Mensaje, Tupãrenda: “Hagan todo lo que Él les diga”
Hermanas y hermanos en Cristo:
Cada fiesta de María nos llena de profunda alegría, de fe, de esperanza y de caridad. Y eso es muy bueno, porque ser seguidores de Cristo implica también gozo y paz, aun en las mayores tribulaciones.
En la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo ha sabido inspirar a hombres y mujeres de todas las épocas la moción de fundar o crear una familia que asume un carisma y con ello contribuye desde una espiritualidad específica a la construcción del Reino de Dios en medio de su pueblo.
Todos los carismas son un regalo de Dios a la Iglesia, pues ayudan a los bautizados a asumir y a vivir algún valor evangélico que contribuye a su santificación y a ser discípulo misionero del Señor para la santificación de muchos.
La propuesta espiritual del P. Kentenich recuperó y puso de relieve el rol del laico en la Iglesia. En efecto, él decía: La movilización total del infierno (del mal que avanza en la sociedad) nos exige tomar conciencia de que cada uno debe estar presente, de que cada uno debe ser apóstol y soldado de Cristo. Hoy en día los laicos deben estar en el frente, deben luchar por el cristianismo.
Para una espiritualidad laical es entonces importante, integrar todo lo que forma parte del ámbito laical: el mundo, el trabajo, la familia, la sociedad. Todo ello ha de ayudar para crecer en el camino del laico hacia la santidad.
El Evangelio de San Juan, que proclamamos hoy, pone a María en el centro del relato como medianera de las necesidades materiales y espirituales del Pueblo de Dios, de la Iglesia.
El contexto es de una fiesta de bodas, que resalta el sacramento del matrimonio y la constitución de una familia. Jesús asistió a esa boda y con su presencia demostró cuán honroso es a los ojos de Dios el matrimonio. También vemos la importancia de invitar a Jesús a nuestro matrimonio, sobre todo si queremos que éste acabe bien y sea la experiencia feliz con la que Dios dio esta bendición al hombre y a la mujer. Cada uno de los cónyuges necesita entregar su vida al Señor y tomar la decisión firme de formar un hogar donde Cristo tenga el lugar más importante.
Conocemos el relevante trabajo apostólico del movimiento de Schoesttat en el ámbito de la familia y en el acompañamiento de los matrimonios.
Ningún acontecimiento familiar mueve tanto a propios y extraños como una boda. Son familias enteras que se unen para la creación de una nueva familia. La alegría es grande en todas las épocas y en todos los pueblos, en todas las culturas.
El ritual social y religioso de las bodas sigue siendo muy importante para las personas y para las familias hoy. Sin embargo, es cada vez más frecuente ver que la alianza de amor que se juran los novios es frágil y se rompe. Nos interpela la cantidad de separaciones y de divorcios que afecta a tantas parejas que, con gran ilusión, habían iniciado su vida conyugal.
Y es allí, frente a esa realidad, que la espiritualidad y el trabajo apostólico de los schoenstattianos adquiere una gran actualidad e importancia, no solo en el acompañamiento a las parejas y a las familias que han sabido llevar su matrimonio con fidelidad, testimoniando el amor, que es reflejo del amor trinitario; sino que también se dedican a acompañar y fortalecer la fe y la pertenencia a la Iglesia de las familias heridas.
El ideal es la perfección y la fidelidad al plan y a la voluntad de Dios de que esta sagrada unión en sacramento asume el compromiso de amor hasta que la muerte separe a los cónyuges. Sin embargo, “la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad.” (Amoris Laetitia, 291).
No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña, repite con frecuencia el Papa Francisco.
También conocemos y apreciamos el trabajo apostólico de Schoenstatt en la formación de líderes laicos que viven y testimonian su fe en los diversos ámbitos y frente a los múltiples desafíos de la sociedad.
El lema propuesto para este año 2022 asume la prioridad pastoral establecida por los obispos del Paraguay, el año del laicado: Aliados con María, laicos al servicio de la nación de Dios.
La alianza de amor con María es un camino seguro para llegar a Jesucristo, porque la Madre nos enseña que debemos ser instrumentos dóciles de la voluntad de Dios: “Hagan lo que él les diga”. Esa es la clave de nuestra fe y de nuestra salvación.
En efecto, Jesús dice: “no todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?». Y entonces les declararé: «Jamás los conocí; apártense de mí todos los que practican la iniquidad»”. (Mt 7,21-23).
Hacer la voluntad de Dios es cumplir sus mandamientos. Son dos los mandamientos capitales, que resumen la Ley y los Profetas: Amor a Dios y amor al prójimo como a uno mismo.
