Virgen María de Lourdes
Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Cuatro años después de la proclamación de su Inmaculada Concepción, el 11 de febrero (1858) la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a la humilde joven santa María Bernarda Soubirous en los montes Pirineos, junto al río Gave, en la gruta de Massabielle, de la población de Lourdes, y desde entonces aquel lugar es frecuentado por muchos cristianos, que acuden devotamente a rezar.
El 25 de febrero, según testificó Bernadette, la Virgen le dijo que fuera a tomar agua de la fuente y que comiera de las plantas que crecían libremente allí. La Señora le enseñó con el dedo que escarbara en el suelo. Al excavar en el fango e intentar beber, Bernadette ensució su rostro, y sus gestos y apariencia fueron motivo de escepticismo por parte de muchas de las 350 personas presentes, ya que el manantial no se manifestó de inmediato. Sin embargo, poco después surgió una fuente de agua que, hasta el día de hoy, es lugar de peregrinaciones por parte de muchos católicos y que ha sido testigo de numerosos milagros.
(Isaías 66,10)
Porque así habla el Señor: Yo haré correr hacia ella la prosperidad como un río, y la riqueza de las naciones como un torrente que se desborda. Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén. Al ver esto, se llenarán de gozo y sus huesos florecerán como la hierba. La mano del Señor se manifestará a sus servidores.
Como la mano del Señor se ha manifestado en Santa Maria, que ha través de ella humilde sierva del Señor, mediadora y su obediencia al plan de Dios, llena la tinajas de nuestras vidas con el vino bueno del gran amor de Dios. Ella cómo madre acude a sus hijos en necesidades, Servidora de Dios y de sus hijos. Ella es fuente de vida y sanacion. Cómo se ha manifestado en la humildad de Santa Bernardita. Cómo un torrente que desborda las aguas de las fuentes de la gruta de Massabielle, ha sido sanacion y prosperidad espiritual para miles y miles de fieles que han bebido de esa fuente. Así el Señor manifestó y manifiesta su gloria a los que creyeron en el.
La Jornada Mundial del Enfermo que instituyó Juan Pablo II en 1992 y que se celebró por primera vez en Lourdes un día como el de hoy, pero 1993, hace 31 años.
El Papa Francisco no dice en esta XXXI Jornada Mundial del Enfermo, en pleno camino sinodal, nos invita a reflexionar sobre el hecho de que, a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad, es como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura.
En el libro del profeta Ezequiel, el Señor dice así: «Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma […]. Yo las apacentaré con justicia» (34,15-16). La experiencia del extravío, de la enfermedad y de la debilidad forman parte de nuestro camino de un modo natural, no nos excluyen del pueblo de Dios; al contrario, nos llevan al centro de la atención del Señor, que es Padre y no quiere perder a ninguno de sus hijos por el camino. Se trata, por tanto, de aprender de Él, para ser verdaderamente una comunidad que camina unida, capaz de no dejarse contagiar por la cultura del descarte.
La Jornada Mundial del Enfermo, en efecto, no sólo invita a la oración y a la cercanía con los que sufren. También tiene como objetivo sensibilizar al pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias y a la sociedad civil sobre una nueva forma de avanzar juntos. La profecía de Ezequiel, citada al principio, contiene un juicio muy duro acerca de las prioridades de quienes ejercen el poder económico, cultural y de gobierno sobre el pueblo: «Ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad» (34,3-4).
Los años de la pandemia han aumentado nuestro sentimiento de gratitud hacia quienes trabajan cada día por la salud y la investigación. Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de capacidades y de solidaridad, y mostró los límites estructurales de los actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es necesario que la gratitud vaya acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho fundamental a la salud.
Encomiendo, nos dice el Papa, a la intercesión de María, Salud de los enfermos, a cada uno de ustedes, que se encuentran enfermos; a quienes se encargan de atenderlos —en el ámbito de la familia, con su trabajo, en la investigación o en el voluntariado—; y a quienes están comprometidos en forjar vínculos personales, eclesiales y civiles de fraternidad. A todos les envío cordialmente mi Bendición Apostólica.
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