Evangelio de hoy

SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

Evangelio según San  Juan 3, 7b-15

“Ustedes tienen que renacer de lo alto”

Jesús dijo a Nicodemo: “Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”. “¿Cómo es posible todo esto?”, le volvió a preguntar Nicodemo. Jesús le respondió: “¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”. Palabra del Señor.

Meditación

Para llegar a la vida divina es necesario creer que Jesús es el Hijo de Dios y nacer de nuevo a la vida nueva que brota de Su amor misericordioso. Así nos expresa: “El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna”(Jn 5,24). Celebrar la Pascua es celebrar la belleza de la fe en Jesús, crucificado pero resucitado, como decía San Agustín: “Es hermoso siendo Dios, Verbo de Dios; Es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra; hermoso en la cruz; hermoso en el sepulcro, y hermoso en el cielo… no aparte de tus ojos el esplendor de su hermosura”.

 

El Padre da testimonio a favor del Hijo como enviado, y también los Apóstoles son los testigos oculares y valientes de la resurrección del Señor, que nos transmitieron la veracidad de su victoria sobre la muerte. El cristiano laico es también un apóstol que con su vida coherente y valiente lleva la presencia del Señor en los diferentes ambientes.

 

-Haz, Señor, que mi mirada no se aparte nunca del Señor resucitado y me deje transformar por su gracia.

-Concédeme vivir de la fe en el Hijo de Dios que me amó y entregó su vida por mi.