Evangelio de hoy

MIÉRCOLES DE LA 2° SEMANA DE ADVIENTO

Evangelio según San Mateo 11, 28-30 

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados

Jesús tomó la palabra y dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”. Palabra del Señor.

Meditación

Bendice alma mía, al Señor. Esta oración profunda y hasta espontánea en la vida familiar, la boca de los niños y las palmas de manos juveniles, indica un ambiente festivo de fe y esperanza. El salmo que hoy se proclama en todas las Misas (103) sea o no conmemorativa a Santa Lucía, no es fácil por su arranque personal, pero puede ser preparado, ambientado para la alabanza o gratitud.

Ingresar en el misterio, en la oración comunitaria, no es fácil por la situación presente o actual de enfermedad, o rescate y sanación personal, pero que se va abriendo a un horizonte más amplio, trascendente. Podemos también imaginar una situación nacional, posterior a las festividades de Caacupé, por ejemplo. De renovación, conversión, y esperanza, al recibir el perdón, la comunión y la experiencia del encuentro de todo el pueblo de Dios. Sobre todo, por la meditación devota en un Dios compasivo y clemente, misericordioso.

“Tiene oídos Dios, tiene voz el corazón … Clame tu voz si alguien te escucha, calle tu voz si nadie te escucha; que a tu interior siempre hay Alguien que lo escucha. A ratos cantamos y a ratos cantamos: ¿­debe tu interior callarse sin alabar a Dios? Suene a ratos alternos la voz, suene siempre la voz de tu interior” (San Agustín, sobre la bendición interior).

¡Bendice, alma mía, al Señor!

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi interior a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

no olvides ninguno de sus beneficios

 Él te sacia de bienes en la adolescencia,

  y tu juventud se renueva como la de un águila.

  El Señor hace justicia

 y defiende a los oprimidos.

   Como un padre se estremece con sus hijos,

  así se estremece el Señor con sus fieles.

Pues Él conoce nuestra condición

 y se acuerda de que somos barro.

 Pero la misericordia del Señor con sus fieles

dura desde siempre hasta siempre;

 su justicia pasa de hijos a nietos,

  para los que guardan la alianza

y recitan y cumple sus mandatos.