el tiempo. Nació en España en 1847 y en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1876 recibió el hábito religioso. Nació así la Congregación de las Religiosas de María Inmaculada, una familia que tiene por misión la santificación personal de sus miembros y la ayuda a las jóvenes que trabajan fuera de sus propios hogares.
El carisma de la fundadora tiene en nuestra época una vivencia singular, una fuerza profética: es un empeño de constante y auténtica renovación, centrada en la caridad, y un compromiso de caridad social que constituye la herencia principal de vuestra Fundadora.
Amadísimos hijos, la Iglesia rebosa hoy de gozo; quisiéramos que este canto de alegría se traduzca en un ferviente mensaje de felicitación a España entera, que nos ofrece nuevos testimonios de santidad.”
El Jubileo es tiempo para agradecer, revisar y proyectar. Agradecer el pasado, revisar el presente y proyectar el futuro, confiando en que el Espíritu seguirá guiando a la Congregación hacia nuevas fronteras de servicio. Como quienes preparan un presupuesto responsable, también nosotras debemos calcular los recursos del alma: ¿cuánto amor tenemos disponible?, ¿qué esperanza debemos invertir?, ¿qué temores conviene eliminar?
Este Jubileo es un tiempo para renovar la gratitud. Porque el Señor se ha inclinado sobre las heridas de su pueblo, porque ha hecho fecunda la obra de Santa Vicenta María y porque sigue confiando en ustedes, Hermanas, para ser Buenas Samaritanas en el mundo de hoy.
ORACIÓN A MARÍA INMACULADA
María Inmaculada, Madre y Maestra, hoy te damos gracias por tu presencia silenciosa y fiel. Tú fuiste la primera administradora de los bienes de Dios, porque guardaste su Palabra y la hiciste vida. Enséñanos a contar nuestros días con sabiduría, a administrar con amor los dones del Espíritu, y a servir con alegría a los pequeños y olvidados.
Haz de nuestras comunidades hogares de esperanza, donde cada hermana aprenda a agradecer, cada joven descubra su valor y cada herida encuentre consuelo. Que tu pureza nos inspire, tu fe nos sostenga, y tu ternura nos enseñe a inclinarnos, como Jesús, ante los que sufren.
María Inmaculada, Reina del Jubileo y Madre de la Gratitud, ruega por nosotras, para que sepamos vivir este tiempo como un nuevo comienzo de amor y de servicio. Amén.
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