Evangelio de hoy
San Benito, Abad
Lunes de la 15ª Semana del Tiempo Durante el Año
“El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”
Evangelio según San Mateo 10, 34—11, 1
Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará.
El que los recibe a ustedes me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque solo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo no quedará sin recompensa”. Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región. Palabra del Señor.
Meditación
Recordamos a san Benito Abad, uno de los más grandes de toda la historia del monacato. Ayudó a vivir de manera sencilla la contemplación en comunidad y en un proceso lento y con mucho amor tender hacia la perfección, hacia el encuentro profundo con Dios. Gran Patriarca, quien con la cruz mostró al mundo que Dios tiene poder. Pidamos su intercesión. San Juan de la Cruz dijo: “el que ama no está satisfecho hasta que siente que ama cuanto es amado” (Cant. B, 38,3). El evangelio nos dice que Jesús nos puso por encima de su propia vida, que cargó con su cruz y perdió-entregó su vida por nosotros: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16).
¿Qué pide Jesús? Que equiparen o igualen su amor, su opción de dar la vida por ellos. Si no llegan a este nivel, no se le equiparan, no son dignos de Él. Solo quien está dispuesto a esta opción radical por Jesús es digno de su amor, de ser su enviado. Es tal la identidad, fruto de la comunión de amor, entre Jesús que envía y sus discípulos enviados, que recibirlos es lo mismo que recibirle a Jesús. Así, la hospitalidad, recepción y atención de un enviado tienen la promesa de una recompensa por parte de Dios mismo, que es quien los envía; “nos dejó la vara muy alta” (cf. Lc 6,35).
Sí, inalcanzable para nuestra humana capacidad de amar. Pero nos dejó su Espíritu Santo para hacer posible lo imposible, pues “Él nos iguala”, nos ha dado “gracia sobre gracia” “para poder llegar a ser también nosotros hijos de Dios” (cf. Jn 1,12.16). Justamente se trata de amar más, no de amar menos o de no amar. Por tanto, queda claro que es bueno y legítimo amar mucho a los padres y a los hijos, y a la propia vida. Pero en la novedad de vida que trae Jesús hay que subordinar estos amores legítimos y sanos al vínculo absoluto y primordial que establecemos con Jesús.
Perdón Señor porque nos cuesta ponerte en primer lugar, pues en tantas ocasiones otros amores están antes que Tú. Ayúdanos a amarte más que a todo y a todos, sabiendo que la cruz a cuestas es la llave de la redención. Gracias por amarnos tanto y hacerte presente en nuestra historia permanentemente a través de tus enviados. Amén.
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