SANTA MISA
HOMILÍA
DÍA DE LA SAGRADA FAMILIA Y CIERRE DEL JUBILEO
La familia de Nazaret, hogar donde Dios quiso habitar
En esta Fiesta de la Sagrada Familia, y al culminar el Año del Jubileo extraordinario, volvemos la mirada, ante todo, a la familia que hemos contemplado en la Navidad: la familia de Jesús. El Hijo de Dios quiso nacer y crecer en una familia humana concreta, en un hogar sencillo y trabajador, junto a María y José. Dios no eligió el poder ni la comodidad, sino el calor de una casa, la ternura de una madre y la responsabilidad silenciosa de un padre. Desde el comienzo, Dios quiso compartir nuestra vida cotidiana y santificar la experiencia familiar, con sus alegrías, sus cansancios y sus desafíos.
En diciembre de 2024 se abrieron las puertas jubilares, invitándonos a atravesarlas como Peregrinos de la Esperanza, recordándonos que la esperanza no defrauda. Hoy cerramos las puertas del Jubileo extraordinario, pero no cerramos la fe ni la esperanza. Cerramos un tiempo de gracia para abrir otro, con el corazón agradecido y disponible. Desde el pesebre, la Iglesia abraza hoy a todas las familias, especialmente a las más humildes, a las que luchan y resisten, a las que viven situaciones complejas, reconociéndolas como lugar donde Dios sigue haciéndose presente y donde la esperanza comienza a tomar forma.
La Palabra de Dios ilumina la vida familiar. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos ofrece una sabiduría profundamente humana y espiritual. Nos habla del respeto entre generaciones, del cuidado mutuo, de la gratitud y de la paciencia. Honrar a los padres, acompañar la fragilidad, cuidar a los ancianos y sostener la vida en todas sus etapas no es solo un mandato moral, sino una forma concreta de amar y de construir comunidad. Una sociedad que no cuida a sus mayores, que no valora la memoria y la experiencia, comienza a perder su alma.
El Salmo nos presenta una imagen entrañable: la mesa compartida, el fruto del trabajo, los hijos alrededor. Aun en medio de la pobreza y de la precariedad, la familia sigue siendo hogar, abrigo y lugar de encuentro. La mesa familiar permanece como un espacio sagrado donde se comparte no solo el pan, sino también la palabra, el consuelo, la escucha y la esperanza.
San Pablo nos recuerda que la familia cristiana no es perfecta ni idealizada, sino real. Está hecha de paciencia, de perdón, de mansedumbre y de amor. Allí donde hay tensiones, heridas o conflictos, el Evangelio invita a recomenzar, a perdonar, a cuidar la comunión y a dejar que la paz de Cristo reine en el corazón.
La Sagrada Familia y las familias en camino. El Evangelio nos muestra a la Sagrada Familia atravesada por la huida, el exilio y la migración. José, María y el Niño Jesús tuvieron que dejar su tierra para salvar la vida. Jesús fue migrante desde su infancia. Esta experiencia ilumina hoy la realidad de tantas familias que viven la movilidad humana dentro y fuera del país, separadas por la búsqueda de trabajo, de estudio o de mejores oportunidades.
Detrás de cada migración hay historias de sacrificio, de nostalgia y de esperanza. Hay madres, padres, hijos y abuelos que aprenden a vivir la distancia y la ausencia. A todas estas familias las llevamos en el corazón y las sostenemos con la oración, confiándolas al cuidado amoroso de Dios.
Peregrinos con Cristo en la historia. El peregrino no camina solo. El camino se hace con otros. El Jesús histórico que recorrió los caminos de Galilea y Judea no quedó encerrado en el pasado. Él camina hoy con su pueblo en la historia. La fe cristiana es fe en camino, fe que busca, que espera y que confía. El Jubileo nos recordó que estamos llamados a caminar juntos, sostenidos por la esperanza y la solidaridad.
La familia, cuna y protectora de la vida. Reconocemos a la familia como cuna y protectora de la vida. La vida es don de Dios, sagrada y valiosa desde su concepción hasta su ocaso natural. En la familia se aprende a cuidar la vida, a respetarla y a defenderla, especialmente cuando es frágil, enferma o vulnerable. Decir que la vida es inviolable es afirmar que no puede ser descartada, utilizada ni manipulada, porque no es propiedad de nadie, sino don confiado por Dios.
La familia es también cuna de valores humanos y evangélicos como la honestidad, el trabajo, la solidaridad, el respeto y la responsabilidad. Aun en su diversidad de formas y en medio de fragilidades, sigue siendo un espacio fundamental de humanidad y de fe.
