LLAMADOS A SER TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN
Hermanas y hermanos:
¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Hemos escuchado esta noche la larga historia del amor de Dios a los hombres. Y la proclamación del Aleluya nos ha conducido, como culminación, a oír el momento más grande de la historia de la salvación, el anuncio gozoso de la esperanza cumplida para siempre: el anuncio de Jesús resucitado, el anuncio que es garantía y prenda de vida para todos.
Y nosotros hemos creído este anuncio. El anuncio de que, por la fuerza de Dios, la vida será siempre, ocurra lo que ocurra, más fuerte que la muerte, el amor será siempre más fuerte que la cerrazón y el egoísmo, la esperanza podrá ser siempre, en todas partes, más fuerte que todo dolor y toda destrucción.
Que, en esta noche, en que celebramos gozosos la Resurrección del Señor, todos nos sentimos renovados en nuestro camino, liberados del mal y de la muerte, llamados a progresar hacia el Reino de la verdad, del amor, de la justicia, de la libertad y de la vida, que Dios Padre quiere para todos nosotros.
Las lecturas de esta solemne vigilia nos enseñan que la fe es una lucha entre la oscuridad y la luz. La oscuridad del pecado, que lleva a la muerte y a la opresión de los pobres. La luz de la salvación, que ensalza a los humildes y los realiza según el proyecto de Dios.
La oscuridad ha sido vencida definitivamente. No nos equivoquemos: “¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí: Ha resucitado”. Fuera de Cristo Luz de la naciones, la noche sigue su curso. Dentro de los corazones de los fieles, la palabra de Dios ha iluminado los horizontes de la existencia. ¡Aleluya, aleluya!
La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de la fe cristiana, pues “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 16s). Iluminados por la fe, purificados por el agua bautismal, estamos invitados a sentarnos en la mesa de la caridad. Es el banquete de los hijos en la casa paterna. No podemos, olvidar que pascua significa paso. No nos instalemos en nuestro egoísmo ni en nuestras seguridades. Traicionaríamos la pascua y echaríamos a perder la salvación de Jesucristo.
Lo que sucede en esta Vigilia Pascual, en este domingo de resurrección nos compromete a todos en la construcción de un nuevo mundo, en la construcción de la civilización del amor.
El Aleluya Pascual tiene un ineludible compromiso: “No tengan miedo: anuncien a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. La Pascua provoca el anuncio, la comunicación gozosa, la esperanza compartida en un mundo complejo y lleno de dolor, la fe comunicada en una sociedad siempre en peligro de división y desesperanza.
Lo importante será marchar a Galilea; dejar Jerusalén, lugar que sólo produce muerte, con su secuela de cruces y sepulcros; eso ya ha quedado descartado. En Jerusalén, centro de la ley, de los fariseos y letrados, del Templo, del legalismo… allí no es posible conseguir la vida; hay que marchar a Galilea para encontrarse con la vida.
Cristo va delante de nosotros. Cristo se hace camino por los caminos del mundo. No tengamos miedo. Él camina con nosotros, pondrá en nuestros labios y en nuestras manos palabras y gestos eficaces para extender el reino de Dios allí donde estemos: en la familia, en el trabajo, en la comunidad, en la política, en la economía, en la cultura, en la ciencia, en todos los ámbitos, comenzando por la propia Iglesia hasta llegar, sin miedo, a las periferias geográficas y existenciales, e iluminar la vida de tantos hermanos con la alegría del Evangelio.
Jesús luchó por hacer realidad, ahora y aquí, el reino de Dios entre los hombres. Curó a los enfermos, dio respuesta a las ilusiones y esperanzas de los pobres, se enfrentó con las mentiras e injusticias de las autoridades, rebatió los esquemas religiosos de unos dirigentes corrompidos por el poder y la ambición.
En el asesinato brutal de Jesús en la cruz, podemos ver la muerte anónima, silenciosa o heroica de millones de hombres sacrificados a través de los siglos por los intereses inconfesables de los que se apoderan, incluso “democráticamente”, de los gobiernos y de los bienes de los pueblos. Aquel asesinato, a todas luces inútil y sin sentido, no era la última palabra del Dios de Jesús. Si la muerte del Hijo se refleja en cada dolor humano, su resurrección brilla en cada avance del universo, en cada esperanza de mejora humana y social, en el esfuerzo de cada uno por ser mejores y contribuir a una sociedad mejor.
El que ha experimentado la fuerza de Cristo resucitado no puede guardarla para sí. Hay que anunciarlo, hay que compartirlo. Es una hermosa tarea. Es un compromiso por la Pascua.
Algunas exigencias de este compromiso son:
Luchar contra las fuerzas que producen muerte. Son las fuerzas que condenaron a Cristo y lo crucificaron, y lo siguen crucificando. Estas fuerzas son enormemente poderosas. La injusticia y la violencia se unen para sembrar muerte. Tenemos que decir no a la corrupción, a la impunidad, al crimen organizado y a todo tipo de violencia (tráfico de drogas, tráfico de armas, tráfico de personas, lavado de dinero, sicariato, secuestros, terrorismo…)
El tráfico de drogas destruye y desintegra personas y familias, sobre todo a los jóvenes; es causa de asesinatos y brutales sicariatos, que siguen crucificando vidas con crueldad y odios, y actúan desde las sombras de la muerte crucificando y coronando de discordias la vida humana; además, el dinero manchado de sufrimiento, dolor, luto y llanto corrompe nuestras instituciones y debilita el sistema democrático, impidiendo la realización del bien común.
