Evangelio de hoy

MARTES DE LA SEMANA 25ª DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio según San Lucas 8, 19-21

 “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”

La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte”. Pero él les respondió: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. Palabra del Señor.

Meditación

Jesús nos enseña en este Evangelio que la verdadera relación profunda y duradera con Él se da entre aquellos que escuchan su Palabra, pero no solo eso, sino que la ponen en práctica. Creer y obedecer sus mandamientos es lo que distingue a un verdadero seguidor de Cristo. 

No sé si te ha pasado que cuando formas parte de una comunidad en torno a Jesús, con el tiempo, cuando ya se ha logrado una espiritualidad madura, las relaciones entre sus miembros son mejores. En mi experiencia, después de muchos años de vivir con mi pequeña comunidad dentro del movimiento “Vivir en Cristo”, hemos llegado a sentir un gran amor entre hermanos. La confianza y el apoyo en los momentos de dificultad y necesidad han sido extraordinarios, incluso más de lo que he sentido por parte de mi propia familia de sangre. 

La verdadera identidad de una persona está en la relación que logra mantener con Cristo a través de la oración, los Sacramentos, la lectura de la Palabra y la aplicación de ésta en su propia vida. Cuando un grupo de personas camina en comunidad hacia ese mismo fin, se convierte en una verdadera familia.  

Pero, no por esto debemos hacer a un lado a nuestra familia de sangre. Aunque el mismo Jesús nos mostró que nadie es profeta en su tierra, no debemos darnos por vencidos. Debemos de luchar por mantenernos firmes, buscando que ellos vean también a Jesús en nosotros, dando un buen testimonio en nuestras reuniones y nuestras relaciones familiares. No dejar pasar la ocasión de que ellos también conozcan a Dios mostrando lo que Él ha hecho en nuestras vidas. Ser parte de la familia de Dios es un privilegio que viene de escuchar activamente su Palabra y de vivirla cada día. 
 
Esto me debe llevar, en la medida de lo posible, a valorar mis relaciones familiares tanto como valoro a mis hermanos en la fe. Si aún no sientes que perteneces a la familia de Dios, busca conectar con una comunidad en tu parroquia, donde puedas conocer a otras personas que también están buscando a Jesús, un grupo de oración, un curso de Biblia, un apostolado que te haga tener hermanos en la fe que se conviertan en tu familia espiritual. 
 
No solo escuches la Palabra, conócela, vívela y ponla en práctica para que Jesús te reconozca como parte de su familia.