La familia, primera educadora y promotora de talentos. La familia es la primera educadora. Antes que cualquier institución, es en el hogar donde se aprende a vivir, a convivir, a respetar y a amar. Allí los hijos descubren sus capacidades, desarrollan sus talentos y reconocen sus potencialidades. La familia es promotora de los dones que cada persona recibe, ayudando a que esos talentos crezcan y se pongan al servicio del bien común.
Esta tarea educativa es esencial y necesita ser reconocida, apoyada y fortalecida. La educación que nuestro país necesita no puede prescindir de las familias ni dejarlas solas. Educar es una responsabilidad compartida, que exige compromiso, acompañamiento y políticas públicas que sostengan a todas las familias, sin exclusiones.
Familias misioneras, de puertas abiertas. Queremos agradecer y visibilizar a tantas familias que viven su vocación de manera misionera. Familias de puertas abiertas, que no se encierran en sí mismas, sino que salen al encuentro, comparten lo que tienen, ofrecen tiempo, escucha y cercanía. Con gestos sencillos de hospitalidad y servicio, acompañan a otras familias más frágiles y se convierten en signo vivo del Evangelio en nuestras comunidades.
Fragilidades sociales y pobreza persistente que nos interpelan. No podemos ignorar las fragilidades que atraviesan hoy muchas familias en nuestro país. La pobreza persistente sigue siendo una herida abierta en Paraguay. No es solo un problema económico, sino una realidad estructural y multidimensional que hiere la dignidad de las personas y se transmite de generación en generación. Constatamos con dolor que, pese a los esfuerzos realizados y a las estadísticas sobre crecimiento, este problema no se ha logrado superar y continúa condicionando la vida de miles de familias, especialmente en zonas rurales y territorios históricamente postergados.
Muchas familias se convierten en el primer sistema de salud, cuidando enfermos en sus propias casas, a veces en condiciones límites y sin recursos suficientes. Otras acompañan a personas con discapacidad, con amor silencioso y perseverante. La familia ampliada —abuelos, tíos, padrinos y madrinas— cumple allí un papel fundamental.
A todas estas familias queremos decirles que no están solas. Nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser espacios de cercanía, de escucha y de acompañamiento concreto.
Políticas públicas al servicio de la familia y del bien común. Cuidar a la familia no es solo una tarea privada; es una responsabilidad de toda la sociedad. Cuando hablamos de políticas públicas, hablamos de decisiones concretas que deben poner verdaderamente en el centro a la persona humana y a la familia. Hablamos de políticas de salud que lleguen a todos, de educación accesible y de calidad, de trabajo digno, de vivienda adecuada y de protección social efectiva.
Los bienes y recursos que pertenecen a todos —lo que llamamos erario público— son fruto del esfuerzo cotidiano del pueblo y están llamados a volver al pueblo convertidos en cuidado y dignidad. Administrar es cuidar y gobernar es servir. Cuando estos bienes no cumplen su finalidad, no estamos ante un problema meramente administrativo, sino ante familias concretas que cargan sobre sus hombros lo que debería ser una responsabilidad compartida.
Defender la soberanía de la familia significa crear condiciones reales para que pueda educar a sus hijos, cuidar a los ancianos y a los enfermos, transmitir valores, trabajar con dignidad y proyectar su futuro sin quedar atrapada en la pobreza o la exclusión. Esto incluye de manera especial a las comunidades campesinas, indígenas y a las familias migrantes.
Una palabra cercana a los jóvenes. De manera especial, queremos dirigir una palabra cercana y paternal a los jóvenes. Sabemos que viven tiempos complejos, marcados por la incertidumbre, la falta de oportunidades y el temor al futuro. Queremos decirles que la Iglesia confía en ustedes. No son solo el futuro, sino el presente vivo de la Iglesia y de la sociedad. No bajen los brazos. Descubran sus talentos, cuiden su dignidad y caminen con esperanza. No están solos.
Cierre jubilar. Al cerrar este Año del Jubileo extraordinario, damos gracias por las bendiciones recibidas. Cerramos las puertas jubilares, pero mantenemos abierta la puerta de la esperanza en nuestros corazones. Seguimos caminando como Peregrinos de la Esperanza, confiados en que Dios camina con su pueblo y no lo abandona.
Amén.
Card. Adalberto Martínez Flores
Arzobispo de Asunción
28 de diciembre de 2025
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