Necesitamos luchar contra todo tipo de abusos, en la Iglesia y en la sociedad. Abusos de poder, abusos de conciencia, abusos sexuales, que crucifican a los más débiles y vulnerables. El aumento de la violencia intrafamiliar, no pocas veces termina en feminicidios. Así también, volvemos a llamar la atención sobre la desaparición de niños, niñas y adolescentes; los informes señalan que se han reportado más de 1000 casos, cuyo destino es desconocido y que, podrían tener relación con el tráfico de personas.
La Pascua debe impulsarnos a luchar contra todo lo que origina muerte y conduce a la muerte, contra los que siguen crucificando la vida y sembrando dolor, destrucción y luto. La corrupción, la impunidad y los crímenes que amenazan de muerte la institucionalidad democrática y la vida de la propia nación.
Defender la vida digna y la vida plena de todo ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural. Esta defensa vale para la naturaleza toda. El hombre de Pascua debe ser el mejor defensor de la vida y del cuidado de la casa común.
Necesitamos combatir las causas de la pobreza, las estructuras opresivas e insolidarias, el egoísmo que anida en el corazón del hombre y en el corazón del mundo.
Estar del lado de los crucificados y condenados. No podemos estar junto a los que condenaron y condenan a Cristo. Tenemos que estar junto a Cristo, junto a los que continúan y completan su Pasión: los pobres y excluidos, los vulnerables, los pequeños, los descartados: niños, mujeres, ancianos, indígenas, campesinos, personas con discapacidad, drogodependientes; los hambrientos, los enfermos, los desempleados, los sin techo, los presos sin condena que hacinan las cárceles, los migrantes y refugiados.
No podemos olvidar a los privados forzosamente de su libertad, a los secuestrados, ni el dolor de sus familias. Tengamos en cuenta también a todas las familias que sufren por la pérdida de sus seres queridos.
Muchas familias viven en este tiempo pascuas dolorosas. Debemos reconocer el rostro del Señor en los condenados y crucificados de hoy, para consolarles, apoyarles y acompañarles en su liberación de las ataduras de muerte. Que no pierdan la esperanza y la fortaleza de Aquel que ha movido las pesadas piedras de la muerte, para resucitar en la esperanza que no defrauda.
Alentar lo que va naciendo. Es tarea del cristiano contagiar vida y esperanza; alentar todo proyecto generoso. Tenemos que estar cerca del que cree en la sociedad que queremos y necesitamos y del que se esfuerza por construir la paz. Tenemos que asumir el compromiso que ayude al renacer del Paraguay, a hacer posible la patria soñada.
Vivir resucitando. La dinámica pascual no es conservadora. Necesitamos salir de nuestro encierro, crecer en la fe, en el amor, en la verdad. Crecer en la vida de oración y en el testimonio cristiano. Crecer en la responsabilidad y en el compromiso con la construcción de un país donde impere el bien común. Que la potencia de la resurrección se note en nuestros gestos y acciones; en nuestra coherencia de vida; en nuestro compromiso con una sociedad justa, fraterna, solidaria. La Pascua es siempre fiesta de liberación.
La paz es también un don de la Pascua que Cristo resucitado ofrecía a sus discípulos. Miles y miles de jovenes han vivido en estos días su Pascua Joven. Nos han edificado verles como el presente y futuro de la Iglesia en el Paraguay haciendo ya el itinerario hacia Galilea para encontrarse y caminar con el Cristo Resucitado. El que vive la Pascua debe irradiar la paz y debe construir la paz, dondequiera que ésta se sienta herida o amenazada. Siendo promotores de diálogo, de escucha respetuosa del otro, de reconciliación, de consensos; ser apóstol de la no-violencia. Defender y trabajar por la paz de Jesucristo.
Viviendo en la verdad. Nos hemos acostumbrado no sólo a decir mentiras, sino a vivir en la mentira; es decir, a no sentir lo que decimos, a no expresar lo que pensamos, a no cumplir lo que prometemos, a no ser lo que aparentamos, a no vivir lo que creemos y profesamos. Diariamente vemos y escuchamos tantas verdades a medias y tantos intereses no confesados. Pero la Pascua es luz, transparencia total. El hombre resucitado se esfuerza por desenmascarar toda hipocresía y cinismo.
Las próximas elecciones generales del 30 de abril, coincidente con el cuarto domingo de Pascua, nos interpelan y nos pondrán a prueba si la Resurrección de Cristo ha tocado nuestro corazón, nuestra mente, nuestro espíritu, nuestra voluntad, nuestras actitudes y nuestras acciones.
Hermanas y hermanos, ante tan importante acto cívico les invito a ver, escuchar, sentir y actuar como hombres y mujeres, ciudadanos y ciudadanas que viven conforme a los criterios y compromisos que exigen la Pascua. Exhorto sobre todo a los jóvenes, que asuman el compromiso de participar, votar y elegir, libre y responsablemente. Ustedes, queridos jóvenes, con su participación, serán testigos de la resurrección y los protagonistas que decidirán el Paraguay que necesitamos, queremos y nos merecemos.
La Pascua hay que vivirla. Hay que asumir su mensaje. Hay que llegar a ser pascua. Que la Pascua no sea una fiesta del calendario, un rito, sino un espíritu, una manera de ser y de vivir. Quiere decir que no basta con creer que Cristo es la Vida, sino que hemos de esforzarnos para que Cristo sea vida en nosotros.
¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Felices Pascuas de Resurrección.
Así sea.
Asunción, 8 de abril de 2023.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de la Asunción