En el atardecer de la vida, seremos juzgados por el Amor, afirma San Juan de la Cruz. El Señor nos dice que seremos llamados a ocupar el lugar reservado a los justos si hemos sabido ver y ayudar el prójimo en sus necesidades. Entre los necesitados, incluye a los enfermos (cfr. Mt 25,34-40).
Hoy conmemoramos la fiesta de San Lucas, el evangelista y autor de los Hechos de los Apóstoles que, según la tradición, fue médico. Hacemos propicia esta fiesta para rezar por nuestros enfermos, pidiendo la intercesión de San Lucas.
La Iglesia siempre se ha ocupado de los enfermos a lo largo de la historia, con la creación de hospitales, centros asistenciales, centros de recuperación de adicciones para rehabilitar a aquellos que han sido víctimas de las drogas. La presencia de la Iglesia en los centros hospitalarios, a través de la Pastoral de la Salud, de la dedicación abnegada de tantos sacerdotes y diáconos, de religiosas y religiosos, y de muchos laicos, es un testimonio concreto del amor de Jesús, que pasó entre nosotros y sigue presente haciendo siempre el bien, curando y sanando el cuerpo y el espíritu. “Los enfermos son la pupila y el corazón de Dios”, afirma San Camilo.
“Estuve enfermo y me visitaste”, significa no solo el acto de acompañar al prójimo que está aquejado en su salud dándole un poco de nuestro tiempo en su lecho de enfermo. Eso es importante y es un gesto de misericordia y de caridad.
La caridad y la solidaridad con el enfermo deben ir más allá de algunos actos esporádicos de generosidad. También supone y significa una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida, que se traduzca en políticas públicas de bien común en el ámbito de la salud. Esto requiere impulsar decididamente una reforma profunda del sistema sanitario para el acceso universal a la salud en el Paraguay, como un derecho humano fundamental.
Recemos por nuestros enfermos y cuidémoslos, pero no olvidemos el compromiso de trabajar por el bien común, para que todos ellos tengan una atención oportuna y de calidad en los centros sanitarios en todo el territorio nacional.
La corrupción, pública y privada, no deja de dañar nuestra confianza y de malgastar los recursos destinados a mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo, en especial de los sectores vulnerables. Seguimos necesitando y reclamando el bien común de la salud, de la educación, del alimento, de la dignidad de toda vida, del trabajo y el ingreso justo, de la vivienda, de servicios públicos de calidad y de políticas firmes y sostenidas que afiancen la equidad y el desarrollo para todos.
Los laicos son la gran mayoría de la Iglesia y es el momento de asumir protagonismo, sentido de pertenencia y profundizar su formación, comprometidos desde su fe a ser fermento en la masa, sal de la tierra y luz para la transformación de la sociedad.
El saneamiento moral de la nación es una misión a la que somos convocados como Iglesia y como sociedad. Urge que los católicos que ocupan o pretenden ocupar cargos de responsabilidad en las instituciones públicas o quienes ejercen un liderazgo en el ámbito de la finanzas, de la empresa, de la educación y de la cultura, entre otros, testimonien con su vida, con su conducta pública y privada, que son dóciles a la voluntad de Dios. La Madre nos enseña: “Hagan lo que él les diga”.
Les invito a no esquivar la directa responsabilidad de “transformar las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio” (DA 210).
Les exhorto a que, desde los valores del Reino, contribuyan a transformar las situaciones de pecado que oprimen a nuestro pueblo: la corrupción, la inequidad, la violencia silenciosa de la pobreza que excluye y descarta a los más débiles, niños y ancianos, indígenas y campesinos, jóvenes sin oportunidades ni horizonte para sus vidas, familias desestructuradas, agresión al medio ambiente, entre otros males que padecemos en el Paraguay.
Subrayo estas palabras del P. Óscar, Rector de este Santuario: más que nunca Paraguay necesita hombres y mujeres de fe que, convencidos de su vocación bautismal, la vivan en todos los ambientes de su vida y así irradien desde sus corazones los valores y actitudes del Evangelio que harán de nuestra Patria una auténtica nación de Dios.
Nos ponemos bajo el manto protector de la Virgen y encomendamos la salud de los enfermos a la intercesión de la Madre, tres veces admirable.
Que María Santísima nos ayude y nos guíe para que seamos dóciles a la Voluntad de Dios, que sepamos decir sí a su Palabra y así encarnar en nuestras vidas los valores del Evangelio, para instaurar el Reino de Dios, reino de paz y de justicia, en nuestra sociedad.
Asunción, 18 de octubre de 2022.
+ Cardenal Adalberto Martínez Flores
Arzobispo de la Santísima Asunción
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