En este jueves santo estamos recordando la cena del Señor en el que se instituye la Eucaristía y el sacerdocio. Con la celebración de la ultima cena iniciamos también el triduo pascual, donde contemplamos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que vivimos desde hoy acompañando a Jesús en el huerto de los olivos en medio de su agonía.
Dos puntos que me gustaría resaltar en esta reflexión: la importancia de la Eucaristía y el gesto del lavatorio de los pies.
La eucaristía es el centro de nuestra vida cristiana porque allí recordamos y vivimos de nuevo el único sacrificio de Cristo en la cruz, la acción más grande de amor, un amor que mueve al Señor a dar su vida, un amor que supera todo egoísmo, un amor que a pesar que sabía que lo iban a traicionar y lo iban a negar, siguió adelante con el proyecto de Dios.
La ultima cena es el anticipo de la acción salvífica, es allí donde Jesús toma el pan y nos dice: tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes, luego dice: tomen y beban porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza, y continúa diciendo hagan esto en memoria mía; con esta acción se cumple esta afirmación en la cruz, que lo recordaremos mañana en la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. San pablo al concluir la segunda lectura nos recordaba que el que come de este pan y beba de esta copa proclamaran la muerte del Señor, de esta manera la cena del Señor tiene relación con su muerte en la cruz.
La Iglesia asume este mandato recibido en la última cena de conmemorar aquel acontecimiento que nos pone frente al misterio de Dios.
La pregunta que podemos plantearnos es ¿Cuál es el propósito de Dios? El propósito de Dios es que todos se salven, por eso la Eucaristía es el medio de salvación y esta eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Ecclesia de Eucharistia).
Pero no se trata solo de recordar el único sacrificio, sino que se trata de reconocer que en cada misa se actualiza este sacrificio, Cristo vuelve a entregarse en su cuerpo y en su sangre para el perdón de nuestros pecados. También, en ella reconocemos la presencia real de Cristo, aquel que es sacerdote, altar y víctima.
La Iglesia vive de la Eucaristía porque en ella está la presencia misma de Cristo, ella es presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia.
Ante este amor generoso de Dios que envió a su propio hijo al mundo para rescatarnos de la muerte y del pecado, debe haber una respuesta del hombre a la acción de Dios. Nuestra respuesta es amar la Eucaristía porque en ella vemos el amor de Dios, valorar ya que mediante el sacrificio somos salvados y adorarlo porque en él está el Señor vivo y presente.
Hoy muchos no entienden todo el valor de una misa, lo que es y lo que debe ser para nosotros los cristianos, por eso vemos las Iglesias vacías, el domingo dejo de ser para muchos el día del Señor. Creo que las catequesis de niños, de jóvenes y de adultos debe ser el espacio ideal para aprender el misterio de nuestra salvación. A veces se acercan gente que ni siquiera saben como colocar las manos para comulgar, se va perdiendo la delicadeza ante lo sagrado ya que es el mismo Jesús que está en la hostia consagrada. Y al recibirlo regresan a sus asientos esperando que continúe la misa, cuando es el momento ideal para adorarlo ya que está dentro nuestro.
Hermanos: Jesús nos espera siempre y quiere que lo recibamos, el pecado no puede ser un impedimento para comulgar ya que tenemos el don del sacramento de la confesión.
Como segundo tema de la reflexión, es el lavatorio de los pies.
Cuando Jesús en su gran humildad se pone a lavar los pies de sus apóstoles, les invita también a ellos a hacer lo mismo. Pero qué significa esto.
El lavatorio de los pies representa el sentido de la vida entera de Jesús, es inclinarse para ponerse al servicio, lavando los pies de sus apóstoles, donde se despoja de su vestidura de gloria para entregarse totalmente a la vida del hombre. Recordemos aquella frase que conocemos todos y que dice: yo no vine a ser servido sino a servir. En que consiste este servicio que el Señor nos invita a vivir lavando los pies de nuestros hermanos.
El servicio debe llevarnos a morir, así como Jesús murió por nosotros, morir a nuestro egoísmo, morir a nuestros placeres, morir nuestro orgullo a nuestra soberbia, morir a el individualismo y toda doctrina e ideología que no coincida con este propósito. Lavar los pies es aprender a caminar juntos a ayudarnos, sostenernos y animarnos a transformar todo aquello que somete a un yugo de esclavitud, buscando la liberación del hombre. El servicio de lavar los pies nos permite inclinarnos a lavar los pies del que sufre, de aquellos que son marginados, de los enfermos entre otros muchos hermanos que hoy necesitan que nos acerquemos a ellos.
Nuestra sociedad hoy necesita que asumamos este compromiso, nuestros gobernantes deben ser servidores que buscan el bien del pueblo, que los que tienen alguna responsabilidad con la sociedad sepan actuar no en beneficio personal, sino que vean a aquellos que están en su entorno que necesita que se los trate con respeto y con la dignidad que se merecen. Que en cada familia pueda reinar el gesto de lavarse los pies, el esposo se ponga al servicio de la esposa y viceversa buscando la felicidad del otro. Que los padres sepan lavar los pies de sus hijos ofreciéndoles el cuidado y la atención que se merecen, los hijos laven los pies de sus padres en la ayuda de las cosas cotidianas y entre los hermanos para que haya respeto y amor mutuo. De esta manera puede ir acabando la corrupción, la injusticia, la violencia familiar, la delincuencia, las muertes y otros muchos males que nos aquejan.
El cristiano está llamado a servir y a amar como Cristo, a aprender dar su vida por lo demás, cumpliendo aquel mandamiento que nos dice ámense los unos a los otros.

Amén.

 

Pbro. Reinaldo David Roa Servin

Canciller