Homilía de Ordenación Sacerdotal y Diaconal

24 de abril del 2021

Este domingo es el domingo del Buen Pastor. En este tiempo pascual, en plena pandemia, el Señor Jesús, el Buen Pastor, sigue realizando las maravillas en su Iglesia completando su rebaño con nuevos pastores. Maravillas de fe y de amor al llamar a dos jóvenes a la vida sacerdotal. Maravillas por la perseverancia en un camino de santidad de parte de los nuevos consagrados. Y maravilla por parte de sus padres por la generosidad que tuvieron para con Dios al entregar a sus hijos para una vida noble, sabia y santa como Ministros sagrados de Jesucristo.

Este domingo es también el día de la familia. Aquí tenemos el ejemplo de una familia cristiana que ha optado por acompañar el largo proceso de formación sacerdotal de su hijo. Cuando una familia cristiana se abre a la gratitud y a la generosidad recibe una gracia muy grande de sabiduría y de riqueza espiritual.

Ellos son Denis Cáceres, para el diaconado en transición al sacerdocio, y el diácono Diego Pereira, ordenado sacerdote.

Alabamos a Dios por su inmenso amor a nuestra Iglesia local de la Arquidiócesis de la Asunción, mientras agradecemos a los padres de estos recién ordenados.

¿Qué significa un nuevo sacerdote?

Un nuevo sacerdote es un regalo de Dios y un signo de fe madura de un joven que, ayudado por sus formadores del Seminario Mayor Nacional, desde el Rector y el Equipo de Formadores, ha sabido colaborar con la gracia del llamado vocacional.

La pascua nos habla de vida y de vida eterna. Un sacerdote es el servidor de esa vida y de la vida eterna. “Quien cree en mí – dice Jesús – tendrá la vida eterna. Y quien come mi carne y bebe mi sangre tendrá la vida eterna. Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 52-59). El sacerdote vivirá de esa vida, en la oración, la liturgia, los sacramentos en especial, de la Eucaristía, pues cada día celebrará la santa Misa como si fuese el primer día de su ordenación sacerdotal.

¿Cuál es la misión de un sacerdote?

La misma misión de Jesucristo quien prolonga su misión en los Obispos y sacerdotes se concentra en tres verbos: enseñar, santificar y gobernar (servir). Jesucristo confía a su Iglesia la mejor tarea de la humanidad, llevar la buena nueva a todos los pueblos, “enseñándoles lo que Él ha enseñado”, “santificándoles” con el Bautismo y la Eucaristía como Él nos ha santificado en su Cruz y en su última cena con la Eucaristía; y “gobernando en la caridad”, es decir, en el servicio de amor al prójimo, como Él nos amó hasta entregar su vida por nosotros.

En esto está la misión del sacerdote. Ser otro “Cristo”, prolongar su misión hasta el confín de la historia.

¿Cómo debe ser un sacerdote en su comunidad?

Por la ordenación sacerdotal, el sacerdote es un servidor cualificado de la Iglesia. Por el sacramento de la ordenación sacerdotal recibida está llamado a servir y a amar a sus hermanos y hermanas que el Señor Jesús les confía. Su salud física, psíquica y espiritual, se une a su sabiduría intelectual y profesional, a la par de una virtud caracterizada por la santidad y vida apostólica. Estos dones del Espíritu Santo le permiten al sacerdote ofrecer su vida para la evangelización y la difusión del Reino de Dios en la historia.

Es un hombre elegido de entre los hombres. Vive la historia humana con el vaivén de la precariedad y de la pobreza de la gente. Está animado por la celebración diaria de la Santa Misa y lleno del Espíritu Santo, comparte con su hermanos y hermanas la oración, la caridad y la solidaridad con los pobres y necesitados. No es un súper hombre. Tiene la debilidad y la fragilidad de todo ser humano. Pero, sabe que la gracia de Cristo y los sacramentos tiene la eficacia sobre el pecado y el mal. Sabe también que su comunidad cristiana será el espacio donde recibirá el afecto y el sostenimiento para ser un sano, sabio y santo sacerdote.

+ Edmundo Valenzuela, sdb

                                    Arzobispo metropolitano de la Santísima Asunción